🕊: cinco

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Quejidos ahogados. Lágrimas nublándole la vista. Siente su cálido aliento en la mejilla. Y sus manos agarrando con fuerza sus muñecas. Le hace daño. Se siente impotente. Pero su cuerpo no responde. A pesar de que tiene ganas de gritar. De salir de allí. De terminar con ese dolor.

Se despierta de golpe cuando el reloj marca que son las 4:00 de la mañana. Otra vez el mismo sueño. Otra vez la cara de la persona que le arruinó la vida.

Se sienta en su cama, intentando recuperar la respiración. No va a superarlo nunca. No va a ser capaz de olvidar. Él que creía que ya había progresado, que ya no iban a volver a atormentarle los recuerdos. Se equivocaba.

Coge su móvil, en un intento por llamar a su madre. Pero no quiere preocuparla. No quiere que se sienta mal por él una vez más. Ya ha hecho bastante, por lo que que se levanta y se dirige al estudio. Se pasa frente al piano varias horas. Sin tocar. Simplemente arrepintiéndose de todo. De haberlo dejado entrar aquella noche. De no haberle parado los pies cuando pudo. De haberlo contado, a pesar de que mil veces le dijeron que había hecho bien. Si tan solo se hubiera callado, su vida no sería tan miserable.

                                      [🕊]
A eso de las 10:00 de la mañana, Miriam le envía un mensaje. Le dice que vayan esa tarde a la estación, que seguro que hoy sí que estará ahí. Pero a pesar de que le hace ilusión la propuesta de su amiga, su cabeza no deja de maquinar. De advertirle. Quiere dejarse llevar, pero a la vez, no deja de limitarse.

Agoney: No me apetece, Miriam. Déjalo estar.

La gallega responde minutos después.

Miri: ¿Tú estás tonto? Vamos a ir como que me llamo Miriam Rodríguez.

Sabe que no tiene nada que hacer. Miriam puede llegar a ser la persona más cabezota que haya sobre la faz de la tierra.

Agoney: De acuerdo, ¿hora?

Un último mensaje diciéndole que pasará por él a las 19:00. Y aprovechando que aún tiene muchas horas por delante, se mete en la cama. No duerme, porque aún su cabeza grita. Pidiéndole que pare. Que deje de sentir.

Se levanta cuando ya son casi las 18:00 y se mete en la ducha. Deja que el agua caliente relaje todos y cada uno de sus músculos, y cuando sale, se mira en el espejo. Las ojeras son muy visibles bajo sus ojos. Y puede ver en ellos el cansancio. Las ganas de rendirse.

Aunque muy en el fondo tiene ganas de vivir otra vez. De volver a dejarse llevar.

                                       [🕊]
—Alegra esa cara chaval, que hoy segurísimo que le ves —le dice Miriam cuando se bajan en la misma parada de siempre, esa que les deja cerca de la biblioteca.

—Ya te dije que hoy no tenía ganas de salir —contesta el canario segundos después.

—Anda calla, luego me darás las gracias.

Caminan entre la gente que hay a esa hora en la estación. Pero ni rastro del chico. Puede que se haya ido más pronto. O que ya ni siquiera toque allí.

—Joder, ¿estás seguro de que era esta línea y no otra? —le pregunta Miriam mientras se sientan en unas escaleras que hay cerca.

—Es la línea que cojo siempre para volver a casa. No me olvidaría.

Ambos permanecen en silencio durante unos minutos. La suerte sin duda no estará nunca de su parte.

Esperan hasta las 22:00 allí sentados. Hablando de temas de clase, de los exámenes y del nuevo rollo de Nerea, del que apenas saben nada. Cuando están ya a punto de irse, Agoney le ve a lo lejos, y su corazón se salta un latido.

Miriam, que ha notado la expresión en el rostro de su amigo, mira en su misma dirección. Sonríe. Al final sí que ha servido de algo.

—¿Es ese? —le pregunta casi en un susurro.

El canario asiente. El chico aún no les ha visto, pero coloca el pie de micro para empezar a cantar. Esta vez, ha elegido copenhague de vetusta morla. Agoney cree que podría morirse allí mismo. Tiene un ángel en la voz.

—Joder —dice Miriam lo suficientemente alto como para que la gente que camina por allí se gire a mirarla. —Es increíble.

Sonríe. Y por primera vez en todo el día, se olvida de lo que ha soñado. Del dolor.

El chico termina de cantar y la poca gente que hay escuchándole aplaude. Agoney se contiene las ganas de hacerlo, pero la gallega comienza a aplaudir eufórica. Y entonces, avanza unos cuantos pasos hasta acercarse a él.

El canario se mantiene al margen en todo momento, pero escucha perfectamente la conversación.

—Bua chaval, seguramente te lo habrán dicho ya, pero cantas increíble.

El rubio sonríe. Y a Agoney le roba el aliento. Tiene la sonrisa más bonita que ha visto nunca.

La mirada del chico se dirige ahora hacia él. Y no sabe dónde meterse. Ni qué hacer.

—Tú estabas aquí la otra noche, ¿no? —le pregunta de repente.

Su voz. Joder con su voz.

Sí, cantas muy bien por cierto —dice y se muere de la vergüenza.

El chico le sonríe. Y permanecen así unos cuantos segundos. Sin decirse nada.

Miriam carraspea un poco, llamando la atención de ambos.

El rubio se gira para empezar a recoger sus cosas. A Agoney le sorprende ver que recoge tan pronto, sobre todo porque ha llegado hace apenas una hora. Pero no le da importancia. Lo mismo ya estaba cantando antes en otra línea.

Se gira una vez lo ha guardado todo, y les sonríe.

—Pues ya nos veremos —dice.

Y camina hacia las escaleras que le llevan a la planta de arriba de la estación. A saber cuándo volverá a verle.

Haz algo, gilipollas. Lo que sea.

—¡Eh, chico del metro! —grita, haciendo que el rubio se gire, llamando la atención de las personas que pasan por allí en ese momento. —No nos dijiste tu nombre.

El rubio esboza una sonrisa preciosa.

—Raoul —dice y hace una breve pausa. —Y si te sirve de algo, estaré siempre por aquí a las 22:00.

Y desaparece de su vista.

Nota de la autora:
Se suponía que tenía que haber subido este capítulo ayer, pero se me olvidó completamente. Os prometo que habrá más interacción con Raoul.

Cuidaos mucho, nos leemos pronto 💛

el chico del metro| ragoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora