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Amanecí con un fuerte dolor de cabeza, así que camine hasta la cocina tambaleándome  y con ganas de vomitar. Mi madre estaba seria parada al lado de Matías, el cual comía su desayuno en paz.

-Ropa húmeda y embarrada. Mis zapatos estropeados, tienes una terrible resaca y quemaste ropa. ¿Qué sucedió?

La miré con odio pero entonces solo balbuce unas palabras.

-Nada.

-¿Nada? ¿Estas loca? ¿Qué paso? Me lo dices ahora. ¿Qué es lo que te pasa Emma? ¿Este es el ejemplo que le das a tu hermano? Habla.

-Adán, mi mejor amigo, tubo sexo conmigo y tan solo dijo que no soy nada más ni nada menos que su amiga. Me pelee con Lucas, el cual me llamo puta. Mis amigas me dieron aliento y me abandonaron en la parada de colectivos. Me volví sola y estoy completamente destruida.

Mi mamá se lleva la mano a la boca y niega con la cabeza.

-¿Adán? Le di de comer en la boca. ¿Perdiste la virginidad con él?

-Sí. Y no sabes cuan mal me siento. Me siento estúpida e inútil.

Mi madre se acerco a mí y me dio un buen cachetazo. Comencé a llorar y me desplome en la silla. Mi hermano observaba todo triste y enojado.

-Vamos Matías que te llevo al instituto.-Él se levanto y tomo de la mano a mi madre. En segundos me encontraba completamente sola en casa.

Tome la taza de té de mi hermano y la estampe contra el suelo. Se hizo añicos y yo comencé a gritar. A llorar y gruñir con odio. Vergüenza, esa era la única palabra que tenia para expresar lo que sentía hacia mí.

Intente comunicarme con Lucas, pero nunca respondió a mis llamados.

Deje el celular sobre la mesa de la cocina y entonces respire tranquila y pausadamente.

-Tranquilízate.

Tome una hoja de diario y metí adentro los pedazos de la taza que rompí.

La tire al tacho de basura y camine hacia mi habitación. Revolví entre las sabanas y encontré mi paquete blanco de cigarrillos. Abrí la ventana del cuarto, que daba contra la calle, y comencé a fumar. Uno tras otro, como si fueran caramelos. 

Arroje lo que quedaba del cigarrillo afuera y camine hacia mi armario. Abrí la puerta y choque con mi reflejo.

¿Quién podría enamorarse de mí? 

Cierro la puerta con violencia y me cambio de ropa. No pienso ir al colegio. No hoy.

Me pongo un pulóver bordo, con unas calzas grises. Mis botas y me peino un poco. También me maquille. Tomo mi móvil y salgo a la calle.

Camino despacio, triste y sola. Como si tuviese que arrastrar una pesada piedra. Una piedra que no me abandona. En ella esta ese recuerdo que no me abandona, y se le suman otros y otros más. Es un castigo, el castigo que yo misma me doy. Quiero parar, pero no puedo dejar de pensar.

Llego a la plaza y coloco mis audífonos, me recojo el cabello en una cola y comienzo a correr. Correr y correr, como si atrás de mí hubiera un dragón escupiendo fuego. Podría imaginarlo gigante y de color morado, con unas alas extravagantes y escupiendo fuego y un rugido de su gigante boca. Unos dientes amarillos y afilados. Pero esa fantasía es remplazada por los besos de Adán. Podía sentirlos aun en mis labios y cuerpo. Parecía que me quemaban. Entonces acelere el paso. Los árboles se abrían ante mí. Las hojas otoñales volaban de aquí para allá. Había varias personas trotando o ejercitándose y me miraban con cautela cuando pasaba por su lado.

Entonces tropiezo y caigo de bruces al suelo. Mis manos se raspan con las piedras que constituyen un camino. También me ardían las rodillas. Me siento en el suelo y me pongo a llorar. Me quito los audífonos y los tiro a mi lado.

-¿Estas bien?-Escucho una voz femenina, volteo. Era una anciana con un bastón, mirándome fijamente a través de sus anteojos.

-Sí. Solo unos raspones. Nada grave.

-¿Por qué lloras entonces?

-Porque mi mente no deja de torturarme.

-Eres joven y hermosa. Habrá muchas cosas aguardándote en el futuro. Vive el presente.

-Gracias. Aunque hay errores o recuerdos que no se pueden superar y olvidar. Permanecen ahí, repitiéndote lo miserable que eres.

-Tu controlas tu mente. No ella a ti.

Me levanto del suelo y miro a la anciana que sonríe.

-Suerte.

-Gracias-Le regalo una sonrisa. Me froto la rodilla dolorida, en la cual el hueso sobresalía como de costumbre. En la calza gris apareció una mancha de sangre. Pero no importaba ese raspón, continué corriendo.

Llegue a casa y me tumbe en el sillón de cuero blanco. Tome un vaso de agua helada, para refrescarme. Entonces me dormí en el sillón.

Por la noche mi hermano y yo ya habíamos cenado. Mientras él miraba televisión, comencé a sentir un sentimiento de culpa y remordimiento. ¿Porque? Porque había comido. Jamás me pasaba eso. Siempre comía y ya. Pero esa vez, sentía la enorme necesidad de escupir esa comida.

Me pongo de pie y cuando camino hasta el baño con la mano en el estomago, mi madre aparece.

Quito la mano y la miro.

-¿Qué haces?

-¿Ves que estoy haciendo algo?

-A mi no me contestas de esa manera.

Se me acerca y me mira a los ojos. Entonces me ignora y saluda a mi hermano. Deja sus cosas sobre la mesa y acomoda en la alacena algunas galletas y latas de comida.

-¿Por cuánto tiempo seguirás enojada? Como si tu fuese la que sufres, como si yo tuviese la culpa. Como si hubiese hecho algo malo. Soy yo la que debe estar enojada y triste, no tu. No conmigo.-Le digo gritando.

-Me traicionaste. Confiaba en ti. Te di todo y así me pagas.

-Estaba enamorada, no sabía que hacer. Solo me deje llevar. No quería dañarte a ti. Lo hice por mí, no para hacerte enojar. Soy yo la que esta mal y tu te enojas. Podrías ayudarme en mede de estar perjudicándome más.

-No te hagas la victima nena. Ya deja de discutir y vete a dormir. Tu también Matías-Mi hermano deja el control remoto en la mesa y entra primero al cuarto. Le doy la espalda a mi madre y me voy a la cama. 

♣Adolescentes destruidos☩Donde viven las historias. Descúbrelo ahora