NICO
La voz del sacerdote empezaba a hacerse pesada y repetitiva. Se había tragado casi una hora de misa, con el ataúd casi delante de sus narices. Permanecía de pie en primera fila, justo al lado de Marcos, quien estaba en la esquina del centro para poder subir a hablar y decir unas última palabras para su madre. Cuando hubo terminado, todas las personas de la iglesia empezaron a hacer el recorrido para plantarse delante de ellos y el resto de la familia y darles el pésame, la mayoría con un apretujón de manos. Luego, llegó el momento de subir al coche de Marcos y dirigirse al cementerio.
Ambos vestían de negro, más arreglados que nunca. Nico se sentía fuera de lugar.
—Fuiste a verla, ¿verdad?—dijo Marcos, apoyando sus manos al volante después de abrocharse el cinturón.
—Sí.
—¿Cómo estaba?
—Estaba contenta de verme.
—Me parece que estaba reservando el último aliento para ti—volvió el chico, agarrándose al asiento de Nico y mirando hacia atrás para sacar el coche del aparcamiento—. No sé cuánto más habría aguantado. Gracias por ir.
Nico asintió. Por un momento quiso confesarle que fue él quien mató a Idara al desconectarla de la máquina del hospital, pero no abrió la boca. Tal y como le había dicho ella, lo que debía hacer era ayudar a Marcos. Ya le había quitado un peso de encima. Ahora estaba libre y no tenía que hacerse cargo de nadie. Solo faltaba sacarlo de la monotonía de su vida. Tal vez podía mudarse a otro sitio, conocer mundo o buscar pareja. Cualquier cosa. Necesitaba convencerle de empezar una vida sana, por el bien de su salud mental.
—¿Qué harás ahora?—le preguntó para iniciar con su misión.
—No tengo ni idea—dijo mirándole y esperando que tuviera algo planeado.
—¿Venderás la casa?
—Ya te lo dije, Nico—suspiró con los ojos en la carretera—. Esa casa...
—No es para ti—le interrumpió el azabache.
—¿Me lo dices tú? Vives en casa de tu amigo.
—Yo no tengo remedio.
Marcos miró por la ventanilla, decepcionado. Negó ligeramente y volvió a su posición.
—Me gustaría saber de tu vida, ¿sabes? Eres mi hermano.
A Nico se le hizo un nudo en la garganta. Sí, era su hermano y a la vez no. Cuando eran pequeños era más fácil contarle las cosas, pero los tiempos habían cambiado y ellos también. A veces no comprendía porque las cosas parecían tan difíciles. No entendía porqué nunca fue capaz de hablarle de sus sentimientos o de lo que pensaba. Al fin y al cabo, Marcos ya sabía todo de él y, sin embargo, ni una sola vez habían hablado de las malas experiencias que habían vivido.
—¿Qué quieres saber?
—¿Me dejas hacerte preguntas?
—No prometo responderlas.
Marcos sonrió ligeramente y empujó la cabeza de Nico con su mano.
—¿Eres feliz?
Nico se encogió de hombros aunque sabía que se trataba de un "no" rotundo. Pocas veces fingía, pero cuando lo hacía, lo hacía bien.
—¿Estás conforme?—volvió.
—No del todo.
—¿Qué necesitas?
Nico bajó la ventanilla de su lado.
—No me gusta dejar cosas a medias. Hasta que no termine lo que debo hacer no estaré conforme. Pero no necesito nada.
—No preguntaré qué es eso que tienes que terminar. Si no lo has dicho ya, es por algo.
Marcos le conocía lo suficiente para saber que no debía ser insistente. Además, sabía que hacerlo devolvería a Nico a su estado natural: silencioso.
—¿Y te gusta alguien? ¿Estás enamorado? ¿Tienes pareja?—lo dejó salir como si nada. Tanto tiempo sin hablar demostraba que ya no se aguantaba tantas preguntas.
—Tranquilo, fiera, no tengo tiempo para eso.
—Tener tiempo no tiene nada que ver. Mírame a mí. Tengo todo el tiempo del mundo y sigo igual de solo.
Nico sonrió. No recordaba los comentarios que, a veces, su hermano dejaba escapar. Se había hecho a la idea de que era un tipo triste, solitario, en una casa a cargo de su enferma madre, y que había dejado de lado su faceta alegre. Se equivocaba. Podría ser que el funeral fuera un cambio de etapa o que, en el fondo, siempre hubiera conservado esa forma de ser. Fuera como fuera, Nico agradecía que hubiera vuelto.
—Siempre hemos vivido en un mundo surrealista—dijo Marcos, serio, después de unos segundos de silencio—. Sobretodo tú, Nico. Te admiro. Eres extraño, pero te admiro. Eres fuerte e impasible. No digo que por dentro estés siempre sereno, pero tienes un control sobre ti mismo increíble. Si yo fuera tú, estaría...—hizo una pausa para mirarle—. Sé que no es un buen tema del que hablar, pero necesito decirlo. Si yo fuera tú, estaría completamente loco.
—¿No crees que yo lo esté?—dijo Nico, serio.
—Si lo estás, déjame decirte que eres el loco más cuerdo que he conocido.
—Eso ya lo veremos—musitó el azabache.
—Ya he empezado sesiones con el psicólogo—cambió de tema, Marcos—. Intentaré cuidarme a partir de ahora.
Entonces llegaron a su destino. Dejaron el coche al lado de la acera, junto con muchos otros que también aparcaban para entrar al cementerio. Delante de éste, el coche funerario abría las puertas traseras para hacer salir el ataúd. Nico salió del coche y al quedar de pie visualizó un coche al otro lado. En el interior había un hombre mirando hacia él. Llevaba gafas de sol y el reflejo en los cristales de las ventanas no dejaban identificarlo. Se puso alerta.
—Marcos, ¿sabes de quién es ese coche?—preguntó indicándole con la cabeza. El otro miró en la misma dirección.
—No lo sé, pero antes también estaba delante de la iglesia. Tal vez era un conocido de mamá. Voy a saludarle.
—No—se impuso—. Vayamos al entierro.
LESLIE
Cuando llegó tuvo la sensación de que todo iba a cámara lenta. A unos pocos metros de él estaba el castaño, de espaldas. Había hecho todo el camino montaña arriba para ver las vistas, como si supiera que iba a ser la última cosa que vería. Aika estaba de pie, envuelto por un viento suave. Se había deshecho de la sudadera gris y había dejado el violín, con su funda, en el suelo.
Leslie se acercó con la daga en la mano y le vio girarse. Tenía la cara empapada de lágrimas, los ojos y la nariz roja, pero su expresión apaciguada. Le miró como si Leslie fuera su salvador. Su rostro parecía el de un pequeño ángel que había sido enviado al infierno, por error.Leslie se detuvo a unos centímetros de él. Le apartó los cabellos de la cara, con delicadeza. Al hacerlo, sintió algo que nunca antes había sentido. No supo el qué. Levantó su daga envenenada y con un suave impulso fue a clavársela en un costado. Le dejó caer, sintiendo como su corazón bombeaba con más fuerza. Luego abrió la funda del violín y vio el destrozo que había hecho. El instrumento estaba hecho trizas.
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AMÉN, NICO, AMÉN
General FictionNico vive atrapado en un trauma de infancia que mantiene oculto y callado en su cabeza. Cree haber empezado una vida nueva, lejos de todo lo que le había hecho mal, pero el encuentro con un chico llamado Elliot le regala una pista de algo que podría...