🕊: veinte

323 44 20
                                    

•leed la nota al final del capítulo•

Ambos se despiertan abrazados al otro. La cabeza de Agoney descansa sobre el pecho de Raoul. Aún recuerdan la madrugada anterior. La sinceridad. Los corazones rotos.

Raoul hace el intento de levantarse, el canario a su lado se aferra más a él. Se le escapa un suspiro. Y a la vez, siente a su corazón latir con fuerza dentro de su pecho. Puede que Agoney le interese más de lo que cree.

—Ago —susurra. —Son casi las 12:00, creo que va siendo hora de que nos levantemos.

Agoney abre los ojos muy lentamente, como si le costase la vida hacerlo. Se encuentra con la mirada de Raoul analizando su rostro. Le invaden los miedos. Aún recuerda la manera en la que se sinceró con él. Lo pequeño que se sintió. Ha sido capaz de contárselo. Aunque el miedo sigue ahí.

—Raoul —dice y respira profundamente. —Me gustaría hablar de lo que pasó hace unas horas.

El rubio se incorpora en la cama. No lo entiende.

—Creía que me lo habías contado todo —le dice.

—Sí, pero no sé —hace una breve pausa. —¿Qué piensas?

Raoul ve el miedo reflejado en sus ojos.

—¿Pues qué voy a pensar Agoney? —le dice y le mira atento. —Que la persona que te lo hizo es una hija de puta y que tú nunca tendrás la culpa de nada de lo que pasó. No te mereces toda esta mierda.

Su corazón se salta un latido. O puede que dos. Ha perdido la cuenta de las veces que ha tenido que pedirse a sí mismo que deje de ponerse nervioso.

—Entonces, ¿no vas a alejarte de mí? —le pregunta, con miedo.

Raoul niega rápidamente. No sería capaz de alejarse de él ni aunque fuese la última cosa que tuviese que hacer.

—No vuelvas a pensar eso. Te dije que me iba a quedar contigo aunque tuviese que asumir riesgos, y aquí estoy.

Agoney se vuelve a aferrar a su pecho con fuerza. Ambos retienen la respiración unos segundos. Aunque Agoney, en ese momento, lo siente hogar. Sería capaz de pasarse la vida entera ahí, en esa habitación, con el sol acariciando sus pieles. Con la respiración de Raoul haciéndole cosquillas en la nuca. Con las ganas por primera vez de dejarse llevar de verdad.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —le dice Raoul después de unos segundos de silencio.

Agoney asiente.

—¿Miriam lo sabe?

El canario niega con la cabeza. No tiene ni fuerzas para emitir sonido alguno.

—¿Piensas contárselo?

Raoul sabe que quizás son demasiadas preguntas. Se corrige rápidamente.

—Siento hacerte tantas preguntas, no hace falta que contestes —dice y se rasca la nuca, nervioso.

Agoney se incorpora en la cama para enfrentarse a su mirada.

—Me gustaría contárselo, pero sería muy precipitado. Ni siquiera he sido capaz de contártelo todo a ti, Raoul. Necesito tiempo —dice y sonríe a medias.

El rubio asiente. Y ambos permanecen en silencio unos cuantos minutos. Probablemente por no saber qué decirse. La situación, al fin y al cabo, es rara para los dos.

—¿Qué echas de menos tú de Barcelona? —pregunta, sorprendiendo a Raoul.

Se lo piensa unos segundos. En realidad lo tiene bastante claro.

—A mi familia, antes de que pasara todo aquello estábamos muy unidos.

A Agoney se le hace añicos el corazón escuchándole hablar.

—No has vuelto a hablar con ellos desde entonces, ¿no?

Raoul niega. Está empezando a sentirse mal, aunque no lo hace notar.

—No, y ellos tampoco hicieron nada por buscarme. Probablemente ahora estén mejor sin mí.

Agoney tiene miedo de lo que está a punto de hacer, pero a la vez cree que es la única forma que tiene de devolverle a Raoul todo lo que ha hecho por él en esas últimas horas, aunque le da vértigo intentarlo.

Aprovecha que el catalán no está mirándole para entrelazar sus manos. Siente la calidez de su piel. Y a su lado, el corazón del menor se salta un latido. Ni siquiera se atreven a mirarse.

Raoul acaricia con su pulgar el dorso de su mano. Y Agoney se deja mimar. Puede que se lo merezca después de todo. Aunque luego se arrepienta y el miedo le coma la cabeza. Aunque luego todo aquello se le quede muy grande.

—Ago —susurra Raoul, rompiendo el silencio.

Agoney emite un sonido muy parecido a un dime.

—¿Algún día me enseñarás la canción que tenías el otro día encima del piano?

Al canario le pilla por sorpresa. Creía que ya lo había olvidado. Se lo piensa.

—No lo sé, Raoul. Ni siquiera está acabada, y la considero demasiado personal como para enseñársela a alguien.

Raoul a su lado asiente. Creía que entre ellos las cosas habían cambiado, que Agoney sería capaz de seguir abriéndose con él. Al parecer se había equivocado.

—No me malinterpretes, confío en ti —le dice el canario con voz suave. —Pero creo que todavía no estoy preparado para enseñarte las cosas que compongo.

Raoul le mira, sin saber qué más decirle. Ahora es él el que se acurruca en su pecho, sorprendiendo a Agoney. Siente su cuerpo temblar ligeramente. Tenso. Se aparta rápidamente.

—¿Qué pasa? —le pregunta.

—Poco a poco, Raoul. ¿Vale?

Sabe a lo que se refiere. Aún siguen presentes sus miedos. Y seguirán allí un buen tiempo. Y mientras estén ahí, es consciente de que le va a costar la vida dejarse llevar. Dejarse mimar por el otro.

Le va a costar más de lo que él creía.

Asumir riesgos.

Nota de la autora:
Debería haber subido este capítulo el jueves, pero lo subo hoy porque tengo un poco más de tiempo. Mañana no subiré ninguno.

Siento si estoy muy ausente por aquí durante unos días, pero empiezo exámenes finales la semana que viene y además no tengo motivación para escribir, así que no sé por dónde seguir con la historia. Os subiré los que tengo escritos ya, pero cuando tenga tiempo.

Suerte si vosotras también estáis de exámenes, nos leemos pronto 💛.

el chico del metro| ragoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora