AIKA
Los había perdido de vista. No estaba ni Nico ni Leslie. Corrió por todas las calles cercanas. Dejaba que el sudor le estorbara en la frente y que el corazón le latiera a mil por hora. Aunque se quedara sin aliento, no se veía capaz de quedarse quieto y esperar a que cualquier cosa sucediera en su ausencia. La sangre era bombeada y en su cabeza podía sentirlo. Le dolía. La vista se le nublaba. El cráneo le pesaba. Escuchar sus propios jadeos aún le agotaba más. Las piernas le fallaban. Notaba como la piel que cerraba la herida del costado iba separándose. Sentía constantes navajazos en la misma zona. El recogido de su pelo se deshacía. Los mechones le caían sobre la cara. Eran otro obstáculo visual. La garganta se le secaba, tenía sabor a metal. El tragar se hacía más dificultoso. La piel se enrojecía de tanta actividad. Y, como una angelical aparición, llegó Mietitore con un pequeño detalle que ya no pudo intranquilizarlo más: sangre en el hocico.
El perro había ido a buscarle expresamente. Ladró una sola vez y pellizcó sus pantalones para que lo siguiera. Era demasiado rápido. Tenía veinte veces más resistencia que él. Y cuando el animal se daba cuenta de que Aika se quedaba atrás, volvía a por él y ladraba para que acelerara, como si no lo hiciera por sí solo. El castaño estaba entregando todas sus fuerzas. De todas formas, había sido demasiado lento. El cielo se oscurecía sobre su cabeza, las farolas ya se habían encendido y el aire comenzaba a ser frío.
Cuanto más corría, más lento sentía que iba, pero no tardó en encontrarse lejos, muy lejos del centro. En las afueras, por las calles de una urbanización abandonada. Mietitore se detuvo cuando ya no había más que una amplia calle vacía. Aika le miró con los ojos como pelotas, pensando que le había estado siguiendo inútilmente, pero la silueta de alguien caminaba en la oscura lejanía. Caminaba hacia él y él también lo hizo. Fuera quien fuera, necesitaba saber en qué punto de la situación se encontraba. Y cuanto más se acercaba, más sólidas se volvían sus extremidades.
Con los ojos apretados y toda su atención en aquella silueta, se plantó en medio de la carretera. Aquella persona iba casi arrastrando una pierna. Nada bueno. Cuando pudo ver mejor la forma de su cuerpo y sus cabellos expiró soltando todo el aire que tenía en el pecho. Nico andaba, como podía, pero andaba. Luego, cuando le tenía a pocos metros, vio el problema en su cara. La sangre le corría desde un lado de la frente hasta la mandíbula y el cuello. Sus ojos estaban fijos en la nada, abiertos y llenos de ira. Parecía no ver al castaño. En la mano llevaba una barra de hierro, doblegada y sucia. Tenía los dientes apretados, lo podía deducir al ver la tensión en los músculos de su rostro.Pasó por su lado.
—Voy a partirlo por la mitad—gruñó el azabache.
—¿A dónde ha ido?
—Mira el suelo y sigue el rastro.
Había un caminito de sangre que iba calle arriba, por donde él había venido, pero había una bifurcación al final del camino. Mietitore lo siguió con su olfato.
—Le veo—dijo Aika, observando un punto negro que se movía en la distancia. Reemprendió su carrera, dejando a Nico atrás, y el perro le siguió adelantándose para clavarle un buen mordisco al enemigo.
No sabía de dónde sacaba las fuerzas para mover sus piernas pero, esa vez, funcionaron como si tuviera que ser la última. Mietitore recibió un fuerte golpe en la cabeza después de morder a Leslie y provocar que gritara como un loco. Pero él no se detenía, seguía corriendo como podía. Al final, Aika lo tuvo a dos metros. Saltó por detrás, como un león famélico y cayó sobre su espalda. Le clavó los dedos en las clavículas y la rodilla en la espalda. Leslie gimoteó. El castaño tuvo que sonreír, no pudo evitarlo. Sonrió con odio incrustado en sus labios. Pensó en un palo, uno cualquiera. Quería golpear a su víctima mil veces hasta hacer de ella un pudín asqueroso de carne y huesos rotos. El perro se le alejó, como oliendo sus pensamientos. Aika se lamió los labios. Pero Leslie comenzó a reír y a reír y, sin darse cuenta, el castaño recibió un codazo en la cara. Cayó a un lado, mareando, sintiendo que por momentos se iba y por otros estaba de vuelta. Su cuerpo dejó de responder y sus ojos, cada vez, tenían más dificultades para abrirse.
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AMÉN, NICO, AMÉN
Ficção GeralNico vive atrapado en un trauma de infancia que mantiene oculto y callado en su cabeza. Cree haber empezado una vida nueva, lejos de todo lo que le había hecho mal, pero el encuentro con un chico llamado Elliot le regala una pista de algo que podría...