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El consultorio donde toda mi vida me atendí se me hizo extraño. Era un pequeño edificio de tres plantas llena de habitaciones. Yo estaba sentada en el pasillo, hablando por mensaje con Benjamín, mientras mi madre sentada a mi lado, trataba de ver los mensajes.

Había un montón de niños pequeños y algunas chicas de mi edad, también chicos, sentados esperando.

Era aburridísimo, pero al hablar con Benjamín, me sacaba una sonrisa.

De repente la puerta de la habitación en la cual debía entrar, sale una chica. Tendría mi edad un poco menos. Estaba totalmente pálida, con el cabello, celeste, descuidado tapándole la cara. Tenía una campera pesada sobre sus hombros y unos jeans azules rotos, que le quedaban grandísimos.

Era demasiado delgada. Quede impactada. Después de verla me sentía súper gorda, también entre de alguna manera en pánico. Tenía unos cables dentro de la nariz y otro en su muñeca conectados a un suero.  Estaba muy demacrada. No quería quedar así. Pero me gustaba.

Mi doctora, una señora de unos cincuenta años regordeta, ve una hoja y me llama.

-Emma. Oh Dios que delgada. Estas hermosa. Hace tanto que no vienes por aquí.

Camine hacía ella y bese su mejilla. Mi madre paso detrás de mi. Miré sobre mi hombro a la chica que se alejaba. Me gustaría hablar con ella. Saber de su vida.

No sonreía, estaba tan confundida.

-Díganme que las trae aquí.

-Fabiana-Comenzó a decir mi madre, puse mis ojos en blanco y trate de no gritarle-estuvo internada en el hospital por culpa de su enfermedad. Tiene-Entonces se echa a llorar-anorexia. Esta pálida y demacrada. No come nada y esta de malhumor.

Entonces Fabiana me miró a mí.

-¿Qué dices?

-Nada. Es la verdad. Y así me mantendré por mucho tiempo.

-Es muy riesgoso. No deberías de correr estos peligros, eres joven y te queda mucho por vivir. Te estas arruinando.

-No importa. Ya no.

-Desvístete.

Entonces así lo hice. Me quite la ropa, hasta quedar con mi sostén y bombacha rosa.

Mi mamá no me miró. Mantenía la mirada fija en uno de las fotos de Fabiana que estaban en su escritorio.

-Recuéstate.

Me acosté sobre la camilla negra. Entonces las calientes manos de la doctora hacen presión sobre mí estomago.

-¿Duele?

Asiento con la cabeza. Ella me provocaba puntadas. Comenzó a tomarme el cuerpo y preguntar si dolía o no.

-¿Tienes tu periodo?

Miré a mi mamá, la cual me daba la espalda.

-No. Tendría que tenerlo hace dos semanas. Pero no.

Me hace caminar hasta la bascula.

Y antes de subirme arriba de la misma, me quita el cabello de la espalda y acaricia mi piel.

-Te tatuaste-Lo había olvidado. No me dolía, ni lo sentía.-Es hermoso.

-¿Qué?

Mi madre se levanta de la silla y me mira.

-Por Dios santo, estas demasiado delgada y con un tatuaje. ¿Cuándo te has tatuado?

♣Adolescentes destruidos☩Donde viven las historias. Descúbrelo ahora