Para cuando febrero llega a la ciudad madrileña, Agoney se encuentra mejor. O al menos eso piensa aparentar. Ha quedado con Miriam en una cafetería de la zona. Le debe explicaciones. O excusas. No lo sabe muy bien.
La gallega lo acoge entre sus brazos cuando le ve llegar. Le ha echado de menos.
—A la próxima me avisas si vas a desaparecer tanto tiempo —le dice y espera a tenerlo frente a ella para estirar sus manos y coger las suyas.
Están frías. Y al tacto no son agradables. Ve también sus ojeras. La palidez de su rostro. Sabe que por más que lo intente, no está bien.
—Lo siento, lo necesitaba —es lo único que es capaz de decirle.
Miriam asiente. Espera sus explicaciones impaciente.
—¿Me lo vas a contar o voy a tener que sacar mis propias conclusiones?
Agoney tiene que calmarse a sí mismo. No ha pensado en qué explicaciones darle. Está muerto de miedo.
—Simplemente no me encontraba bien, Miriam. Han estado pasando cosas en casa y echo de menos estar allí.
Suena convincente. Otra mentira de tantas para no explicar lo que le está quemando por dentro desde hace años.
—Joder, Agoney. Podrías haberme explicado esto antes, lo hubiese entendido —le dice la gallega, manteniéndole la mirada.
Teme que se dé cuenta de que le está mintiendo, que en verdad hay otros motivos, pero cambia tan rápido de tema que ni siquiera la ve venir.
—¿Y con Raoul qué? —le pregunta, interesada.
No sabe a qué se refiere.
—¿Qué quieres decir?
—¿Habéis hablado? —dice y hace una breve pausa. —Parecía preocupado por ti la otra noche.
—Me disculpé con él y se quedó en casa —las palabras salen apresuradas de su boca.
La expresión en la cara de la gallega refleja sorpresa.
—Perdona, ¿he oído bien?
Agoney asiente.
—Vamos a ver, ¿ha dormido contigo? —le pregunta, con prisas.
Agoney vuelve a asentir. La situación comienza a resultarle graciosa.
—Qué calladito te lo tenías, cabrón. Ya estás igual que Nerea —dice y rueda los ojos.
El canario no quiere seguir hablando de él. Decide cambiar de tema.
—¿Qué pasa con Nerea? —le pregunta y le da un buen sorbo a su taza de té.
—Que al parecer está de rollo con alguien, pero no me lo quiere decir.
—¿Y tú eso cómo lo sabes?
—Pues porque la oigo en su habitación, Agoney. Tonta no soy —dice y niega con la cabeza repetidas veces.
Agoney suelta una carcajada que hace vibrar hasta a su alma. Llevaba tiempo sin reírse de esa forma.
—Venga ya, Miriam. Seguro que estás sacando conclusiones precipitadas.
—Que no, coño —dice y chasquea la lengua.
El resto de la tarde transcurre entre risas y preguntas de Miriam sobre Raoul, aunque no recibe grandes respuestas. No quiere entrar en detalles. No quiere que sepa que se muere de ganas de volver a verle.
—Hablando del rey de roma —dice Miriam y sonríe. —acaba de escribirme.
Se le acelera el corazón. Lo disimula muy bien.
—¿Desde cuándo hablan tanto? —pregunta, interesado.
—Desde que tú decidiste desaparecer.
Agoney asiente. La gallega le dedica una sonrisa.
—Me está preguntando si estoy haciendo algo, le he dicho que estoy contigo. ¿Puedo decirle que venga?
El canario ni se lo piensa.
—Claro —dice y comienzan a hacerse presentes los nervios.
La gallega escribe muy rápido. La respuesta de Raoul tampoco tarda mucho en llegar.
—Me ha dicho que en 10 minutos estará aquí.
Asiente. Y su corazón sale disparado de su pecho cuando le ve entrar. Sus mejillas sonrojadas por el frío. Las manos en los bolsillos de su sudadera. Miradas cómplices.
No saben cómo saludarse. Saben que ya no es pronto para darse dos besos, pero tampoco se arriesgan. Se sonríen a la distancia. Raoul ocupa sitio en medio de ambos.
—¿Vienes de la estación? —le pregunta.
—Sí, hoy no ha habido mucha gente.
Quiere preguntarle qué tal le ha ido el resto del día. Quiere que le cuente el final de la película que han visto juntos, pero se lo guarda. Ya le preguntará por la noche.
—¿Vosotros qué tal estáis?
Raoul no puede evitar mirar a Agoney. Su pregunta va más dirigida a él. Y ahora que la luz dorada que entra por el ventanal baña su rostro, puede apreciar las ojeras que adornan sus ojos. La palidez. Las horas perdidas de sueño. No va a creerle si le dice que está bien.
—Pues aquí, agobiada con todo el rollo de la universidad —Miriam es la primera en contestar.
El rubio asiente y coincide con ella. Espera impaciente la respuesta del canario.
—Yo estoy bien —es lo único que dice.
A Raoul se le escapa un suspiro. Ya le ha pillado la mentira dos veces. Supone que es su coraza.
—¿Haréis algo luego? —se atreve a preguntar.
Quiere que Agoney le diga que no para tener una excusa e invitarle a su casa. Quiere tenerle cerca. Cuidarle. Le sale solo.
Miriam nota la mirada preocupada de Raoul. La manera en la que mira a Agoney. Entiende que lo mejor es dejarles solos.
—Yo tengo cosas que hacer —contesta la gallega.
—¿Y tú Agoney? —pregunta al ver que el canario no ha emitido respuesta alguna.
Se lo piensa unos segundos. Piensa en la oscuridad de su casa, el silencio. Sus pensamientos ensordecedores.
—No voy a hacer nada luego —dice y le da un último sorbo a su taza.
Raoul sonríe. El brillo en sus ojos. A Agoney se le encoge el corazón.
Le da vértigo lo que está empezando a sentir porque le está dejando entrar demasiado en su vida. Está compartiendo su tiempo. Su espacio. Y le da miedo lo que pueda pasar luego.
Le da miedo dejarse llevar, que se descubra su verdad.
A tragos, a tragos...
Nota de la autora:
Pues aquí tenéis el capítulo. No sé si se os estará haciendo muy larga la historia, pero bueno.Nos leemos muy pronto 💛
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el chico del metro| ragoney
Fiksi Penggemar22:00 p.m. Último metro. Miradas cómplices. Y quedarse con las ganas.