🕊: once

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El capítulo puede contener escenas de ansiedad, violencia, etc. Leéis bajo vuestra responsabilidad.

—Por favor, para —dice emitiendo un sollozo que le sacude el cuerpo.

Sus manos vuelven a rodear su cuello. Y le sigue penetrando con una fuerza que le hace temblar. Grita de dolor. Quiere que pare pero ni siquiera le escucha. No le reconoce. Y en esos momentos desea con todas sus fuerzas desaparecer para siempre. Dejar de sentir.

Se despierta llorando. El temblor sacude su cuerpo. Le cuesta respirar. Y su imagen no deja de repetirse en su cabeza una y otra vez. Ya no sabe qué hacer, no sabe cómo parar esa sensación de debilidad constante, de miedo. Últimamente las pesadillas son cada vez más frecuentes, más reales, y no quiere volver a pasar por eso. No ahora que está solo.

Su móvil vibra bajo su almohada. Son las 2:30 de la madrugada.

Raoul: Agoney, ¿podemos hablar?

No puede. Quiere alejarle antes de que sea demasiado tarde para hacerlo.

Agoney: Raoul, será mejor que no vuelvas a escribirme.

Su respuesta tarda en llegar.

Raoul: ¿Qué estás diciendo?

Agoney cierra los ojos, calmando su respiración. Le está costando más de lo que hubiese imaginado.

Agoney: Que no vuelvas a escribirme. No quiero volver a verte.

Raoul teme haberla cagado con él, y es que a pesar de conocerse de hace unos días, siente una conexión brutal con el canario.

Raoul: Siento haber insistido en la pregunta. No tendría que haberlo hecho.

Está a punto de perder los papeles, de dejar explotar la bomba de relojería que lleva dentro, no puede más.

Agoney: Joder, Raoul. Simplemente quiero que te alejes de mí porque eres un puto incordio con tu curiosidad de mierda. Pierdes el tiempo intentando sacarme respuestas que no pienso darte, a ver si lo pillas ahora.

Raoul reprime las lágrimas. No es nada nuevo para él que la gente le diga que es muy pesado, que su curiosidad es un jodido incordio. Pero aún así, leerlo por parte de Agoney le duele más que cualquier otra cosa.

Raoul: Perfecto, no vuelvas a buscarme cuando dejes de ser un puto gilipollas.

Agoney bloquea el móvil y lo lanza lo más lejos que puede. Siempre hace lo mismo. Siempre aleja a las personas que muestran un mínimo interés por él por el miedo que le genera su propia situación, por no saber controlar lo que siente. Y quiere gritar. Arrancarse la piel para calmar el dolor que siente dentro. Ese que lleva años quemándole, haciéndole daño.

Se levanta de la cama y se dirige al baño. Se le llenan los ojos de lágrimas cuando ve su reflejo en el espejo. Ve el cansancio y la derrota. Las ganas de que toda esa sensación desaparezca de golpe porque necesita un descanso. Necesita parar sus propios pensamientos aunque sea una simple hora. No puede soportarlo más.

Se arrodilla frente al váter y vomita. Vomita el miedo. Su propia cobardía. Y las arcadas se oyen en mitad del silencio. Y solloza. Tanto que se sacude de manera violenta. Le pesa su propio cuerpo. Y se sienta en el suelo.

Se pasa el resto de la noche en vela. Con la casa a oscuras y la tenue luz del baño. Y las arcadas que le impiden dormir. El miedo que una vez más ha conseguido apoderarse de su cuerpo. La cobardía por no contarlo.

Vivir huyendo.

Nota de la autora:
Pues aquí tenéis el capítulo. Os aviso de que no todo será tan bonito en esta historia, aunque poco a poco.

Espero que os esté gustando. Nos leemos pronto 💛

el chico del metro| ragoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora