🕊: dieciocho

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El piso de Raoul es acogedor. Y mientras comparten una pizza recalentada, el rubio le cuenta historias que ha vivido cantando en el metro. Agoney se siente bien después de todo, aunque su cabeza sigue advirtiéndole. Sigue gritando.

En un descuido, quizás por culpa de la confianza y 2 cervezas, Raoul pone una mano en el muslo de Agoney. Al canario le surgen los nervios. Los miedos. Y todos los recuerdos de esa noche se agolpan en su mente. Le nublan el juicio completamente.

—Quita la mano, por favor —le pide, en un sollozo.

Raoul se ha dado cuenta del tono de su voz, de lo pequeño que se ha hecho en cuestión de segundos. Se siente mal por ello. Otra vez se ha precipitado.

Agoney se encoge en su sudadera. Quiere largarse, pero a la vez, la ansiedad le impide moverse de allí. Le cuesta respirar. Su mente no deja de repetirle que está roto, que nunca nadie va a poder quererle bien.

—Para, por favor —susurra y se acurruca en el sofá, hundiéndose cada vez más.

Raoul no sabe qué hacer. Piensa que todo aquello es culpa suya.

—Agoney, ¿qué pasa? —le pregunta, preocupado.

No hay respuesta. Agoney sigue susurrando. Habla por su mente. Por la persona que aún no logra salir de su cabeza.

—Habla conmigo —le pide Raoul en un susurro, poniéndose a la altura de su cara.

Agoney ni le mira. Permanece con los ojos cerrados. La respiración entrecortada. Quiere gritar. Calmar esa sensación que le ahoga cada vez más.

—No puedo—susurra. —Estoy roto.

Raoul no sabe a qué se refiere.

—¿Por qué lo dices?

Agoney tarda en contestar. Se piensa en qué decirle. Tiene miedo de hablar de más. Aunque en ese momento su cabeza parece darle una tregua.

—Tengo miedo, Raoul.

No sabe qué hacer.

—Agoney, no puedo ayudarte si no me dices qué te pasa.

Agoney siente la opresión en su pecho. Nadie puede ayudarle. Nadie puede hacer que sus demonios internos se callen, lleva años luchando contra ellos. No tienen intención de parar.

—Tengo miedo de perder el control, de alejarte —dice y hace una breve pausa. —Tengo miedo de no volver a estar bien nunca, Raoul. Es una mierda. Y duele.

Raoul cierra los ojos en un intento por calmarse. Se le está complicando el hecho de no poder abrazarle.

—¿Por qué tienes miedo, Agoney? —le pregunta, arriesgándose a que el canario se cierre en banda.

Agoney intenta aclarar sus ideas. Tiene un huracán en su cabeza. Todos sus pensamientos están muy juntos. Quiere gritarlos todos a la vez

—No quiero alejarte, Raoul, pero voy a acabar haciéndolo —susurra. —No voy a estar bien nunca.

A Raoul se le encoge el corazón.

—Lo estarás, te lo prometo —le dice.

Agoney abre sus ojos. Las lágrimas empañando sus mejillas. Su cuerpo rígido. La respiración entrecortada.

—Necesito irme a casa.

Raoul no quiere dejarle ir. Tiene miedo de que cometa una locura. La oscuridad puede llegar a hacer muchísimo daño.

—No voy a dejarte ir así, Agoney.

El canario le mira, sin creerse la suerte que está teniendo con él. Le duele el pecho. No se lo merece en absoluto.

—Te acompaño a mi habitación, te vendrá bien dormir un poco —le dice, poniéndose en pie.

Agoney se incorpora poco a poco en el sofá. La cabeza va a estallarle en cualquier momento. Sigue a Raoul a través del pasillo que conduce a su habitación. Se deja caer en la cama minutos después.

Cobarde.
Cobarde.
Cobarde.

Es lo único que le repite su cabeza. Puta cobardía. Puta noche que le arruinó la vida.

—Dormiré en el sofá, si necesitas algo me avisas —le pide.

Agoney no quiere que se vaya. Es la única persona capaz de conseguir que sus demonios experimenten la paz unas horas.

—Puedes dormir aquí conmigo —dice, casi en un susurro. —Si quieres.

Raoul ni se lo piensa. Se queda incluso más tranquilo sabiendo que va a tenerle ahí con él.

Se acuesta a su lado, intentando no invadir su espacio, aunque la cama es tan pequeña que sienten sus manos casi rozarse. Sus cuerpos giran por pura inercia. Se quedan frente a frente.

—Lo siento —susurra el canario.

—No tienes que disculparte.

Agoney cierra los ojos con fuerza. No se lo merece. Va a hacerle daño. Va a acabar alejándose de él por no soportar su propia situación, por seguir callando.

—Estoy atado de pies y manos por un pasado que me impide dormir muchas noches, Raoul —le dice, siendo incapaz de frenar sus propias palabras.

Puede percibir la confusión en el rostro de Raoul. La de preguntas que su cabeza estará formulando en ese momento.

—Siento la soga ahogándome cada vez más, y ojalá pudiese contártelo. Ojalá fuese capaz, pero soy un puto cobarde —confiesa.

A Raoul la curiosidad le está matando.

—Y yo quisiera que por un momento pensases por ti, que te preguntes si realmente vale la pena vivir callándotelo todo.

Agoney le da vueltas unos cuantos minutos, aunque hace tiempo que sabe la repuesta. No le sirve de nada vivir huyendo del miedo, pero es lo único que le mantiene despierto. Lo único que consigue que se olvide por un momento de aquella noche, de los recuerdos.

—Callarme es la única manera que tengo de que no me atormente más.

Raoul no lo entiende. Podrá callarse todo lo que quiera, pero sabe que su mente sigue maquinando. Los recuerdos allí nunca mueren.

—No te sirve de nada, Agoney. Acabarás haciéndote más daño del que ya te has hecho.

Agoney se gira, dándole la espalda. La cobardía y el miedo le comen la cabeza.

—Si no lo cuento, al menos puedo seguir fingiendo que no ha pasado —susurra.

Raoul le escucha perfectamente. Y sus palabras se repiten en su mente durante toda la noche.

Agoney, por su parte, siente su corazón hacerse añicos. No va a estar bien nunca.

Huir. Callar. Dejar de sentir.

Maldito bucle infinito.

Nota de la autora:
No pensaba subirlo hoy porque últimamente no estoy muy inspirada, pero bueno. 

Nos leemos pronto 💛.

el chico del metro| ragoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora