Osita.

584 35 6
                                    

Tachó el día en el calendario.
Tres semanas. Según sus cuentas, y las fechas estimadas de envío, aquello debía estar arribando en cualquier momento del día.
Y bendijo su suerte: esa semana descansaba de su trabajo como enfermero, así Katsuki podía disfrutar de su merecido regalo de navidad: una osita.
La primera vez que vio una, fue hace exactamente las mismas tres semanas de cuando la pidió. Fue un regalo de su tío Toshi al único primo que tenía, Izuku, por haber cumplido quince años en la primavera pasada, y que por lo tanto, debía ya hacerse hombre.
En el desayuno de navidad, al día siguiente, llegó aquella japonesa de grandes caderas, grandes pechos, que a Katsuki le sorprendió.
Sabía que Japón estaba loco, y que haberse ido a vivir allí, sabiendo que su tío y primo también vivían en el país oriental, le dejaría la libertad para comprar una acompañante modificada genéticamente que incluía orejas y cola de oso.
Ahora su primo precoz de quince años fornicaba con la osa Momo en su cuarto como si su mascota acariciar se tratara.
Y Katsuki... Un enfermero que por falta de sexo estaba de mal humor porque no podía conseguir sexo.
Era inteligente, caballeroso, apuesto, pero eso no valía porque su desesperación lo llevaba a ser brusco en cuanto tenía la oportunidad con una dama y terminaba en frustración.
Así que, no tardo ni perezoso, fue a internet, y como bien pudo, pidió una osita para sí mismo, tratando de descifrar los kanjis que poco a poco, eran más legibles.
Ahora sólo debía esperar a que el timbre sonara y le dejaran a su osita a su completa disposición.
Dejó el calendario de lado, andando hacia la sala de estar, más antes sonó un toque quedo en la puerta.
Se hizo la excitación presente en Katsuki, hirviendo la sangre. Su japonesa tetuda y nalgona estaba a la vuelta de su puerta.
Trató de sus pasos hacerlos silenciosos, pero eran rápidos, emocionados, excitados. Pronto su mano afirmó la perilla y abrió con tal rapidez que le sorprendió lo lento que pareció ante sus ojos.
Pero... ¿Y las tetas?
Miró ambos lados, buscando a una japonesa: el autobús de las osita estaba dando vuelta a la esquina, pero de la osita ni sus luces.
Y en ese instante, una voz pequeña habló de abajo—. Hola, papá oso.
Bajó la mirada, y una cabeza castaña le sonrió.

Kacchako 4 Ever IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora