Instant Crush.

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Bakugou terminó de escribir la oración y elevó la mirada.
Ella todavía no había terminado; de hecho, parecía tener problemas para siquiera empezar.
Pero para Bakugou eso no significaba nada: si fuera cualquier persona, estaba seguro que quitaría la mirada con molestia y se concentraría en sus propias cosas. Más no ella. Ella, en cualquier momento, en cualquier situación, era bella, bonita, hermosa a sus ojos.
Porque había algo en esa combinación de colores, de piel tersa, de labios que por primera vez soñaba en besar, que lo volvía loco.
Dejó su hoja de tarea en el mesón de profesor, y tratando de ser discreto dentro del silencio del aula, se acomodó en la silla al de ella, una de tantas que estaban vacías. Sintió su mirada incómoda sobre él, comprendiendo que ella no sabía por qué estaba a su lado si su asiento era a dos filas más allá.
Entonces, para dejar en claro sus intenciones, se giró a ella y le habló:
—¿Tienes problemas con la tarea? ¿Quieres que te ayude?—, lo dijo tan rápido que no pudo detener todas las palabras. Estaba ansioso. Había analizado el panorama, la tenía entre ceja y ceja con tal de saber cómo podía acercase a ella.
La ansiaba. La quería. Quería todos esos momentos, los pequeños, los grandes, pero vivir ya el placer de envolverla en sus brazos y besarla.
Decirle todo lo que nunca pensó en decirle a alguien.
Más ella sólo le dedicó una mirada por el rabillo del ojo.
—Gracias, Bakugou-kun, pero me encuentro bien.
Eso no fue como el lo había planeado.
Por primera vez, sentía en su pecho la opresión del rechazo.
La campana sonó como anuncio de un corazón roto y ella se fue de su lado tan rápido como pudo. No pudo siquiera dejarle una estela de sus formas antes de desaparecer.
Para cuando ella volvió, él no se había movido ni un ápice pero con desgana, volvió a su asiento.
Apretó sus manos en un puño por la impotencia, decidiendo al final del día ir hasta ella y tocando su hombro, pedirle:
—Uraraka, ¿podemos hablar?
Ella se volteó con cierto nerviosismo en la mirada. Pero ¿quién si no él debía estar así de nervioso?
Ella sintió y bajó la mirada, acomodando su cabello detrás de la oreja y sin decir nada, esperó a que el aula se vaciara. Entonces, Bakugou tomó la iniciativa.
—Lo que quiero decirte es respecto a lo de hoy. Si estuve cerca de ti en la prueba, si te ofrecí ayuda es porque quiero estar cerca de ti—, la chica miraba sus zapatos—. No quise hacerte sentir incomoda, tan sólo quiero estar cerca.
—¿Por qué, Bakugou-kun?—, dijo por lo bajo—. ¿Por qué lo haces?
Pasaron muchas excusas por su cabeza, pero decidió afrontar la realidad.
—Porque desde hace tiempo me gustas.
Y ella saltó en su lugar por la sorpresa.
—Bakugou-kun...
Y sin antes decir una sola palabra, él lo entendió entonces.
Enrojeció de las mejillas y se dio vuelta—, ¡olvídalo!—, tomó su bolso y salió de allí.
Corrió en los pasillos hasta alcanzar la entrada de la escuela, en el patio ya no pudo seguir en el paso y poco a poco sintió el conjunto de lágrimas hacerse en sus ojos. No quería llorar, no había llorado por nada antes, ¿por qué por ella sí?
Alcanzó un recoveco lleno de árboles en un espacio baldío, y sin remedio se acuclilló bajo la sombra de uno de ellos. Escondió el rostro entre sus rodillas, mojando el bolso que usaba de apoyo y lloro.
—No quiero ser alguien a quien temen, no quiero ser alguien a quien olviden. No quiero ser alguien molesto, no quiero ser alguien a quien olviden.
Porque dolía el hecho de no poder romper esa capa que lo hacía ser distante con todos. Porque él quería estar con ella, más la fama le precedía con ganas.
Lloró cuanto tuvo que llorar, salió de allí y a la mañana siguiente, poco pudo hacer para quitarle la mirada de encima.
Porque su piel era cera en una muñeca hermosa, cincelada para ser eternamente bella y eso era lo que él tenía miedo.
Que sus manos la derritieran, la lastimaran. Porque él era de cera quemada, un monigote horrible, atrapado instantáneamente por esa muñeca.
A la hora de la salida, tomó sus cosas con calma.
—Bakugou-kun—, escuchó y sabiendo de quién era la voz, giró—, ¿Podemos hablar?
Las palabras quedaron en el aire que se arremolinó en todos los alumnos yéndose.
Espero con paciencia. Si fuera de otra manera en la cabeza de Katsuki, él tomaría sus manos para descubrir qué tan suave era la cera de su piel.
—Bakugou-kun, yo...—, alzó la mirada y se encontró con ella en un dilema. Tenía el ceño fruncido, peleando consigo misma—, no sé cómo decirlo...
Hizo ese último anuncio y sin más, dio un pequeño salto para atrapar sus labios en un beso que de tan bueno, se obligó a inclinarse con tal de alcanzarla también.
Katsuki no supo explicarlo. Era entre bueno, demasiado bueno, perfecto o extraordinario.
El conjunto de sueños que se aglomeraban en su mente habían explotado como Big Bang dentro de él. La tomó de la cintura y la apretó contra sí, buscando fundir no la cera hermosa, sino su cera quemada para ser parte de ella.
El beso terminó y con torpeza buscó otro, pero ella se escondió en su pecho, entre sus brazos, y temblando de fascinación, acarició su cabello de muñeca.
—No eres alguien a quien olvidar, Katsuki—, y esas palabras perfectas en el momento perfecto, lo hizo fundirse en ella.

Kacchako 4 Ever IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora