Osita. II.

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-A ver, a ver-, repitió al teléfono. Llevaba ya quince minutos hablando-: dígalo sin tantos rodeos.
Un suspiro se escuchó del otro lado.
-Señor Bakugou-, respondió una voz femenina-, usted, hace tres semanas, entró a nuestro portal de ositas-, dijo esto con desagrado mal disimulado-, solicitó una y cuando se le pidió seleccionar la nacionalidad, eligió China.
-Ajá-, interrumpió-, pero eso no explica por qué no tiene tetas-, dio una mueca a la pared donde su teléfono de casa estaba colgado.
-Señor Bakugou, por quinta vez: después de seleccionar la nacionalidad, selecciona el cuerpo de las ositas-, la interlocutora estaba cansada de él-. El cliente puede elegir entre Exuberante, Normal y Delgada. Pero usted entró a China y sólo China tiene una sola categoría: Delgada-, le acentuaba las palabras una por una, como si fuera un estúpido.
Ahora él lanzó un suspiro pesado-. Bien. ¿Y cuándo la puedo devolver? Tienen garantía de satisfacción, ¿no es así?-, el papel de la póliza que la pequeña le entregó estaba en su mano.
-Sí, señor Bakugou-, primera noticia buena del día-, pero la póliza es válida después de un mes de convivencia con su osita.
Dio un golpe con la cabeza al muro.
-Está bien. Pero en un mes se la tienen que estar llevando-, demandó para colgar enseguida.
Debía pasar un mes con ella.
Miró sobre su hombro, a la cocina. Según los anuncios, era como tener una esposa normal, así que la dejó cocinando algo para el almuerzo en lo que hablaba a la compañía KumaKo.
Estaba sobre las puntas de los pies, con las piernas estiradas hasta un trasero pequeño pero firme, coronado con una cola de color café, apenas un pompón de pelusa.
Era diminuta. Ni al pecho le llegaba y estaba seguro que se perdería entre sus brazos, así que trataría de mantener ese pequeño atuendo de pantalón corto y camiseta, para no tener que comprar ropa innecesaria dado que se iría.
Trataba como bien podía de alcanzar un anaquel, pero en el intento resbaló y tiró la harina sobre ella.
Katsuki casi pone el grito en el cielo, pero la pequeña estaba en paz: se miraba blanca nevada, con el cabello y los ojos castaños enormes, estornudando por el polvo.
No podía negarlo: se miraba bonita.
Pero entonces alzó los brazos y comenzó a jugar con el talco, esparciendo por el suelo.
-¡Papá oso, papá oso! ¡Mira a osita: está cubierta de nieve!

Kacchako 4 Ever IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora