—¿Realmente te creíais que te quería? —le dice tirándole del pelo con fuerza.
Agoney solloza. Siente el dolor en su pecho. Su corazón hacerse añicos en cuestión de segundos. No reconoce a la persona que tiene delante. Y por más que quiere decirle que pare, que le está haciendo daño, se calla. Ve el odio en su mirada. Y no le reconoce.
—Eres un puto pringado, Agoney—dice y sus manos vuelven a su cuello. —¿Me oyes?
Se despierta con el corazón acelerado. El sudor en su frente. Y las lágrimas comenzando a empañar sus ojos. Raoul le escucha respirar con fuerza. Moverse inquieto a su lado.
La imagen que se encuentra cuando se gira a mirarle, le rompe el corazón.
—¿Qué pasa? —se atreve a preguntarle.
El canario no responde. Mira a algún punto fijo de la habitación. Las lágrimas no dejan de deslizarse por sus mejillas.
—Estoy jodidamente roto —susurra después de un silencio ensordecedor.
Raoul se incorpora en la cama. Necesita que le mire. Necesita que le cuente qué está pasando por su cabeza en esos momentos.
—Ago —al canario se le hace añicos el corazón cuando le escucha llamarle así. —Necesito que me cuentes qué te pasa para poder ayudarte.
Agoney cierra los ojos con fuerza. Su cuerpo tiembla. Otra vez le cuesta respirar. Tiene que pedirse a sí mismo que se tranquilice.
—No puedo, Raoul —susurra, casi inaudible.
La curiosidad le está matando. Quiere preguntarle. Sabe la de cosas que podrá estar pensando en ese momento.
—Claro que puedes —le dice, intentando contener las ganas de acariciar su mano. —Confía en mí.
Agoney niega. Aunque se lo piensa. Confía en Raoul. Pero no confía en lo que podrá pasar luego. Puede que quizás ya no quiera verle, que se aleje de él. No podría perdonárselo nunca.
—Vas a alejarte de mí, Raoul —le dice.
Raoul habla muy rápido. A Agoney le cuesta entenderle.
—Joder, deja de pensar por mí. Piensa por un momento en ti, en lo que realmente quieres. Ahora mismo el único que importa eres tú.
Agoney le mira, y por dentro su corazón y su cabeza luchan por ver quién gana a quién. Quizás le venga bien contarlo. Lo mismo de esa forma las pesadillas desaparecen.
O lo mismo se intensifican y se vuelven más reales. Más dolorosas.
—No sé si seré capaz —confiesa en un susurro.
Raoul suspira.
—¿Lo has contado alguna vez? —le pregunta.
—Sí, pero siempre que lo cuento los recuerdos me hacen más daño. Me queman aquí —dice y se señala el pecho.
Al rubio le duele no poder tocarle.
—Pues cuéntame sólo lo que tú quieras.
Agoney se lo piensa detenidamente. No sabe qué hacer. Aunque muy en el fondo, lo tiene claro.
—Fue hace 3 años —dice y su cuerpo tiembla ligeramente. —Mi pareja de ese entonces llegó una noche muy borracho a casa, me dijo que quería pasar la noche conmigo —dice y traga en seco, le cuesta seguir hablando.
Raoul a su lado escucha atento. Ve su cuerpo temblar. Sus ojos permanecer cerrados. Le cuesta respirar. Y a él le destroza verle así y ser consciente de que no puede hacer nada.
—Le dije que no, que en ese estado yo no quería que durmiera conmigo —dice y se calla unos segundos. —Me dio un leve empujón y entró en el piso como si nada. Me cabreé, así que le dije que se marchara, que ya hablaríamos cuando estuviese más tranquilo.
Agoney siente la culpa. Los recuerdos se agolpan en su mente. Recuerda sus manos. Todo lo que le dijo. Su cuerpo encima del suyo. Los gritos que vinieron después. Se odia. Le odia. Ya no lo sabe muy bien.
—No me escuchó, o realmente no quiso escucharme, así que en cuanto bajé la guardia, me besó con una fuerza que en ese momento me bloqueó—respira profundamente antes de seguir. —Comencé a decirle que parara, que yo no quería aquello, seguía sin escucharme.
Las lágrimas vuelven a deslizarse por sus mejillas. Raoul hace el amago de quitárselas, aunque su mano queda suspendida en el aire. No quiere volver a asustarle. No quiere volver a ver el miedo en sus ojos.
—Una cosa llevó a la otra y acabamos en la cama, sus manos se colaron muy rápido bajo mi camiseta, y a todo esto yo seguía pidiéndole que parase —dice y solloza. —Le pedí que parase mil veces, Raoul.
El rubio siente el nudo en su garganta. Sabe qué es lo que va a venir luego. No quiere escucharlo. Siente la ira apoderándose de su cuerpo con cada sollozo que sale de los labios de Agoney.
—Ago, para —le pide. —No sigas.
—Fue mi culpa, Raoul. Yo le dejé entrar, nunca fui capaz de decirle nada —rompe en un llanto que le desgarra el alma.
Raoul niega repetidas veces. Quiere gritarle que no es su culpa. Que la única persona que la tiene es la persona que le arruinó la vida.
—No, Agoney, escúchame —le dice y se gira a mirarlo. —No vuelvas a decir que tienes tú la culpa porque no es así. La culpa es suya, siempre será suya. Y me da igual si no le dijiste nada, el miedo en una circunstancia así paraliza a cualquiera, pero le repetiste mil veces que no querías, que se marchara, y no te hizo caso. La culpa es suya, ¿lo entiendes?
Agoney se aferra fuertemente a su cuerpo sorprendiendo a Raoul. Llora en su pecho. Las manos del menor se posicionan rápidamente en su pelo, donde deja pequeñas caricias. Le rompe el corazón escucharle llorar. Imaginarse por todo lo que habrá pasado. Todo lo que habrá callado por miedo. Por echarse culpas que no eran suyas.
—Vas a estar bien, Ago, te lo prometo. —le dice en un susurro.
y ojalá sea así.
Nota de la autora:
Aquí tenéis el capítulo. Gracias siempre por comentar.Nos leemos pronto 💛.
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el chico del metro| ragoney
Fanfiction22:00 p.m. Último metro. Miradas cómplices. Y quedarse con las ganas.