14. Roy...

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Roy estaba caminando por las calles cercanas a su casa, con un audífono puesto y la mirada seria. ¿Quién habría secuestrado a su niño? ¿Y qué tenía el que ver con eso?

Había dejado que Danniel viviera con su ex-amigo, y con un tipo raro con anteojos, porque creyó que era lo mejor para todos, y ahora resultaba que no podían encontrarlo y, para terminar de cagarla, ¿qué era su culpa? No era justo.

Vio a un grupo de estudiantes pasar hacia el otro lado de la calle, probablemente para eludirlo. Tal vez debería sacar las manos de su chaqueta. Por otro lado, tal vez le sería útil en caso de encontrarse con el captor.

El grupo de estudiantes comenzó a gritar detrás de él, probablemente celebrando alguna pendejada.

No pudo evitar que le sacaran una sonrisa, porque él y Harry solían ser así. Se reían de todo, se peleaban por todo. No pasaban ni un minuto lejos.

Durante las clases compartían todo. Los útiles, que a Roy casi siempre le faltaban, consejos, porque Harry no era brillante para las matemáticas, notas, porque Roy necesitaba lentes y no podía anotar casi nada, y palabras, porque no podían dejar de hablarse ni estando en esquinas opuestas del salón.

Desde aquella tarde bajo el árbol, su amistad crecía junto a ellos. No necesitaban nada más que esa hermosa amistad. Por lo menos, Harry no. Roy había comenzado a notar una incomodidad en la boca del estomago cuando su amigo lo abrazaba, y un palpitar que le recorría el pecho y lo hacía sentir nauseabundo. Le avergonzaba y le consumía pensar en los inocentes momentos que pasaban juntos, que lo atrapaba en sus brazos sin pensarlo dos veces, que lo invitaba a dormir en su cama y a usar su ropa durante las pijamadas y que lo tranquilizaba cada vez que algo iba mal, sin sospechar de los rubores que le sacaba con cada roce a su compañero.

Harry ni siquiera sabía que Roy se rendía ante las lagrimas sólo frente a él. Que era el único en el que podía confiar. Y todo habría seguido así si Roy no hubiera sido tan idiota.

Planeo durante toda la noche la mejor forma de confesarle su amor al pelirrojo, sin saber que en esos momentos Harry estaba peleando con sus padres, que querían que escogiera una carrera digna de alguien con su talento y que no miraban con buenos ojos su deseo de ser un escritor muerto de hambre.

Cuando Harry llegó a la escuela esa mañana, con una decisión ya tomada, Roy le esperaba en la entrada principal. Supo que algo andaba mal nada más verlo, pero no quiso arruinar el momento.

Su amigo lo saludó, con los ojos rodeados por profundos círculos negros y el cabello atado de una manera muy poco eficiente, dejándole mechones sueltos por todos lados. Dejo caer su cabeza en el hombro de su amigo y Roy le dio una alegre palmadita en la cabeza.

-¿Estas bien?-

-No.-

-Bueno, necesito mi hombro...¿puedo ayudarte en algo y recuperar el movimiento en mi brazo derecho, querido Harry?- Le encantaba molestarlo, era adorable.

-No. Sólo quiero irme de aquí.-

Roy soltó una carcajada.

- Aquí, ¿el lugar donde estamos parados? ¿La escuela? ¿Del país? ¿De este plano existencial?

Harry por fin levanto la cara, sólo para mirar molesto a Roy, y volvió a recargarse.

-La penúltima.

-Oh, genial. Te recomiendo ir a Italia, me han dicho que es linda. -

-Roy, hablo en serio. Voy a marcharme de aquí. -

Un timbre sonó a sus espaldas, anunciando el inicio del primer periodo.

-Okey, discutamos tu intinerario de viajes en el camino, no quiero llegar tarde. – Se adelantó Roy, con una sonrisa preocupada. Ojala fuera una broma.

-Roy, voy a irme...

El aludido se detuvo a midad del pasillo, y se volvió hacia su compañero, que tenía los ojos llorosos y la cara roja.

-Harry, ¿qué demonios...?

-No van a dejarme escribir. Amenazaron con llevarse todos mis cuadernos si no entro a la universidad que ellos quieren. No pienso trabajar en una oficina, me niego a vivir así.

Lo que pasó a continuación estaba borroso en su memoria. Harry le tomo de la mano, y lo llevó hasta un armario, cerrando la puerta tras de sí.

-Roy, hay algo que quiero decirte desde hace mucho tiempo...

Unas voces llegaron del exterior.

-Harry, no es momento de juegos. No puedes irte tú sólo.

-Así es, por eso quiero qu- Harry tomó su otra mano entre las suyas.

-No, tienes que volver a tu hogar, no voy a dejar que t- Pudo apartar las manos, pero no quiso hacerlo.

-No lo entiendes, nosotros podríamos...- Harry le miró implorante.

-¡Harry, no! – Su amigo le gritó con una fuerza desconocida. Harry se le quedó viendo, parcialmente ofendido. -No voy a dejar que arruines tu vida así. Y no voy a dejar que desperdicies todo el dinero que han gastado tus padres en tu escuela. Ni el tiempo que yo he trabajado para estar aquí contigo.-

-Pero...-

-Pero nada. Crees que por ser un principito todo te va a caer del cielo, pero no es así. No te vayas. Aún tenemos cosas importantes que decir.

-¡¿Cómo qué?!- Harry estaba furioso, nunca le había visto así.

No se atrevió a contestarle.

-¿Qué podría ser más importante que seguir nuestros sueños?- Le insistió Harry. Roy abrazó con firmeza su mochila llena de libros, y bajo la mirada. Su amigo se quedó allí, incrédulo de que una tonta escuela fuera más importante que ellos dos. Dio un paso atrás, y recogió su mochila, llena hasta el tope con ropa, libros y objetos personales. Sacó un pequeño libro de cuentos que ambos solían leer de niños, y se lo entregó a Roy.

-Voy a extrañarte-

Roy se quedó allí parado, con los ojos llenos de lágrimas, y vio cómo su mejor amigo salía del armario y se dirigía a la salida. No hizo nada por las siguientes horas.

Entró a la cuarta clase, pero no tomó apuntes.

Entró a la quinta clase también, pero no levantó la mano. Seguía incrédulo por lo que había pasado, en la mañana parecía que iba a ser un día normal.

Entró a la sexta clase, y se sentó a llorar en silencio al fondo del salón, donde nadie lo notó.

Se saltó la séptima clase y salió corriendo para encontrar a su amigo, para decirle que lo amaba, que se irían juntos, que todo iba a estar bien.

Pero ya no lo pudo encontrar, Harry se había esfumado sin dejar ningún rastro que seguir. 

Roy se limpió las lágrimas antes de entrar a su casa. Esta vez eran lágrimas de felicidad, porque después de tanto tiempo, Harry había ido con él. Abrió la puerta con un suspiro y encontró al maldito pájaro acurrucado en el sofá más grande con su amigo. Una mala palabra salió de su boca sin que pudiera detenerla. Los bellos durmientes abrieron los ojos somnolientos y se le quedaron viendo, confundidos. 

Amor Confuso (otra vez :)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora