La habitación del arte

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NICO

Se encerró en la sala favorita de Jago, donde tenía exhibidas decenas de réplicas de cuadros famosos. En las paredes no había ni un solo hueco libre. Todo eran pinturas enmarcadas, e incluso algunas eran copias hechas por su mismo amigo. Mirara donde mirara, Nico solo veía escenas plasmadas con pigmentos sobre lienzos. Daba vueltas sobre sí mismo, recorriendo con su mirada todas y cada una de las pinturas que le rodeaban: la Lección de anatomía de Rembrandt, El nacimiento de Venus de Botticelli, El pelele de Goya, el Entierro en Ornans de Courbet, La escuela de Atenas de Rafael Sanzio, Baile en el Moulin de la Galette de Renoir... No llegaba a marearse. Ver todas aquellas obras juntas podía ser lo que le estaba tranquilizando. E intentó estabilizarse. Había llegado muy lejos sin tener que recurrir a las pastillas como para que, con unos pocos segundos, todo se fuera al garete. Acarició, con su pulgar, los ornamentados marcos, pintados de color cobre y dorado. Fue caminando a ras de pared para no perder el hilo, y entonces se topó con un cuadro desconocido. Uno del cual no sabía nada. Ni su autor. Pero, en la imagen plasmada, cada forma le pareció familiar. Una mujer, de espaldas, rodeada de vegetación, con una niña pequeña en brazos. La miró detenidamente y, por un momento, pensó que él había sido el pintor de sus vestidos. Recordaba haber visto aquella escena con total claridad, con sus propios ojos, pero su pincel nunca hubo rozado aquella paleta de colores. Y achinó los ojos sin comprenderlo. Acarició la textura de la pintura y entonces se dio cuenta de que se trataba de un mero espejismo. Su mente lo había confundido, nada más. Eran dos desconocidas.

Al  cabo de unas horas, cuando ya había vuelto a caer la noche, Nico salió al exterior

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Al  cabo de unas horas, cuando ya había vuelto a caer la noche, Nico salió al exterior. Jago y Lisa le dejaron marchar como si supieran que retenerlo era un error. Él se puso a caminar sin saber adónde ir. Buscó los callejones más solitarios para dar vueltas y pensar. Solo pensar. Pero el desazón no le dejaba en paz. Aika aún no había dejado mostrar su rostro desde que se había encerrado en el baño. Empezó a imaginarse la razón por la que lo hacía. Tal vez, le temía, tal vez, era él, ahora, quien no le había dado ningún motivo para confiar. Podría estar pensando que se habían convertido en enemigos o que Nico era alguien muy distinto a quien le había mostrado. No tenía ni idea de qué podía estar pasando por su cabeza y eso le asustaba más. La única opción que le quedaba era contarle todo lo que sabía y había deducido desde que lo había conocido. Ya no era un decisión que pudiera tomar, debía hacerlo por las buenas o por las malas.

Aún vacilando en medio de la solitaria calle, escuchó los pasos de alguien dirigirse hacia él por detrás. Se giró de un revuelo pero, esperando cualquier amenaza, se sorprendió cuando, en su lugar, vio a una niña con una larga y gruesa trenza que le caía espalda abajo junto con su vestido azul pálido.

—¿Becca?—dijo Nico sin poder ver el rostro que se ocultaba bajo su ondulado flequillo castaño. La pequeña dio un pequeño salto al darse cuenta de que se lo preguntaba a ella—. ¿Eres tú?

Ella soltó un suave quejido al ver como Nico daba un paso para acercársele y se apartó asustada.

—Rebecca—insistió él, incrédulo y dudoso. Pero su forma brusca de adelantarse provocó que la niña empezara a correr. Aquello le cogió por sorpresa, pero él también dio una primera zancada para apresurarse y atraparla. En cuanto estuvo a punto de coger su brazo, ella dio un estridente chillido y la silueta de alguien apareció al otro lado de la calle. Él se detuvo de golpe y esperó a ver como la pequeña se abrazaba a aquel individuo, dejándole a él como el victimario. Entonces pudo verle bien la cara y se arrepintió de haberla seguido. Tan solo era una niña cualquiera a la que había asustado sin querer. Y subió la mirada para ver quien era aquel que la protegía: una chica joven, morena, flaca y mal vestida. Le acribilló con un solo toque de ojos. Nico tuvo que disculparse.

—Me he confundido—dijo subiendo sus manos y dando un par de pasos hacia atrás—. Perdón.

—Le llegas a poner una mano encima y te la corto—dijo la chica, sacando una navaja y asesinándole con la mirada.

—No era mi intención. Ya me voy—contestó dando media vuelta lentamente, a punto de regresar por donde había venido. Dio tres cortos pasos, pero al cuarto, imaginando que iba a suceder, sintió el impulso de la chica, que se abalanzó sobre él. Le agarró el brazo al aire. Quería atacarle por la espalda con la navaja aventajada, pero él fue más rápido y cauto. Le dio un fuerte rodillazo en el estómago y la hoja de metal cayó al suelo. Era de las primeras veces que tenía que poner a prueba sus reflejos y, como siempre había sido, no le fallaron.

—La madre que te parió—gimió ella, cayendo sobre sus rodillas por el dolor. Nico apartó la navaja con el pie para que no volviera a darle un ataque sorpresa.

—¿Qué intentabas?

Ella ignoró la pregunta y se giró hacia la niña para pedirle que se largara y se escondiera en un lugar seguro pero, entonces, Nico, ayudó a la chica a levantarse.

—No hace falta que lo haga. La vas a meter en problemas como sigas dándole esas órdenes.

La chica lo miró a los ojos confundida.

—¿Quién eres?

—No voy diciendo mi nombre a desconocidos—contestó Nico. Ella bajó la cabeza, avergonzada por haber sido levantada por el mismo que la había abatido.

—¿Qué querías de mi hija?

—¿Es tu hija?

Ella asintió, ofreciéndole la mano a la pequeña para que se acercara y la agarrara. La recibió con toda prisa.

—Ya sé que parezco muy joven para ser su madre, y lo soy.

—Lo importante es que sepas lo que haces, pero viendo como dejas que vaya sola por aquí...

—Soy pequeña, no tonta. Y más rápida que tú—vociferó la niña, enfadada por su comentario. Nico no le respondió, pero tomó aquello como una señal de paz. Ambas parecían estar bien, así que no se molestó en mostrar mucho más interés en lo que iban a hacer luego. Quería seguir deambulando a su aire.

—Suerte.

—Aún no me has respondido—dijo la chica.

—La confundí con otra niña a la que conozco—respondió él para zanjar el tema.

AMÉN, NICO, AMÉNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora