AIKA
Se sentía diferente. Su cuerpo estaba repleto de energía, su piel volvía a ser suave y en su cuello no había ninguna marca. Hacía un sol radiante. El aire fresco le acariciaba como si fuera tela de seda. Los árboles movían sus hojas con delicadeza hacia la derecha. Se giró despacio, como si cada acción estuviera amortiguada por un cojín de plumas. Allí vio a Blake, con una sonrisa resplandeciente, sentado en el suelo, con las piernas colgando por el precipicio. Le estaba ofreciendo un pistacho, con su cáscara ya rota. Aika lo cogió y se sentó a su lado para imitarlo y pasar los segundos comiendo y mirando las aguas tocando las rocas de abajo. Recordó aquel día en el lago Nemi. Habían dejado las bicicletas robadas apoyadas a los árboles de atrás. Entonces, se permitían hacer aquellas escapadas porque aún tenían forma de vivir como un par de pequeños rebeldes.
A veces, exploraban todos los alrededores de la capital. Iban a la playa, subían las montañas, corrían por los pueblos más pequeños y las fincas con grandes extensiones de viñas. Acariciaban los perros que se encontraban sueltos y se comían las uvas que salían durante la temporada sin que el amo de las tierras se diera cuenta. Aquellos días eran un especial recuerdo para Aika. Pudo ver a Blake sonreír durante cortas épocas y, con solo eso, tenía suficiente para sentirse feliz.
De pronto, se vio a él mismo agarrado a las manillas de la bicicleta. Su amigo iba por delante, a gran velocidad, mientras movía su boca, cantando en francés una canción que no podía escuchar. La imagen había quedado en mute. Solo podía imaginarse su voz. Y en eso, una bandada de mirlos le nubló las vistas. Tuvo que detenerse en medio del camino. Blake había cruzado y no podía verle. Por mucho que intentara atravesar aquella nube negra, las aves no le dejaban. Un nudo de inquietud se le formó en el pecho. Aquello no era real. Le frustró demasiado y no tuvo más opción que detener el sueño.
Abrió los ojos. Su cuerpo perdió toda aquella energía, su piel dejaba de ser suave. Supuso que volvía a tener el tatuaje en su cuello. Pero se centró en lo que vio a primera vista, un techo. Miró a su alrededor, sin ánimos, y vio entrar por la puerta a una chica de, más o menos, su misma edad.
—Dudaba de si ibas a despertar—dijo ella, acercándose a la cama. Aika gimoteó sin más lágrimas que pudiera soltar.
—Déjame ir.
Ella frunció el ceño, y se sentó en una silla de madera, sucia y medio rota.
—Eres un rosso.
—Me importa un rábano—volvió a quejarse él.
—Puedo intentar curarte.
—¡No quiero!—exclamó, haciendo que su voz desapareciera al terminar.
—Intenta quererlo. No todo es tan horrible.
—Vete a hacerle de samaritana a otro. No me conoces.
—En realidad sé bastante sobre ti—dijo desgarrando un largo trozo de tela de un trapo de cocina que ya llevaba al entrar—. Es normal, eres el único traidor que sigue vivo. Y ayudarte me acaba de convertir en una rosso a mí también. Soy un poco estúpida, pero no pude evitarlo.
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AMÉN, NICO, AMÉN
Ficción GeneralNico vive atrapado en un trauma de infancia que mantiene oculto y callado en su cabeza. Cree haber empezado una vida nueva, lejos de todo lo que le había hecho mal, pero el encuentro con un chico llamado Elliot le regala una pista de algo que podría...