🕊: nueve

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Cuando se despide de Raoul en la estación, su corazón late con fuerza dentro de su pecho. A pesar de la insistente curiosidad del rubio, la cena ha estado bien. Ha conseguido dejar en un segundo plano todos sus problemas, por eso, cuando el metro le deja en la parada que pasa cerca de su casa, el mundo se le viene encima.

Las consecuencias de estar tanto tiempo sin pensar en lo que te hace daño es que cuando estás solo, con tus propios pensamientos, vuelve todo a ti multiplicado.

Se tira en la cama sin molestarse en sacarse la ropa. Y pasados unos minutos su móvil suena, indicándole que tiene un nuevo mensaje.

Raoul: Gracias por aguantarme hoy. Sé lo mucho que puede llegar a molestar mi curiosidad.

Al canario no le molesta, pero tampoco está preparado para contarle cosas que lleva años intentando olvidar, y que a pesar de haber pasado bastante tiempo, aún le duelen.

Agoney: Tu curiosidad no molesta, Raoul.

La respuesta tarda en llegar.

Raoul: ¿Cuándo volveremos a vernos?

Su pregunta le roba una sonrisa.

Agoney: Quizás más pronto de lo que pensamos.

Raoul: Eso es que nos veremos el lunes en la estación, ¿no?

Agoney: Afirmativo.

Ya no saben qué decirse, aunque falta no les hace. Dejan la conversación apartada, y ambos se meten en la cama, pensando en todo lo que han vivido hoy. Agoney, por su parte, sigue dándole vueltas a todo. Al miedo que tiene de que Raoul se aleje de él. De que se dé cuenta de que no puede evitar controlarse, reprimir lo que siente, que lleva años con una soga alrededor del cuello que le impide respirar. Y no quiere hacerle pasar por todo eso como hizo con su madre. Como hizo con todas las personas que se acabaron alejando de él.

Su móvil vibra bajo la almohada. Las 00:30 de la noche.

Raoul: ¿Te apetece hablar un rato? Creo que no voy a ser capaz de dormirme tan pronto.

No sabe a dónde va a llevarles esa conversación, pero acepta.

Agoney: Adelante.

Raoul: ¿Algún día me explicarás por qué te sientes atado de pies y manos?

Ha empezado fuerte. Aunque se esperaba esa pregunta.

Agoney: No lo sé, Raoul.

Raoul: ¿De qué tienes miedo?

Agoney: De los monstruos que me persiguen allá donde voy.

La respuesta de Raoul tarda en llegar. No sabe qué decirle. Tiene miedo de cagarla, de preguntarle sobre cosas para las que quizás el canario no tiene respuestas.

Raoul: ¿Quieres que cambiemos de tema?

Agoney: Te lo agradecería.

Durante unos minutos ninguno habla. Quizás por no saber qué decirse con exactitud. Por el miedo a equivocarse.

Agoney: ¿Por qué Madrid?

Raoul: Porque es la ciudad de las puertas abiertas, supongo. Aquí hay más suerte.

Agoney: Me ha surgido una duda, Raoul. Y quizás me esté precipitando, pero, ¿qué pasó con tus padres?

Sabe que con esa pregunta corre el riesgo de que Raoul se la devuelva, que le pregunte algo de su pasado, de su vida en tenerife. Pero necesita saberlo. La curiosidad mató al gato, o eso dicen.

Raoul: Me gustaría contártelo en persona, Agoney. No es un tema que me guste hablar por mensajes.

Agoney: Vas a la estación a las 22:00, ¿no?

Raoul: Afirmativo.

Agoney: ¿Te gustaría quedar antes?

Raoul: Me encantaría.

Hablan sobre la hora a la que podrían verse el lunes e intercambian unos cuantos mensajes más hasta que a ambos comienzan a pesarles los párpados del cansancio.

Agoney mete el móvil debajo de su almohada, y durante unos cuantos minutos no deja de pensar en la de cosas que podría preguntarle Raoul. En que quizás tenga que inventarse excusas nuevas para escabullirse.

Quién sabe.

Las miradas vacías chocan, desprecio y soledad.

Nota de la autora:
Pues aquí tenéis el capítulo. Espero que os esté gustando.

Cuidaos mucho, nos leemos pronto 💛

el chico del metro| ragoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora