L'italiano

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JAGO

Aika puso en la caja de madera las piezas de dominó que Nico había dejado allí tiradas. Tenía un peso encima. Tal vez aún estuviera cansado de la siesta o la tostada de chocolate con aceitunas le había sentado mal. Jago se había dado cuenta de eso. Tenía mal aspecto y no le gustaba verle así.

—Entonces, ¿cuántas veces has asesinado a alguien?—preguntó como si hablara de una nimiedad. Aika le miró con la nariz arrugada.

—Las que fueron necesarias para sobrevivir. Nunca me excedí.

—¡Qué alivio! Por lo visto estoy a salvo—dijo en plan broma para que sonriera un poco. Aika hizo una mueca fingida. No funcionaba. Entonces se dejó de estupideces y optó por la opción fácil: ser él mismo. Buscó entre los CD's que tenía acumulados bajo el mueble de la radio y encontró el indicado. Lo puso en la máquina y esperó a que empezara a sonar la canción para cantar las primeras palabras—.  Lasciatemi cantare...

Pausa. Había cerrado los ojos y cerrado su puño con emotividad.

—...con la chitarra in mano.

Otra pausa. Cambió su pose.

—Lasciatemi cantare—le miró con una sonrisa—. Sono un italiano.

Aika quedó estupefacto. Terminó de cantar aquellas primeras líneas acapella y se puso a bailar justo al empezar la melodía de la canción, como si se paseara de forma cómica por la estancia, pero se lo tomaba muy en serio. Y, por supuesto, sin dejar de cantar la letra.


LESLIE

Amaba el sonido de los tacones de sus zapatos. Retumbaban contra las paredes estrechas de aquel pasadizo, manchadas de sangre. Los guardias caían tras él como reacción a los disparos que acaban de recibir. Leslie sonreía con la mirada al frente. No le hizo falta nada que le cubriera o le hiciera de escudo. Todos los hombres eran lentos al levantar sus armas. Él se los pulía de un solo tiro.
Los fluorescentes del lugar parecían perder energía a cada paso que daba.


JAGO

Lasciatemi cantare
Con la chitarra in mano
Lasciatemi cantare
Una canzone piano piano

Movía sus hombros de forma tan exagerada que Aika se puso a reír. Sabía que iba a funcionar, aunque fuera la primera vez que hacía el loco de esa manera frente a alguien.

Lasciatemi cantare
Perché ne sono fiero
Sono un italiano
Un italiano vero

Se arrodilló al decir la última frase del estribillo y aprovechó el momento para quitarse sus queridos zapatos italianos, hechos a mano, como siempre le gustaba presumir, y los lanzó a los pies de Aika para informarle que el asunto iba a subir de nivel.


LESLIE

La sala que quedaba a su izquierda parecía completamente vacía, pero él sabía bien que no era así. Entró con una sonrisa de oreja a oreja y miró fijamente el escritorio que había al final de aquel despacho. Caminó lentamente con el arma colgando al final de su brazo, balanceándose tranquilamente, y se detuvo cuando quedó justo al frente de la mesa.

—Buongiorno.

La cara asustada de Bernardo Arcangeletti apareció de detrás del mueble.


AIKA

Le calze nuove nel primo cassetto
Con la bandiera in tintoria
E una Seicento giù di carrozzeria

Aika se levantó con una sonrisa pícara y se unió al canto de su compañero, que parecía divertirse mucho.

Buongiorno Italia, buongiorno Maria. Con gli occhi pieni di malinconia...

Jago le hizo una señal para que también bailara con él y cuando estaba por empezar de nuevo el estribillo, se pusieron espalda contra espalda como dos estrellas de rock, cantando a todo pulmón algo que no venía a cuento.

Se envolvieron en una burbuja de liberación estúpida. Hacer el idiota de aquella manera les servía a ambos para sacar una gran carga que llevaban dentro y desconocían. Durante aquellos instantes, solo se preocuparon de sentirse bien, provocando ellos mismos una brisa de felicidad que se iba a hacer efímera en cuanto la canción cesara. Cómo desaprovecharlo.


LESLIE

—No, por favor, ten piedad. Por favor—rogaba Arcangeletti como un puerco a punto de ser sacrificado. Lloraba a moco tendido. Leslie levantó su arma y se acercó a su oído sin dejar de sonreír.

—No se juega con Di Addezio.

—¡Fue un error! ¡Fue un error!

Y el disparo fue directo a su cráneo. Sus alaridos callaron.



NICO

Cuando la mujer le vio entrar en la habitación quiso levantarse y llamarlo, pese a su mal estado y la máscara que llevaba para respirar. Nico siseó mientras se acercaba para que no hablara y le agarró de la mano para que se tranquilizara. Estaba muy enferma, según le había dicho Marcos, pero no imaginaba que fuera a verse tan mal.

—Idara.

Ella lo miró, dando una ahogada inhalación y le apretó la mano. Intentó pronunciar unas palabras.

—Has cambiado mucho.

Nico asintió ligeramente. No le dijo nada. No sabía qué decirle. Se sentía obligado a permanecer allí aunque solo fuera unos minutos. No sentía que su presencia fuera de ayuda. El monitor parecía estar contando los segundos de silencio que se alargaban. Empezaba a ponerle nervioso.

—Agradezco...—musitó con una voz ininteligible—...que hayas venido. Quería verte antes de partir.

Él no observó su rostro, bajó la mirada sin intentar disimular lo pesado que se le hacía estar allí.

—No vine por propia voluntad.

—Lo imaginé—contestó con una sonrisa—. Eso no...—hizo una pausa para recuperar aire—...no quita que te quiera tanto como a Marcos.

—Estás siendo injusta.

—¿Por qué?

—Él es tu hijo. Merece...

—Por supuesto—le interrumpió provocando que sus pulsaciones aumentaran un mínimo—. Perderle a él sería más doloroso que perderte a ti, si es a lo que te refieres.

El azabache asintió y tragó saliva. No estaba cómodo, allí, viendo como la mujer que le había cuidado durante años, joven y moribunda, le hablaba con unas fuerzas que no tenía. 

—Ayúdale—dijo ella de la nada—. Ayúdale a vivir por algo, Nico.

Sabía que se refería a Marcos, pero no sabía cómo tomar aquella petición. Ni siquiera él sabía cuál era la causa de vivir. ¿Y cuál era la necesidad de mentirle diciendo que lo haría? ¿Hacerle creer que su hijo sería feliz y así ella poder marcharse en paz? Era ridículo. Ni ella se lo habría creído. Negó ligeramente y miró sus ojos oscuros, rodeados de una piel pálida y azulada.

—Esto es eterno—dijo Idara, mirando el techo y, cinco segundos después, cerró los ojos.

Nico se deshizo de su mano y se apartó. Tan solo haberla dejado hablar durante aquel poco rato la había agotado.

Se acercó a la pantalla del monitor para ver las líneas que iba trazando la lucecita verde. Se le hacía raro que aquello significara algo tan importante. El sonido que emitía era peor que el mismo silencio. Siguió, con la mirada, el cable del respirador hasta el enchufe de la pared. Se agachó para llegar con la mano y lo desenchufó sin pensarlo. En poco tiempo el "pip" de la máquina empezó a acelerarse. Idara abrió los ojos como símbolo de socorro. Se quedaba sin aire. Sus ahogos parecían dolorosos. Y, en cuanto su corazón no tuvo freno, sonó el fin. El continuo pitido, la línea recta de la pantalla, que se filtró en los oídos del azabache.

AMÉN, NICO, AMÉNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora