Pequeño y rubio

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"Mira cómo bailo". Veía a una niña de largas melenas oscuras. Sonreía mientras hacía danzar su vestido rosa. Se paseaba hacia a un lado, luego al otro y luego detenía su atención a un conjunto de macetas vacías que había distribuidas sobre la hierba del jardín. "Toma, Nico, tú vas a plantar las amarillas" decía mientras le prestaba una de las macetas. "Yo me pido las blancas". Se sentó en el suelo mirándolo de cara. "Peeeero...". Alzó su dedo índice. "Primero tenemos que ir a buscar pinturas. Tenemos que escribir nuestro nombre aquí" señaló el cuerpo de la maceta que tenía en la mano. "Si quieres puedes hacer dibujos. Pero no la pintes toda o tu nombre no se verá". Miraba contenta las flores de todo tipo que tenía enfrente. "Ahora vengo" se levantó con intención de ir a buscar las pinturas, pero todo empezó a distorsionarse. La imagen de ella corriendo hacia la casa se hizo borrosa. El sol de aquel brillante día empezó a ocultarse. "¿A dónde vas? ¡Vuelve, Becca, vuelve!"

—Vuelve...—había vuelto a despertar de mala manera, con la misma ropa que tenía puesta cuando se fue a dormir. Se sentó apoyándose a la cabecera de la cama y miró al techo dejando escapar un suspiro. Dejó pasar tres segundos e hizo ademán de levantarse. No lo hizo sin antes abrir el cajón de la mesita de noche que quedaba a su lado y sacar un pequeño frasco de pastillas. Dejó caer una en la palma de su mano y se la puso en la boca para tragársela.

Antes de hacer nada más, escuchó unos gritos provenientes del exterior. Se escuchaban poco, quedaban amortiguados tras el vidrio de la ventana. Se levantó con curiosidad y echó un vistazo a fuera. Divisó al instante una mujer alta y flaca; rubia, con el pelo recogido, y vestida como si fuera la mujer del presidente. A su lado, un muchacho que no tardó en reconocer, delgado y pequeño como un preadolescente. Pronto descubrió que los gritos iban dedicados a él. Un hombre grande y robusto, entrajado, era el que bramaba. Le decía cosas que no podía adivinar desde su posición pero se le veía muy enfadado y no parecía importarle montar una escena en plena calle. La mujer permanecía con la cabeza en alto y las manos cruzadas bajo su vientre mientras dejaba que los otros dos protagonizaran la acción.
Nico estuvo observando un rato hasta que la mano de aquel hombre impactó en la mejilla del muchacho. No lo pensó. Arrancó a paso rápido, saliendo de su piso y bajando las escaleras a toda prisa para acabar saliendo a la calle.

—¡Eh!

Llamó la atención de los tres individuos. No detenía sus pasos. Fue directo a ellos sin siquiera mirar al cruzar la calle. Estaba más impulsado por la ira que cualquier otra cosa.

—¡¿Qué mierda cree que hace?! ¡No puede ir pegando a la gente como si fueran objetos!

—¿De dónde ha salido este imbécil?

La mujer se encogió de hombros. El pequeño rubio solo hacía cara de pánico.

—¡Ponle otra mano encima y llamo a la policía!

Al hombre se le salieron los ojos de las órbitas en un ataque de cólera. Parecía hincharse de aire para soltarlo de un grito.

—¡Tú no vas a decirme qué debo hacer con mi hijo! ¡Maldito hijo de puta! ¡Lárgate! ¡Fuera de mi vista!

Nico se le acercó amenazante. Aunque ese señor ocupará cinco veces su cuerpo no le daba ningún miedo. Le miró fijamente a los ojos.

—He dicho que como vuelva a ponerle un dedo encima se irá de culo a la cárcel.

Ese hombre estuvo a punto de levantar su enorme manaza para cogerlo del pescuezo, pero la gente empezó a aparecer. Algunos vecinos salían al balcón para ver qué sucedía, otras personas se dirigían al parque, la entrada del cual era ocupada por ellos. Se habían convertido en el centro de atención en pocos minutos.

AMÉN, NICO, AMÉNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora