Urvan

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Hace cinco años
Aika

Tenían al cadáver presente. Lo rodeaban con sus miradas silenciosas. Apretaban sus labios aterrados por lo que acababan de hacer. Y tragaban sus salivas, intentando deshacerse de aquella sensación en el pecho. Aika sentía latir su corazón con fuerza, pero estaba convencido de que habían hecho lo correcto. Por en contra, los demás no debían pensar lo mismo, a excepción de Blake. No sabía si su mirada indiferente significaba miedo o aceptación. Solo estaba seguro de que la muerte de ese hombre era un trabajo que debía hacerse y que, en realidad, había sido por una buena causa. Se lo merecía y no había motivo por el que sentirse culpable. Se limpió la sangre de la mano con su camiseta y apartó la atención del muerto.

Blake agarró el móvil que Jussara tenía colgando de su mano y se colocó en la mejor posición para hacer la foto.

—Podemos irnos—dijo devolviéndole el teléfono a la chica. Los demás aún no eran capaces de asumir aquello. No acabaron de reaccionar con claridad a las indicaciones de Blake.

—Lo hemos matado...—musitó Urvan si apartar sus ojos del suelo.

—En realidad, yo lo he hecho—contestó Aika para que no se sintiera mal.

—Mentira—saltó Lainer—. Todos participamos.

—Urvan y Jussara no hicieron nada—le corrigió el castaño—. Se quedaron al margen.

—Pero miraron y no lo salvaron.

—Eso no cuenta—se quejó—. Yo le he clavado el cuchillo.

—¡Y los demás lo sujetamos!—alzó la voz el otro.

—Basta—interrumpió Blake antes de que la cosa se calentara. Pero Aika negó molesto. Quería demostrar a Lainer qué significaba, verdaderamente, matar. Le llenó de furia que menospreciara lo que había hecho. Se sentía con más derecho que nadie a sufrir por el homicidio de aquel hombre, y su amigo le quitaba ese derecho.

—Sujetarlo no es matarlo—dijo dirigiéndose a Urvan. Le dio el cuchillo y apretó sus manos para que lo sujetara con fuerza—. ¿Quieres ver cómo se mata a una persona, Lainer?

Aika tiró de Urvan para que se acercara al hombre muerto, en contra de su voluntad. El rubio negaba desperado, pero Aika le hizo arrodillarse.

—Bien, vas a ver como él participa más que tú en el asesinato.

—No, Aika, basta—dijo Lainer, cambiando de parecer. Se había dado cuenta de lo molesto que estaba el castaño y no quería que Urvan pagara las consecuencias.

—Aika, para—siguió Agatha. Pero él no lo hizo. Agarró con fuerza las manos de Urvan, que empuñaban el arma, y las empujó hasta el estómago del muerto para que la hoja se clavara con fuerza. Urvan cerró los ojos mientras se lamentaba y Aika insistía en apuñalar al cadáver para que los demás entendieran cómo se sentía hacer aquello. Un golpe y otro, y otro, hasta que, al cuarto, Urvan gritó que parara y empujó a Aika para que le soltara.

Por poco no se echó a llorar y, entonces, Aika se sintió mal. Supo que se había equivocado y se arrepintió de inmediato de cómo había usado a su amigo indefenso.

—Estamos alterados—dijo Blake—. Intentemos que las cosas no se nos vayan de las manos, por favor.

—Ahora quiero intervenir yo—habló el hermano de Blake, quien los observaba sentado, cómodamente, sobre la silla decorativa del salón—. No entiendo por qué os aterra tanto ver a un traficante de órganos muerto. Este hombre se lo merecía, no? Mataba a niños pequeños.

Todos le miraron sin comprender a dónde quería llegar.

—No me imagino vuestra reacción si supierais la verdad.

—¿Qué verdad?—dijo Lainer alarmado.

—Pues que no era un traficante de órganos. Era un hombre normal y corriente con mujer y dos hijos. Un niño de cinco años y otra niña de dos. ¿Es que ni os habéis detenido a mirar las fotos familiares de la casa?

—No—musitó Aika con la voz entrecortada—. Eso no quita que pueda ser un traficante...

—Tienes razón. Pero yo sé que no lo era—dijo con una sonrisa malévola. El hermano de Blake era la única persona de Deus Ruinam que tenía contacto directo con el líder de la secta, por lo tanto, tenía información que la mayoría no y le encantaba jugar con ello. Cuando dijo aquello, les dejo a todos de piedra. Habían matado a un inocente.

Aika se puso a temblar.

Aquel mismo día, decidieron tatuarse. Fue como un acto que los vinculó a todos eternamente. Reflejaban su dolor de aquella forma y solo entre ellos lo entendían. Blake se tatuó una mancha negra sobre el corazón y el recorrido de las posibles varices que se escondían bajo la piel de su pecho, como si su sangre hubiera cambiado de color. Jussara se hizo las marcas de la crucifixión de Jesús sobre la palma de sus manos y los pies. Lainer se tatuó una cadena alrededor de su torso. Tobia, una esposa en cada muñeca. Agatha se hizo un montón de agujas que rodeaban la zona de las cervicales. Aika, el collar negro de su cuello. Y Urvan simbolizó unos grandes arañazos en la zona de su cintura, destapando con ello el recuerdo de una violación que uno de los monjes de la escolanía le marcó para toda la vida.

Cuando los demás vieron su tatuaje se compadecieron. Aika pensó en cómo su situación pudo haberse parecido tanto a la suya si no fuera porque Blake le salvó justo a tiempo. Entendió el porqué del rostro melancólico que Urvan llevaba desde que se conocieron.

Dos días más tarde

Urvan se había tomado un tiempo a solas subiendo a la colina de Gianicolo, desde dónde podía ver gran parte de la ciudad apoyado a la balaustrada de piedra. Aika le siguió hasta allí queriendo pasar aquellos momentos a su lado para pedirle perdón. Cuando llegó, se sentó sobre la balaustrada, procurando no caer de espaldas y no matarse, y a la vez queriendo llamar la atención de su amigo con la mirada. Urvan estaba atento al infinito.

—Lo siento—le dijo el castaño. Urvan le acarició la mano y le miró para sonreírle.

—No pasa nada.

—¿Ya está?—preguntó Aika, sorprendido por la amabilidad de Urvan.

—¿Qué más quieres?

—Pues esperaba rogarte para que me perdonaras.

Urvan dejó escapar una suave risa y también se sentó, con cuidado de no caer, sobre la balaustrada.

—No sería justo para ti.

—¿Por qué no?

—Es difícil no sufrir cuando de verdad amas a alguien.

Aika no entendió a qué se refería, pero en su cabeza empezó darles vueltas, como si en el fondo supiera de qué estaba hablando.

—Ya sufres demasiado, no puedo hacerme el ofendido contigo—volvió el rubio.

—Todos sufrimos.

Urvan no quiso insistir, volvió a sonreír y le dio un suave golpe en la frente.

—Estoy cansado.

Al día siguiente, Urvan se suicidó. Lo encontraron colgando del balcón, en casa de Blake.

AMÉN, NICO, AMÉNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora