Prolove. II.

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Ochako miró sobre su hombro.
La figura de la iglesia más cercana a su casa se dibujaba con sombras sobre el cielo obscuro de la noche. Los detalles de la estructura se veían teñidas de una capa de terror con cada minuto que ella que pasaba fuera de la iglesia cerrada.

Sólo quedaba ella, esperando a que el hermano Monoma acercara su auto a la entrada.

Se encogió de hombros, abrazando su Biblia con fuerza, orando porque nada le pasara hasta que el rubio le acercara el auto.
No hubiera aceptado hacerle el favor al Padre; hubiera pensado en ella primero por primera vez en mucho tiempo, pero ella creía, o debía creer, que si Dios había puesto al Padre para pedirle aquello, era por algo.

El sonido de la bocina la hizo saltar, casi soltando su Biblia.
—¡Hermana, suba!—, los ojos azules brillaron, y algo en ese brillo le dijo que algo andaba mal con su hermano.

Subió lentamente al auto de color azul claro, haciéndose un ovillo cuanto más podía en lo lejano desde su acompañante.
No quería estar cerca, quería que no pudiera haber forma de que él la tocara.

El silencio los consumió hasta llegar a una cuadra de su casa: el via crucis de todos los años, y que su madre aceptaba para recibir una estación, le había dejado saber a la mayoría de los fieles dónde los Uraraka vivían.

Pero de esa cuadra, el auto no se movió.
—Hermana, ¿sigue siendo usted pareja de Izuku?.
Ochako no pudo responder: el hombre se movió con rapidez y le atrapó los labios. Ella puso sus manos en el pecho, empujando, pero eso no fue nada contra la fuerza contraria.
La mano del rubio se coló entre sus piernas, acariciando su muslo interno, y cuando se movía hacia el encuentro de ambas piernas, Ochako gritó.

—¡No!

Y el vidrio se rompió en un momento.
Entre el vidrio volando, un puño entró directo a la mandíbula del rubio, alejándolo al instante.
—¡Ella dijo que no, malparido!—, Ochako se guió por el puño ensangrentado, subiendo por el antebrazo, el hombro y dio de frente a un chico rubio pero de ojos rojos, como demonio.
Un pañuelo verde adornaba su cuello.

—Sal—, ordenó el extraño, abriendo la puerta del auto del lado de Ochako y ella casi cse a sus pies. Espabiló y salió del auto—. ¿Estás bien?—, demandó el chico. La vio de pies a cabeza y no notó nada raro en ella. La dejó un instante y metió medio cuerpo en el auto—. Y tú, malparido, es mejor que ni te vea por la calle, maldito acosador de mierda.

Ochako no obtuvo más vista de su hermano. El extraño cerró la puerta de un golpe y Monoma arrancó la máquina al grito de "abortero".

Lo vio girarse a ella, con esos ojos rojos de demonio, asesino de inocentes.

Kacchako 4 Ever IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora