🕊: trece

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El dolor de cabeza le impide mantener los ojos abiertos. Y las persianas están bajadas del todo. La casa está en silencio. A oscuras. Un jueves muy triste. Muy solitario.

No deja de comerse la cabeza. Se está arrepintiendo de haber tratado mal a Raoul, de no darle explicaciones, pero en parte, siente que no será nunca capaz de dárselas. Nunca fue de contar sus sentimientos, y después de aquello, se cerró en banda completamente, a pesar de que mil veces intentaron forzarle a hablar. Los recuerdos aún le queman vivo, le desgarran el alma en un descuido.

Recordarle sería como romperse en mil pedazos. Recordar sus manos en su cuello. Su risa retumbar en sus oídos. La manera en la que le dejó aquella mañana. Solo. Sucio. Roto.

Abre los ojos, agobiado por sus propios pensamientos. Y busca su móvil entre los cojines de su cama. Su madre le ha llamado varias veces, y Miriam aún sigue enviándole mensajes que no obtienen respuestas.

Quizás no sea la mejor opción. No quiere alejarla a ella también. Al fin y al cabo, es la única persona que verdaderamente se preocupa por él.

Agoney: No estoy pasando por mi mejor momento, ya hablaremos.

Es lo único que consigue escribirle. Le pedirá explicaciones, la conoce muy bien. Y no sabe si se las dará, pero algo se le ocurrirá.

Miriam: Seguiré aquí cuando necesites contarme qué te pasa.

A Agoney se le estruja el corazón. No se la merece. Va a hacerle daño como a todo el mundo. Como se lo ha hecho a su madre. A Raoul.

                                       [🕊]
Para cuando el sol empieza a esconderse, Agoney decide salir de la cama. Aún le duele la cabeza. Aún sigue teniendo ganas de gritar. Pero permanece todo en silencio y a oscuras. Se sienta en el sofá, con una taza de té entre las manos, debatiendo en si será buena idea escribirle a Raoul. Pedirle disculpas por haber sido un capullo. Lamentarse por haberle dicho todo lo que le dijo. Quizás el puto incordio sea él.

Sus dedos acarician las teclas de su móvil, con miedo. No sabe si se arrepentirá luego, pero le escribe un mensaje muy corto. Lo necesita.

Agoney: Raoul, ¿podemos hablar?

Su respuesta tarda varias horas en llegar. Le da miedo leerlo, aunque finalmente lo acaba haciendo.

Raoul: ¿Has dejado ya de ser un gilipollas?

Sus palabras se le clavan como cuchillas. Lo ha sido. Y probablemente volverá a serlo una vez más.

Agoney: Sí.

Otra mentira que ni él mismo logra creerse. No dejará de serlo, volverá a hacerle daño. Intentará alejarle otra vez.

Raoul: Si no te importa, me gustaría que hablásemos cara a cara. Dudo que por mensajes te crea.

Retiene la respiración durante unos segundos. Y ahora qué.

Agoney: Puedes venirte a mi casa. Me siento más cómodo aquí.

Se va a arrepentir. Lo está viendo venir.

Raoul: Vale, envíame la ubicación.

Se la envía con los dedos temblando y el corazón saliendo disparado de su pecho. No ha pensado en la explicación que va a darle. Todo resulta más fácil por mensajes, pero en persona, la cobardía le gana. Le impide pensar con claridad.

                                       [🕊]
Cuando llama a su puerta, a Agoney le invaden los nervios. Y los miedos.

Abre la puerta encontrándose con un Raoul un poco empapado. No se ha dado ni cuenta de que fuera está lloviendo. No se ha molestado ni en levantar las persianas de su habitación, aunque ha encendido las luces.

El rubio pasa en un completo silencio. Ni siquiera se saludan. Y cuando se rozan sus hombros, a Agoney le embriaga su olor. Le va a ser difícil concentrarse. Encontrar las palabras adecuadas.

Se sienta a su lado, aunque mantienen una distancia prudencial entre sus cuerpos. Raoul carraspea, el silencio le desespera.

—¿Vas a empezar a hablar o me has hecho venir para nada? —le pregunta.

Su mirada refleja un rencor que está preparado para afrontar. O eso cree.

—Me gustaría darte explicaciones, me gustaría decirte que no volveré a comportarme como un gilipollas, pero te estaría mintiendo —sus palabras salen atropelladas, está muy nervioso. —Solamente quiero pedirte disculpas. No tendría que haberte dicho aquello. Tu curiosidad no es un incordio, pero no puedo contestarte a todas las preguntas que me haces, Raoul. No puedo.

Raoul ve la sinceridad en sus ojos, pero también ve un miedo que desconoce.

—No nos conocemos de nada, Agoney. No me corresponde que me des respuestas, que quieras desahogarte conmigo —dice y hace una breve pausa. —Lo entiendo, pero no me vuelvas a tratar como una puta mierda. Creo que no me lo merezco.

Agoney asiente. Se encoge un poco en el sofá.

—No sé qué será lo que te está haciendo daño, pero no lo pagues con la gente que nos preocupamos por ti. Me interesas, Agoney. Y aunque me gustaría tener respuestas, prometo no volver a preguntar si seguimos viéndonos. Si seguimos quedando.

No se lo merece. Va a volver a alejarle. Va a volver a hacerle daño. Y no se lo merece.

—No hace falta que te quedes conmigo. No prometo no volver a alejarte porque sé que lo haré. Y volveré pidiéndote perdón otra vez.

Raoul se atreve a romper un poco la distancia que les separa.

—Pues tendré que asumir el riesgo.

Quiere gritarle que no lo haga. Uno de los dos saldrá perdiendo. Y no quiere hacerle daño. No quiere.

—¿Por qué lo haces? —le pregunta, aunque en el fondo sabe la respuesta.

—Porque sé que me necesitas. O que necesitas a alguien con quien pasar el rato, no lo sé. Pero no voy a dejarte, Agoney. Espero que lo tengas claro.

Agoney suspira con frustración.

—Me voy a ir a casa, ¿vale? —le dice con voz suave. —Si necesitas algo, llámame.

Le escucha levantarse del sofá. Quizás sea muy pronto para pedirle que se quede con él. No se conocen de mucho. Pero no quiere volver a pasar la noche solo. Quiere callar unas horas a sus demonios internos. Tanta oscuridad le sobrepasa. Le hace daño.

—Raoul —su nombre queda suspendido en el aire unos segundos. —Quédate.

Nota de la autora:
Pues aquí tenéis el capítulo. No sé cómo estaréis viendo la historia hasta ahora, pero espero que os esté gustando. Ahora sí empezará a haber más interacción con Raoul, os lo prometo.

Cuidaos mucho, nos leemos pronto 💛

el chico del metro| ragoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora