Llamadas. III.

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—¡Adelante, hijo! ¡Pasa!—, la señora castaña le recibió con una sonrisa, dando espacio a que Katsuki entrara en la humilde casa—. No puedo creer que te vea después de tanto tiempo—, cerró la puerta detrás de él y lo condujo a una sala de estar pequeña, donde les esperaba un conjunto para tomar el té. Humo desde la boca de la tetera.

—Por eso mismo, señora Uraraka: porque recordé a Ochako es que la llamé.

Una buena mentira.
Al principio tuvo que tomarse del poste para caer cuando descubrió el cartel. Lo arrancó con cuidado de no dañarlo y lo llevó a su departamento de estudiante.

Hasta ese momento no se había dado a la tarea de hurgar entre los datos del móvil. Sin embargo, aquella extraña coincidencia lo dejó con un sabor de boca tan extraño que se decidió a hacerlo.

Fotos, ninguna. Videos, ninguno. Mensajes, sólo el que aquel número extraño había usado esa misma mañana junto a la llamada del día anterior. Fue en ese punto cuando decidió ver los contactos.
Sólo uno.

Mamá: xxx xxx xxxx

No tardó en llamar desde su propio móvil y cuando una voz femenina respondió, salió por inercia el apellido de la chica en el cartel.
Habló algunas mentiras, que era amigo de la infancia de Ochako, que se había mudado hacía años, que al volver por la universidad, había recordado a la chica.

La señora no mencionó nada de la desaparición, sino que le invitó amablemente a verla en su hogar, tal vez queriendo no dar las malas noticias por teléfono, y acordaron una fecha.

Allí fue donde realmente explotó, después de la llamada.

Primero, la coincidencia. Se negaba a llamarlo de otra manera que no fuera así, porque eso fue: una coincidencia que una chica lo citara en el mismo lugar donde otra desapareció, mientrase decía que iría vestida de la misma forma que la otra.
Tal vez Adachi tenía una extraña forma de jugar, de hacer bromas, donde las chicas llaman al azar y te dicen aquello para asustarte pero... ¿Quién jugaría con algo tan serio como eso?

Y ahora ese número.
Porque pudo haber dicho ese apellido, sí, pero se suponía que aquel era el móvil del novio de una chica. ¿Acaso Uraraka Ochako tenía un hermano que perdió su móvil y por eso él tenía el número de la señora Uraraka? Porque en ningún momento la chica que llamó dijo llamarse Ochako.

Sí, eso era. Algún Uraraka había perdido el teléfono, le habían llamado a Katsuki en lugar del novio y todo se había dispuesto para él malinterpretar todo.

Sentaron en el sofá algo gastado y la señora le tendió una taza que llenó con té. Él agradeció, fingiendo una sonrisa y portando su mejor actitud.
Se sentía en una misión encubierta.

—¡Estás enorme!—, observó la mujer—. ¿Cuántos años tienes?

Katsuki ante la pregunta habitual.
—Veintiún años, Uraraka-san—, se acercó la taza a los labios y el sabor agrio mojó su lengua—. Este año terminaré mis estudios. Por el momento sólo escribo mi tesis.

—¡Eso es genial,...!—, pareció dudar un instante y su mirada se apagó—. Lo lamento pero, después de tantos años, he olvidado tu nombre—, allí era donde Katsuki sentía la soga al cuello de sus mentiras. Estaba por pronunciar palabra cuando la mayor interrumpió después—. Eres hijo de Inko, ¿cierto?

Katsuki no sabía quién diablos era—, sí, lo soy—. Meditó un instante y habló después—, soy Izuku.

La sonrisa de la señora fue una señal de haber jugado muy bien sus cartas.
—¡Ya te recuerdo! Aunque, ¿no tenías el cabello...?—, le sostuvo la mirada mientras sudaba debajo de ella.

Prefirió apresurar las cosas—: entonces, ¿está Ochako-chan por aquí?

Fue entonces donde el tono decayó. La mujer enderezó el cuerpo y dejó la taza en la mesa. Katsuki hizo igual, poniendo atención a lo que la señora pudiera decir.

—Izuku-kun, debo decirte algo—, los ojos castaños esquivaron los del masculino, mirando las manos hechas puño en su regazo—. Ochako tenía dieciocho años, estaba estudiando una carrera universitaria cuando un día sencillamente no llegó a casa.

La voz mayor se hizo pesada y ahogada.
»Se suponía que debía volver por la noche, después de tomar el tren a casa, pero ella nunca lo hizo. No se encontraron sus cosas por ningún sitio, nadie la vio después de salir de clases, las cámaras no captaron nada.

Una lágrima solitaria rodó sobre su mejilla.
—De eso casi dos años. Es obvio la respuesta de los policías respecto a su paradero—, enjuagó la lágrima—. Mi esposo murió hace seis meses y ninguno de sus últimos días dejó de buscar a nuestra hija—. Ahora escuchaba cómo contenía el llanto. Cómo se armaba de todas sus fuerzas para poder hablar de aquello a él, a un extraño que sólo encontró un móvil—. Sé que ahora ambos están juntos. Vivo con una pequeña pensión que mi esposo dejó, pero lo que más deseo es darle descanso a mi hija. Mi niña no era mala, se merece estar en paz.

Uraraka-san lloraba en silencio, llevando la mirada de Katsuki alrededor de la habitación.

Los llantos arullaban las fotos de tres personas: un padre incansable, una madre con una pena enorme y una hija que necesitaba justicia.

Kacchako 4 Ever IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora