Bebé

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NICO

—Nico, despierta. Nico.

Cuando abrió los ojos, lo primero que vio fue a Elliot con un bebé en brazos. Frunció el ceño creyendo que aún estaba soñando, pero aquello era demasiado real. Se frotó los párpados y se levantó sin prisa. Efectivamente, en frente se encontraba el rubio con un niño colgando de su cuello. Detrás de él, Lisa. Ninguno de los dos tenía buena cara. Tenían la piel y la ropa sucia como si se hubieran revolcado por un campo de fango. Los miró de arriba abajo y reaccionó.

—¿Qué ha pasado?

—Antes que nada, eres un maldigo desgraciado—chilló Lisa echa una furia—. ¡¿Cómo se te ocurre ponerte a dormir tan tranquilamente después de mi llamada?! ¡Tienes que estar tomándome el pelo, casi morimos!

Sus manos se alzaron en forma de garra con una tensión que lo decía todo. Nico percibió sus ganas de golpearle, pero se estaba aguantando para no terminar haciéndolo.

—Me localizaron los hombres de mi padre—intervino Elliot—. Intentaron llevarme a casa y no me resistí demasiado porque podían dejarme inconsciente con un solo golpe. Son como gorilas y están muy preparados para cualquier circunstancia. Ya sabes como soy, yo...

—Ve al grano, Elliot—le presionó Lisa.

—No sé cómo, terminé encerrado en un cobertizo muy pequeño y oscuro y sucio.

—Yo sí sé como—saltó ella de nuevo, sin dejarle hablar—. Se lo llevaron en una furgoneta y tuve que pedirle a un desconocido que me llevara en su coche y la siguiera. ¡Cuando llegamos no me quería dejar salir! ¡Casi me quedó encerrada y siendo tocada por un pervertido en medio de la nada!

—Bueno, Lisa es escurridiza. Consiguió escapar y me vino a buscar.

—Te olvidas detalles, Elliot—hizo ella apartándolo de su vista—. Cuando salí de aquel coche tuve que esperar a que aquellos hombres se alejaran del cobertizo para entrar a escondidas. ¡Menuda sorpresa!—exclamó de forma irónica—. Resulta que dentro de aquella caseta no solo estaba Elliot, también había una mujer con un bebé, que parecía que llevaban días allí y se estaban muriendo de hambre.

—Ella nos pidió que nos lo lleváramos—volvió el rubio levantando levemente la criatura de sus brazos—. No tenía suficientes fuerzas para levantarse y escapar.

—Al salir de esa ratonera, adivina qué. Apareció su padre—dijo señalando al chico—. Tenía una puta arma escondida dentro de su pantalones. ¿Sabes dónde tenía el corazón yo, Nico? ¿Lo sabes? Aquí—apuntó a su garganta.

—Pero no la usó—comentó Elliot, equilibrando el enfado de Lisa—. Pidió a sus hombres que nos persiguieran. Y a mí me atraparon con el bebé, pero Lisa había llamado a la policía un poco antes de llegar. No tardó en venir. Mi padre se vio forzado a liberarme y me advirtió que vendría a buscarme y que tendría una pequeña charla contigo.

—No creo que de verdad estuviera pensando en una charla. Te va a cortar la cabeza—tradujo la chica.

Nico lo procesó todo como si aún no hubiera terminado de despertar. No había llegado a la realidad y ya tenía a una vecina cabreada, un bebé en casa y la amenaza de un poderoso ricachón de la zona. Miró al bebé confundido, necesitaba más información. Lo que le habían contado se parecía más a un cuento corto para niños grandes que a una realidad.

—¿Quién era la mujer del cobertizo?—preguntó olvidándose de los demás detalles.

—No lo sé, pero mi padre...

—¿Quién encerraría una mujer con un bebé allí?—saltó Lisa de nuevo—. Iban a morir de hambre si se hubieran quedado más tiempo.

—Entonces aseguraos de que él coma—dijo señalado al niño con la cabeza y saliendo de la cama con calma.

—¿Qué comen los bebés?

Lisa tuvo la misma reacción que Nico. Miraron a Elliot esperando que esa pregunta no se la estuviera formulando en serio, pero, en vista de su expresión, esperaban mal.

—Tenemos que comprar leche en polvo y... ¿papillas?—frunció el ceño ella dirigiendo la pregunta al azabache.

—¿Qué edad tiene?—le devolvió él como respuesta.

Los tres le miraron. Se aseguraron de que ya tenía una mata considerable de pelo en la cabeza, pero fueron incapaces de deducir si tenía poco meses o ya llegaba al año.

—¿Si tuviera hambre no estaría llorando?—sugirió Elliot.

—¿Y si se lo preguntamos?

Nico se encogió de hombros y esperó a ver qué hacía su compañera. Ella se puso frente al niño y le dijo lentamente y vocalizando todo lo que podía: "¿Tienes hambre?". Abrió la boca y la señaló para que el pequeño la entendiera, pero este tenía los ojos abiertos como platos y miraba a Elliot como si le diera miedo que un desconocido le agarrara en brazos.

—Mira si tiene dientes.

Sí, los tenía. Nico caminó hasta la cocina despejándose del todo. Cogió una manzana y un cuchillo del cajón de cubiertos y les dio indicaciones.

—Intentaré hacer que coma esto. Por si acaso id a comprar otras cosas. Pañales también, por favor. Pero primero, a la ducha los dos. Me vais a ambientar la casa con olor a sudor.

Volvió su vista a la manzana y comenzó a pelarla intuyendo que los otros dos ya se habían organizado. Uno iba hacia su baño y la otra se iba a su casa a limpiarse. Al bebé lo dejaron balbuceando sobre la cama. Visto desde allí parecía alegre. No lloraba, tampoco hacía mucho ruido. Tan solo existía. No se imaginaba que le hubieran sacado de un cobertizo. De cualquier forma, tenía que buscar la manera de devolvérselo a su madre y dejarles en un lugar seguro antes de que fuera tarde, pero ya había empezado a pensar en otras opciones como llamar a la policía. Además, las cosas empezaban a ponerse feas. Si tanto el niño como Elliot estaban protegidos bajo su techo, pronto aparecería el enemigo y llamaría a la puerta.
Vigiló al pequeño para que no se cayera mientras daba vueltas sobre las sábanas. Él seguía cortando la piel, pero no quería sacarle un ojo de encima porque ya casi le era predecible que ese renacuajo caería y empezaría a llorar. No iba a soportar sus llantos, era lo único que le motivaba a tener cura de él. Y mientras pensó en ello, notó el filo del cuchillo en su pulgar. Estaba demasiado afilado, la sangre le salió como si se hubiera mantenido comprimida dentro de las venas. Se llevó el dedo a la boca y cuando volvió la vista al niño, este le miraba sentado e inmóvil desde su posición. Abría y cerraba la boca como si quisiera molestarlo haciendo ruidos. Entonces, Nico cortó la manzana a pedacitos con una sola mano, sacó un plato del armario y puso la fruta en él. Salió directo hacia la cama y se lo puso en frente de sus narices.

—Aliméntate, pequeño humano.

Él le hizo inocentes pedorretas, a lo que Nico cogió un trozo de manzana y se lo acercó a la cara. Consigió hacer que se lo comiera pero, a cambio, le dejó los dedos llenos de babas.

—Qué asco.

ELLIOT

Pese a haberse adaptado bastante, aún sentía el miedo del primer día. Conocía a su padre, al menos lo conocía lo suficiente para saber que era mucho peor de lo que cualquier otra persona podía imaginar. No era tan solo un pérfido magnate de la industria farmacéutica, él sabía que era más que eso. Era capaz de llevar cualquier cosa al extremo aunque solo fuera para ganar una insignificante discusión. Por esa misma razón, no le sorprendió encontrarse con aquella mujer encerrada en el cobertizo, en aquellas lamentables condiciones. Si estaba tardando tanto en aparecer por casa de Nico, era mala señal. Su advertencia había sido clara. Sería capaz de hacer desaparecer a Nico del mapa si lo creía necesario. Tenía que hacer algo.

Pensó que la ducha le ayudaría a deshacerse de tantos malos pensamientos. El agua le estaba ayudando, su cuerpo se había aflojado. Bajó los párpados, se puso de cara a la alcachofa y dejó que los chorros se llevaran todas las tensiones de su piel. Le dejó tan relajado que dejó que los minutos fueran pasando como segundos. En un momento dado, bajó la cabeza y miró hacia la puerta del baño a través de las paredes de cristal. Imaginó a Nico allí de pie y él no sentía vergüenza de estar desnudo frente a su mirada. Apoyó su cabeza a los azulejos y pasó sus manos por su abdomen. Quería quedarse ahí debajo mucho más tiempo, pero tenía cosas que hacer. Cortó el agua.

AMÉN, NICO, AMÉNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora