El trino del Diablo

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ELLIOT

Aika salía, por fin, de su habitación. Jago y Zinerva le ayudaban pero, en realidad, no los necesitaba. Si el doctor le daba el alta significaba que no había motivo por el que preocuparse. Pero ambos estaban allí, con él, preocupándose más de lo debido y, por alguna razón, Elliot no lo sentía. Es más, incluso le molestaba que se ganara tanta atención por el simple hecho de no haberse cuidado.

Nico estaba a su lado, esperando desde el final del pasillo, atento como los demás.

—Gracias por pagarlo—le agradeció—. Te lo devolveré al llegar.

Porque Elliot se había hecho cargo de los costes. Nunca le pareció fastidioso tener que usarlo para los demás porque les quería y lo necesitaban, no como él. Pero al ver caminar al castaño pasillo recto en su dirección, le dolió haberse deshecho de aquel dinero.

—No tienes que ser tú quien me lo devuelva—contestó con enfado. Sintió la confusa mirada de Nico encima. Era consciente que había contestado de una forma demasiado brusca, aún más extraño si se lo hacía al azabache.

—¿A qué viene eso?

—Pues lo que oyes—soltó de mala gana, como si quisiera demostrarle que él también podía ser duro si así lo quería—. Tú no me debes nada. Aika tiene que pagarme, cosa que no hará. Solo hace falta verle. No tiene cómo hacerlo.

—Pero qué más te da de dónde salga el dinero.

—¡El dinero no me importa!—alzó la voz, Elliot. Y Nico no dijo nada, empezó a trabajar las hipótesis internamente.

El rubio se cruzó de brazos y bufó. No quiso responder. Cuando veía a Aika con aquella sonrisa maliciosa, una corriente de cólera se apoderaba de su columna. Era involuntario, no había forma de evitarlo. No le odiaba, pero prefería no verle.

—¿Dónde estuvisteis anoche?—se atrevió a preguntar con la voz temblorosa.

—Le hicimos una visita a mi padre.

—¿Por qué fuiste con Aika?

—¿Qué tienes contra él?

—Te va a llevar por el mal camino—le advirtió.

NICO

Al llegar a casa, Aika se fue a sentar en uno de los bancos de piedra que había por el jardín. Mietitore se aseguraba de que estuviera presente y en buen estado, algo que Nico aprovechó para ir a su habitación y salir con un pequeño tesoro, casi más valioso para él que para la persona a la que se lo iba a regalar.

Siguió el estrecho camino perfumado de clorofila y se detuvo frente la mirada del castaño. Dejó aquel tesoro sobre sus rodillas. Un nuevo violín de madera oscura y vieja. Con solo mirarlo era obvio que se trataba de uno bastante caro. Nico ya había comprobado que valía la pena comprarlo. Su sonido era limpio y suave, la caja lo dejaba en libertad, como si fuera el alma. No se lo tragaba. En manos de la persona adecuada, aquel instrumento podía hacer magia.

—Sería un error decir que tocas como un ángel, es obvio que el mejor violinista no está arriba, está abajo. ¿Me equivoco?—le confesó, sentándose a su lado, satisfecho con la mirada de sorpresa que se le había quedado a su compañero—. Al mismo Paganini, que tanto te gusta, le llamaban así: el violinista del diablo. Por no hablar de Tartini, que le vendió su alma cuando se le apareció en un sueño.

Aika sonrió, acariciando el instrumento con delicadeza y rasgando las cuerdas con la punta de sus dedos.

—Sonata en sol menor, quiero que la toques, aunque Tartini dijera que su versión era una mierda en comparación a la del diablo.

AMÉN, NICO, AMÉNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora