Se meten en la cama con la habitación a oscuras. Agoney logra pegarse a la pared todo lo que puede. Ya se siente lo que suficientemente mal como para encima invadir su espacio. Le escucha respirar. Moverse inquieto.
—No tenías que haber aceptado si no te ibas a sentir cómodo, Raoul —le dice en un susurro.
Raoul gira sobre su propio cuerpo para mirarle de frente. Sus narices pueden casi llegar a rozarse.
—Lo hago porque sé que es lo que necesitas. Yo también detesto estar mucho tiempo solo.
Asiente. Cierra los ojos un momento, intentando aclarar sus pensamientos.
—¿Qué es lo que más echas de menos de tenerife aparte de a tu madre? —le pregunta después de unos segundos.
Agoney permanece con los ojos cerrados. Probablemente para evitar su mirada.
—El mar.
Raoul asiente. Le ve tan indefenso. Tan fuera de sí que le parte el corazón.
En un descuido, se atreve a acariciar su mentón. Agoney se tensa. Le tiemblan las piernas. Los recuerdos se agolpan en su mente. Quiere gritar.
—Raoul, para —dice y reprime un sollozo.
El rubio se separa rápidamente, con la vergüenza cruzando su rostro. Se ha arriesgado demasiado. No tendría que haberlo hecho.
—Lo siento —es lo único que le sale decir.
Agoney intenta calmar su respiración. No funciona igual que antes. El miedo se apodera de su cuerpo cuando alguien le toca. Cuando alguien le dedica una simple caricia como esa.
—No es por ti, no te pienses cosas que no son —le dice con voz suave.
Raoul quiere creerle. Aunque sabe que no tendría que haberlo hecho. Al fin y al cabo, hace unos días que se conocen.
—¿Quieres que te cuente algo? —le pregunta el catalán después de unos minutos de silencio ensordecedor.
Agoney asiente. Necesita callar a su mente.
—Cuando comencé cantando en el metro, me moría de miedo. La gente pasaba por mi lado y simplemente me sonreía. Miraban la funda que llevaba vacía. Y ni se detenían a escucharme cantar. Llegaba a casa destrozado, con ganas de rendirme. Llegué a pensar que esto no era lo mío, que no viviría nunca de la música —dice y hace una breve pausa. —Un día llegué y una señora se me acercó a decirme que le había alegrado el día, que tenía una voz que trasmitía paz. Me reconfortó escucharla. Y seguí yendo todos los días a esa hora por si la veía. No sé qué habrá sido de ella, pero no volví a verla. Aunque sus palabras me ayudaron muchísimo.
Agoney le sonríe, por primera vez desde que está allí.
—¿Puedes cantarme algo? —se atreve a preguntarle.
El corazón de Raoul se salta un latido.
—¿Alguna petición especial?
Niega.
—Entonces te voy a cantar una canción que significa mucho para mí y que solamente he compartido con una persona.
Agoney siente su corazón encogerse. No se lo merece.
—Déjame tomarte de la mano —comienza a cantar. —Déjame mirarte a los ojos.
El canario cierra inconscientemente los suyos.
Siente la calma que transmite Raoul cuando canta. La letra que le hace querer deshacerse entre sus brazos. El momento íntimo que están compartiendo en una habitación que ha sido testigo de lágrimas, arrepentimientos y miedos.—Te regalo mis fuerzas, úsalas cada que no tengas —canta y observa las ojeras bajo sus ojos.
Quiere acariciarle. Quiere hacerle saber que puede que confiar en él. Le mata la curiosidad de saber qué es lo que le hace daño. Lo que le está atando de pies y manos.
—¿Te has dormido? —le pregunta cuando escucha su respiración pausada.
No hay respuesta. Raoul esboza una pequeña sonrisa.
—Descansa, yo seguiré aquí mañana —susurra.
Se gira, dándole la espalda. Aunque no deja de pensar en él. Sabe que no está bien, pero no puede ayudarle si se niega. Si no quiere contárselo.
Tendrá que asumir los riesgos que eso le conlleve. El rechazo. El miedo. Pero quiere hacerlo.
Quiere arriesgarse, aunque uno de los dos salga herido.
Y tiene el presentimiento de que será él.
Nota de la autora:
Pues aquí tenéis el capítulo. Os lo digo mucho, pero me encanta leeros, sois unos soles.Cuidaos mucho, nos leemos pronto 💛.
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el chico del metro| ragoney
أدب الهواة22:00 p.m. Último metro. Miradas cómplices. Y quedarse con las ganas.