NICO
Cogió prestado el coche de Jago. No le importaba que no estuviera en su derecho. De todas formas, su amigo se lo habría cedido. Siempre había sido así entre ellos y Jago nunca se lo había tomado mal. Era muy liberal con todo. Era alguien que sabía perdonar con total sinceridad y sin sentir ningún tipo de rencor. Se tomaba las cosas como si el día de mañana fuese el último. No era de estar rivalizado con nadie.
Aunque no lo demostrara, Nico se lo tenía agradecido.Condujo hasta las afueras de la ciudad, donde la carretera se abría en diferentes caminos y propiedades privadas de personas que preferían una vida alejada y tranquila. Él tomó una de esas rutas, dirigiéndose a la casa de alguien que acababa de invitarle. Recorrió el camino, lleno de baches y aparcó el coche nada más llegar a la entrada de la vivienda. No hizo ninguna estrategia para colocarlo bien. Tal como llegó, lo detuvo y bajó del coche. Al parecer, quien le esperaba ya se había percatado de su presencia y abrió la puerta de la casa tan solo escuchar el sonido de los neumáticos aplastando las piedras. Le esperaba de pie frente a la casa. Era un chico de su edad con el pelo muy corto y los ojos claros. Marcos.
Nico cerró la puerta del vehículo y caminó hacia él.
—Toma—dijo el chico, entregándole un grueso sobre. Nico lo cogió, como de costumbre. Era la paga que recibía cada dos meses y le ayudaba a sobrevivir si escaseaba de dinero. Marcos siempre le avisaba con antelación para cuando podía ir a buscarla.
—Gracias—murmuró queriendo dar un paso atrás para volver al coche, pero el otro no quiso verle marcharse tan pronto.
—Ya no vienes casi nunca.
Nico bajó la mirada.
—No he podido.
—¿Estás metido en líos?
El azabache le miró con una pizca de arrepentimiento, pero no lo admitió. Apretó sus labios y se guardó el sobre en el bolsillo de los pantalones. Marcos le conocía mejor que nadie, sabía que no podía ocultarle nada, pero ahora vivían en dos mundos muy distintos. No había forma de explicarle nada.
—Sabes que puedo ayudarte con cualquier cosa si me lo pides. Tampoco tengo mucho que hacer, solo puedo cuidar de esta casa.
—¿Por qué no te largas?
Marcos sonrió con amargura.
—Es muy fácil decirlo.
Nico asintió y dio media vuelta para irse.
—Deberías ir a ver a mamá, está muy enferma—añadió para finalizar, Marcos—. No creo que dure mucho más.
Él giro la cabeza hacia un lado para comunicarle que lo tendría en cuenta, y siguió con su andar.
Se había largado de aquel lugar lo antes posible. Odiaba sentir las vibras del pasado. Marcos era muy importante para él, pero no soportaba verle anclado a aquel lugar. Siempre le había dicho que él estaba hecho para salir y ver mundo, pero nunca le hizo caso. Prefirió quedarse en casa, cuidando de su madre y renunciando a todo su futuro solo por miedo a que ella pudiera sucederle algo. Podía imaginarse el por qué de ese miedo, pero le molestaba que se rindiera con tanta facilidad. Desde que él había abandonado la casa, Marcos se había vuelto alguien deprimente. Nada le parecía buena excusa para abandonar sus obligaciones y vivir en libertad, como todos querían. Incluso su madre, Idara, quería que tomara las riendas de su vida. No lo hizo. Tal vez, cuando ella ya no estuviese, algo le haría cambiar de opinión.
Nico detuvo el coche en medio del camino y aflojó las manos que apretaban el volante. Cerró los ojos sintiendo como la melancolía le absorbía el corazón y se puso a llorar. Apoyó la frente al volante, dejando que las lágrimas cayeran sobre sus zapatos y sacó el pañuelo con el bordado que había guardado en el posa vasos antes de salir de casa de Jago. Lo miró con los ojos empapados y lo estrujó con su puño.
Lo lanzó por la ventanilla antes de volver a arrancar.
ZINERVA
—Lozanía al carnero sagrado—dijo entregando su cámara fotográfica. El individuo, vestido como monje de la Edad Media, con su túnica y gugel de lana, la recogió escondiendo su rostro bajo la capucha—. Necesito que el redentor me facilite más dinero. ¿Puede transmitirle el mensaje?
El anónimo no respondió.
—Por favor, apenas puedo pagar los estudios de mi hija.
De nuevo, sin respuesta.
—¿Me está escuchando? Le ruego que le transmita el mensaje.
Fue en vano. El individuo comenzó a andar en dirección contraria, adentrándose en las catacumbas. Sin decir una sola palabra.
Aquellas catacumbas formaban parte de la zona turística que los extranjeros visitaban cada año, pero la entrada de aquellas estaba situada en un lugar diferente y nadie, excepto los miembros de la comunidad, sabía que había una parte subterránea oculta a los ojos de los civiles inocentes.
Zinerva esperó a perderlo de vista. Le hervía la sangre. Ya demasiadas veces le habían tomado el pelo y empezaba a hartarse de no obtener apoyo económico ni de otro tipo. No hacía más que sucios trabajos para no obtener una mínima recompensa. Pero no podía dejar que nadie supiera sobre su disensión. Si lo descubrían, la mataban y lo que menos quería era dejar a Adrienna sola, o que también la matasen a ella.
Gruñó en cuanto vio que no había nadie cerca. Tenía que empezar a pensar en una forma de abandonar aquello sin salir herida. Aunque tenía muy claro que eso era misión imposible. Caminó de vuelta, deteniéndose, de nuevo, en Vía Apia. Por allí no pasaba casi nadie. Si no fuera por las atrocidades que se cometían bajo sus suelos, podía ser un lugar realmente encantador.
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AMÉN, NICO, AMÉN
General FictionNico vive atrapado en un trauma de infancia que mantiene oculto y callado en su cabeza. Cree haber empezado una vida nueva, lejos de todo lo que le había hecho mal, pero el encuentro con un chico llamado Elliot le regala una pista de algo que podría...