Perro ladrador, poco mordedor

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ELLIOT

Fue la mejor mañana de su vida. Nico estaba en la misma habitación, sonriendo, envuelto por las sábanas blancas de la cama y la luz matutina que rebotaba en las paredes de aquel mismo color. Sus cabellos negros contrastaban con cualquier mueble u objeto de aquella estancia. No era él la mancha ni la oveja negra de aquel cuadro, lo era todo lo demás.
Elliot sintió la necesidad de volver a tocar sus labios. No tenía ni idea de cuál fue el pensamiento de Nico la primera vez que lo hizo, pero no se había molestado. No había forma de hacer marcha atrás y no se arrepentía, en absoluto. Deseaba volver a hacerlo o dejar escapar lo que sentía en voz alta. Tenía en el pecho un cúmulo de emociones que le urgía sacar y, luego, llorar porque nunca antes se había sentido de aquella forma.

Nico dibujaba, en aquel nuevo cuaderno, el cuerpo de un violín, con su textura de madera pulida y barnizada, y las elegantes curvas talladas que le gustaba acariciar cuando tenía el instrumento presente. En el cuello del violín se había dedicado a dibujar una mano sensible, joven, abierta y bien preparada para pisar las cuerdas con sus dedos. Era una ilustración bien detallada pese a estar a medias. Al rubio le fascinaba verle concentrado en ello.

—¿Por qué no dibujas más a menudo?—le preguntó sentándose a su lado.

—Me aburre—contestó cerrando la libreta.

—¿Ahora te aburres? Gracias, será mi presencia.

Nico negó intentando forzar una sonrisa. Al menos hacía el esfuerzo.

—Si al menos dijeras algo interesante—se burló.

—Repito, gracias.

En ese momento, la puerta de la habitación se abrió y apareció el rostro de Marcos, inquisidor, aliviado por no haber encontrado nada extraño en el interior.

—Ha venido alguien—dijo.

ΝICO

Bajando las escaleras, ya se imaginaba quien esperaba en el hall: Lisa, con la cabeza gacha, y la compañía de Jago. Venía arrepentida, desalmada, enfadada con ella misma. No podía odiarla. Entendía su situación, pero era imposible no pensar que nunca había sido su amiga. No tenía ningún tipo de maldad en su interior, pero tampoco afecto.

—Lo siento—dijo ella al verle—. De verdad, lo siento muchísimo.

—Yo te perdono—pero no perdonaba lo que habían causado sus actos—. Pero no quiero que aparezcas de nuevo en mi vida.

Lisa dejó caer una lágrima.

—No fingía. Quería estar a vuestro lado por gusto—insistió.

—Solo te haré una pregunta—la retó Nico con frialdad—. ¿Eras mi vecina por casualidad u obligación?

La rubia volvió a bajar la cabeza. La respuesta era evidente. Pues el chico asintió y caminó hasta ella de forma arrogante.

—Si no hubieras informado a Leslie...—alzó el puño con ira, pero no llegó a golpearla.

—Lo siento. Perdóname.

—Nico—cortó Jago—. No te pases.

Todos estaban incómodos, incluido él. Parecía ser el único en querer evitarla. ¿Estaba siendo malo o realista? No veía justo que Jago estuviera de su lado. No hacía falta que lo dijera para saberlo.

—Elliot—se iluminó, Lisa, de nuevo—. Las visitas en el hospital no eran parte de ese mecanismo. Eres mi amigo. ¿Me crees, verdad?

El muchacho apretó sus labios y la miró con tristeza. No quería defraudar a Nico al darle la razón, pero sus intenciones eran aquellas. De hecho, no era de extrañar. Lisa estuvo con él desde el principio. Perderla como amiga, no iba a ser bueno para él. Sumando que durante toda su vida tampoco había podido disfrutar de una relación como aquella.

—No me apartes, Nico—continuó—. Por favor, haré lo que sea.

Él no quería escucharla. No podía dejar de pensar en las consecuencias que supuso mantenerla a su lado. Imaginaba las notas que enviaba junto con las que recibía de Leslie. Si ella no le hubiera dicho nada, Aika seguiría allí. Si ella no hubiera estado en contacto con Nico, su padre no habría dado con él.
Negó con la cabeza cansado de sentir aquel vacío constante. Aquellas cosas le recordaban porqué nunca quiso relacionarse con nadie. Le recordaban el porqué nunca había vuelto a casa con Marcos y su madre. Le recordaban porqué Jago nunca llegó a ser un amigo de total confianza. Le recordaban porqué Elliot solo fue una herramienta para él. Y, sobretodo, le recordaban que quien realmente valía la pena sufría lo mismo que él en soledad. El mundo no estaba hecho para ser feliz al lado de otros, pero tampoco para serlo aparte.

—¿Sabes qué? Haz lo que te plazca. Estamos metidos de mierda hasta el cuello, ¿no?—se mordió la lengua y dio media vuelta—. No me importa.

—Lo compensaré.

Nico clavó su mirada en el cuadro que había colgado en la pared del pasadizo y se tragó las palabras. Si respondía iba a echar la ira a gritos. No se podía compensar.

El gran danés se presentó en la entrada, frente a la espalda de la rubia y comenzó a rugir sin motivo aparente. Podría haberse olido las tensiones que había en el interior de la casa o haber leído los pensamientos de su amo, pero entendía la situación mejor que muchos y había logrado asustar a Lisa.

—Can che abbaia non morde—afirmó Jago, convenciéndose a sí mismo de que el perro no iba a atacarlo.

LESLIE

Le ponía enfermo ver a su superior tratar a los clientes con tanta amabilidad. Tenía una sonrisa benévola en el rostro. Transmitía seguridad y cariño a las personas que trataban con él. Le daba asco. A veces no comprendía cómo un hombre de ese tipo era capaz de cosas tan atroces. Cuando le veía hablar con aquella ternura le daban ganas de vomitar. Siempre tan servicial y considerado con todos. Nadie podría imaginar que por dentro estaba más podrido que un huevo al caluroso sol.

En cambio, él no se molestaba en actuar. Se sentaba en los sofás de la cafetería como si estuviera en su casa y apartaba a la multitud con su mirada de drogadicto agresivo. Aunque le parecía mucho más divertido reírse como un loco, el redentor no quería echar a perder el negocio asustando a los consumidores. Le había advertido varias veces; si seguía haciéndolo se haría una chaqueta con su piel.

—Leslie Valcourt—dijo Di Addezio, pasando la bayeta por su mesa—. ¿No deberías estar vigilando al grupo de Vicarello?

—Qué pereza—contestó dando un sorbo a su batido—. Esa gente es aburrida. Tardarán horas en matar a la primera víctima.

—Pues las fotos que recibido del ellos son muy creativas.

—Tú solo ves el resultado. El proceso te mataría del sueño.

El grupo de Vicarello era uno de los muchos grupos que participaba en la caza diurna de Deus Ruinam para pescar un pez gordo y ser galardonados. Los que ganaban, aumentaban sus privilegios dentro del cisma y gozaban de una estabilidad económica que nadie más tenía. Los grupos solían ser observados por los miembros de más confianza del líder. Algunos estaban bien preparados y tenían cierta habilidad, pero otros eran nuevos, y no estaban acostumbrados a la caza. Por esa razón, Leslie solía oponerse cada vez que le tocaba supervisar un grupo de novatos. Le daba igual si terminaban matándose entre ellos o las fuerzas del orden los atrapaban. Según él, si alguien no servía para matar desde un principio, no serviría nunca.

—No soy tu colega. Lo sabes, ¿verdad?—dijo Di Addezio intimidándole con su mirada azul.

—Pues claro, mi amo—sonrió Leslie.

—Si empiezas a desobedecerme, te convertirás en mi próximo juguete.

AMÉN, NICO, AMÉNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora