Habían pasado cinco días desde que Elliot se había mudado al nuevo piso con Nico. Ya se había encargado de hacer la compra de la semana y de complacer todas sus necesidades sin que su compañero hiciera esfuerzo alguno. Se levantaba cada mañana a las siete mientras Nico seguía durmiendo en el sofá hasta que no podía más. Iba a la cocina, preparaba desayuno para ambos y limpiaba la casa o salía a comprar todo aquello que no podía ir a buscar en casa de sus padres.
A la mañana del sexto día, después de ir a la farmacia a comprar antibióticos, Elliot se encontró a Nico en su escritorio. Estaba trabajando en su ordenador. Se había levantado más temprano de lo normal. Era algo que le incomodaba. Aún no se había acostumbrado a vivir con él y encontrarlo despierto a aquellas horas suponía tener que interactuar de alguna forma. La situación era mucho más violenta de lo que debería porque Nico nunca tenía la intención de hablar. Elliot se veía obligado a dejar su timidez de lado.
—Buenos días. ¿En qué estás trabajando?—musitó dejando sus compras sobre la encimera de la cocina.
—Buenos días—habló el otro sin apartar la vista de la pantalla—. Promocionando un nuevo producto.
—¿Puedo ver?
—No pidas permiso para todo.
—Perdón—Elliot se acercó forzadamente y vio en la pantalla el cursor del ratón sobre la imagen de un bote de aceite corporal. Nico reducía sus dimensiones para pegarla en un rincón de la página web.
—¿Cuánto ganas haciendo esto?
—La verdad es que no lo suficiente.
—¿Y te gusta?—preguntó mirando el frondoso cabello azabache de Nico. Había sentido su delicioso aroma y su atención se había detenido en ello. Era extraño que oliera tan bien, no le había dado tiempo a ducharse con el poco tiempo que él había estado fuera.
—Es mejor que morirse de hambre.
El interés del rubio volvió a centrarse en la conversación.
—No parece que cobres poco, la verdad, ni que exista la posibilidad de que pases hambre.
Nico cerró su portátil y frunció el ceño.
—Lo siento, he sido un descarado—se excusó tapándose la cara con los puños cerrados.
—No, no lo has sido. Es normal que pienses eso—hizo rodar la silla de ruedas hasta la cocina para agarrar una manzana de la cesta y regresó sin mover el trasero de su asiento—. No solo recibo dinero de este trabajo. Un amigo me ayuda económicamente.
—¿Un amigo?
El teléfono móvil de encima el escritorio comenzó a vibrar. En la pantalla aparecía el nombre "Jago". Nico tardó en cogerlo. Lo miraba sentado desde su silla sin ninguna expresión. No parecía molesto, ni sorprendido, ni contento, ni aburrido... estaba impasible dejando que sonara, pero finalmente lo cogió. Empezó con un: "¿Qué quieres?". Siguió con un: "No tengo ganas". Estuvo unos minutos en silencio. Transportó su mirada al reloj de pared y negó con la cabeza mientras seguían hablando desde el otro lado de la línea. "Tengo cosas que hacer". Elliot consiguió escuchar la respuesta del otro lado: "¿Qué cosas? ¡Deja de poner excusas, amico! A ti te encanta esto. Cuando lo pensé, lo primero que me vino a la cabeza fuiste tú. ¿Me vas a hacer ese feo?". Nico miró la ventana antes de contestar. "No me quedaré hasta más tarde de las diez". Esperó tres segundos, suspiró y colgó.
—¿Va todo bien?
Los grandes ojos de Elliot mostraban una preocupación exagerada. Siempre hacía una montaña de un grano de arena. Se le notaba tanto en la cara, como en la voz y en las cosas que decía.
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AMÉN, NICO, AMÉN
General FictionNico vive atrapado en un trauma de infancia que mantiene oculto y callado en su cabeza. Cree haber empezado una vida nueva, lejos de todo lo que le había hecho mal, pero el encuentro con un chico llamado Elliot le regala una pista de algo que podría...