🕊: ocho

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Cuando llega el sábado, Agoney está muerto de miedo. No quiere que la quedada con Raoul se vuelva incómoda por momentos. Le da miedo que pregunte más de la cuenta, que le haga hablar de un pasado que aún le sigue haciendo daño.

Se mira en el espejo un par de veces, asegurándose de que lo que lleva puesto le sienta bien. Aunque las ojeras siguen siendo visibles bajo sus ojos.

Sale de su casa con un nudo en el estómago. O puede salir bien o puede que Raoul no quiera volver a saber nunca más de él. Y tiene miedo. No quiere alejar a más gente de su vida.

                                      [🕊]
En el trayecto, no deja de darle vueltas a las cosas. Quizás no haya sido buena idea. Quizás tendría que haber optado por no escribirle.

Se baja en la misma parada de siempre, y busca a Raoul por la estación. Le encuentra sentado en unas escaleras, muy pendiente del móvil. Y cuando sus ojos se encuentran, ambos corazones se saltan un latido. Están nerviosos.

No saben cómo saludarse. Quizás sea muy pronto para darse dos besos. Y ya ni hablemos de un abrazo. Optan por un simple movimiento de cabeza y una sonrisa.

—¿A dónde te apetece ir? —Raoul es el primero en hablar.

—Podríamos ir a dar una vuelta y luego ir a comer algo, ¿te parece bien?

El rubio asiente. Ambos salen de la estación en silencio, y el frío les cala hasta los huesos una vez están fuera, haciéndoles temblar. Aunque no están muy seguros si más que frío, lo que les pasa es que están nerviosos. No saben qué hacer. Y Raoul se muere de ganas de preguntarle, pero a la vez, no quiere invadirle a preguntas que quizás no tengan respuesta. 

Aún así, le es imposible quedarse callado.

—¿Hace cuánto estás en Madrid? —le pregunta y se mete las manos en el bolsillo de su sudadera.

—Hará cosa de un año y medio —dice y evita su mirada.

—¿Por qué te viniste?

—Supongo que por la universidad. Me gustaba mucho la carrera de musicología, y como en tenerife no la tenemos, era la oportunidad perfecta. —dice y hace una pausa. —Tú eres de aquí, ¿no?

—No, soy de Barcelona. Y si te lo preguntas, me vine aquí porque no aguantaba mucho más tiempo allí. No era feliz.

A Agoney su respuesta le sorprende. Al final, ambos sienten lo mismo. Madrid, a pesar de no ser su hogar, es su sitio de escape.

—¿Quieres que nos sentemos allí? —le pregunta Raoul después de unos segundos, señalando un banco que hay en una plaza.

El canario asiente. Y ambos se sientan muy separados. Les da miedo invadir el espacio del otro. Aún no se conocen del todo, a pesar de tener la sensación de conocerse de siempre.

—Vas a volver a Tenerife en algún momento, ¿no?

—Por supuesto, me gustaría volver a ver a mi madre —dice y se encoge de hombros. —¿A ti no te gustaría volver a Barcelona?

—Lo haría, pero creo que no soy bienvenido allí —dice y hace una pausa. —Mi familia no quiere verme.

A Agoney le surge la curiosidad. Quiere preguntarle qué fue lo que pasó realmente. Por qué se fue, pero no quiere meterse, porque entonces tendrá que hablar él también. Y aún es pronto.

—¿Tú qué estudias? —le pregunta después de unos segundos.

—Artes escénicas —dice y sonríe. —Aunque últimamente me dedico más a cantar en la calle que a ir a la universidad.

Agoney también sonríe.

—¿No te da miedo cantar y que te escuche tanta gente?

—No me escucha tanta como me gustaría, pero al principio sí que me daba miedo cagarla. Que a la gente que no le gustara y no pudiera ganarme la vida con ello.

—¿Por qué lo haces?

La pregunta suena estúpida cuando la dice en voz alta. Está claro por qué lo hace.

—Mis padres no me pagan nada, así que todo lo que gano, tengo que invertirlo en pagar el piso y la matrícula de la universidad.

—¿Y es suficiente?

—No, pero trabajo algunos fines de semana en un bar sirviendo copas. —dice y hace una pausa. —No me entusiasma, pero es la única opción que tengo si quiero seguir viviendo aquí en Madrid.

Agoney asiente. No sabe qué decirle.

—¿Y tú qué? —le pregunta.

—¿Yo qué? —dice sin entender.

—¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre, Agoney?

Su nombre suena precioso cuando él lo dice.

—Estudiar supongo. —Raoul le mira como si tuviera cuatro cabezas. —A ver, no es que me guste, pero es lo único que hago.

—Venga ya, seguro que hay algo que te guste hacer.

El canario se piensa su respuesta. No va a decirle que lo que más le gusta hacer es componer. Y mucho menos que canta.

—Pues no sé —dice y se encoge de hombros, quitándole importancia.

Raoul asiente. Y aunque quiere seguir preguntándole, decide callarse. No quiere incomodarle.

—¿Te apetece que vayamos ya a comer?

—Me parece perfecto —dice Agoney y le sonríe.

Ambos se dirigen al restaurante más cercano. Y se sientan en una mesa alejada del resto, pegada a un gran ventanal. Ven pasar a la gente con prisas. Madrid al parecer nunca duerme.

—Me ha surgido una duda, Agoney —le suelta Raoul de repente. —Si estudias musicología, entonces eres muy bueno en todo lo relacionado con la música, ¿no?

Agoney no puede evitar sonreír. Su curiosidad le puede. Y es la primera vez que alguien se interesa tanto por él.

—Digamos que sí, pero no pienso decirte nada más. Voy a dejar que lo descubras tú solo —dice y mira la carta del menú, intentando evitar su mirada.

—¿Estás ligando conmigo, Agoney? —le pregunta y sonríe.

—Ya quisieras —dice y le mira durante unos segundos.

Esta vez, es el rubio el primero en apartar la mirada. Le ha puesto nervioso.

La cena transcurre entre preguntas curiosas de Raoul que no tienen grandes respuestas. La cabeza de Agoney no deja de advertirle que tenga cuidado, que no hable de más.

Y aunque intenta evitarlo a toda costa, ya no hay marcha atrás.

Nota de la autora:
Pues aquí tenéis el capítulo. Aviso que a partir de ahora solamente voy a subir los jueves(si puedo) y los domingos. Espero que os esté gustando.

nos leemos pronto 💛

el chico del metro| ragoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora