La lápida de un vivo

28 4 0
                                    

NICO

Nico se detuvo delante de la entrada del cementerio. Desde fuera no veía más que árboles, plantas y flores. Aquello se parecía más al jardín ostentoso de una casa de acaudalados que a una necrópolis. Dio su primer paso. Se adentró sin saber qué dirección tomar, así que solo anduvo siguiendo los caminos marcados y leyendo a su paso las inscripciones de todas las lápidas que iba encontrando. No había nadie más.
Supo que Aika no había podido conciliar el sueño en toda la noche y al verlo salir por la puerta aquella mañana decidió seguirlo para atraparlo antes de que hiciera nada imprudente. Pero su amigo consiguió despistarlo cuando aceleró el paso. El rastro lo había llevado allí.

En pocos minutos el sol desapareció y el cielo se nubló por completo. El aire perdió su calidez, de modo que Nico se dispuso a acelerar su ritmo y a encontrar a Aika antes de que empezara a hacer más frío. Buscó por las zonas donde aún no había estado, recordando el color de su sudadera para identificarlo entre tanto verde.
Gris. Allí vio al castaño. Estaba delante de una tumba, mirándola detenidamente con la cabeza gacha y una expresión triste. Quiso acercarse lentamente para no sacarlo de ese estado de cavilación, pero al instante supo que había llamado su atención. Se puso a su lado y ojeó la misma tumba de enfrente: BLAKE VALCOURT. Volvió la mirada al chico y se compadeció. Se preguntó si se podía permitir el lujo de permanecer en silencio unos minutos antes de que empeorara el tiempo, era la única forma de ver a su amigo tranquilo. Inspiró hondo y esperó unos segundos antes de decir nada.

—¿Le amabas?

En medio hubo unos otros largos segundos de silencio.

—Él nunca me quiso—murmuró Aika bajo la capucha.

Nico agarró con suavidad su mano y entrelazó sus dedos. No se vio capaz de decirle nada que pudiera reconfortarle y prefirió cerrar la boca antes que provocar que se derrumbara de nuevo, como la noche anterior.

—Ha desaparecido...—volvió el castaño. Nico cerró los ojos, intentando amortiguar el dolor que le transmitía—. Ya no puedo verle...

No supo qué decirle. Sabía que aquello era lo mejor para él. Por eso le había abierto los ojos y le había explicado cuál era la realidad, pero en parte se arrepentía. Se dio cuenta de que, sin querer, le había abierto una herida que él mismo había estado manteniendo cerrada durante muchos años. Sintió impotencia al no poder hacer nada.


Hace 4 años
AIKA

Estaba sentado con los brazos cruzados y apoyados sobre sus rodillas. Delante de él veía una pared gris de hormigón aunque, verdaderamente, su atención estuviera metida en las imágenes de dentro de su cabeza. A su lado, Tobia hacía ruidos con algo. Aika no tenía fuerzas para centrarse en el mundo real y girar la mirada para ver qué estaba haciendo. Estaba tan absorto que le daba igual cualquier cosa que estuviera pasando a su alrededor. De todas formas, podía imaginarse qué podía estar pasando. De reojo veía a Tobia jugar con algo entre sus manos. Por el sonido podía imaginarse que se trataba de un bote de pastillas. No reaccionó. Siguió mirando a la pared. Y notó un golpecito en su brazo. Intuyó que, Tobia, yendo drogado hasta las trancas, le estaba ofreciendo un poco de su producto. Tampoco así respondió a la realidad.

—Gracias—soltó su compañero de forma irónica. Acto seguido, levantó la cabeza para echarse todas las pastillas del bote en su boca. En unos instantes cayó al suelo y ya no volvió a moverse.

El castaño comprendió que él también los acababa de dejar. No terminaba de ser consciente, algo no le dejaba asimilar la situación que estaba viviendo, pero efectivamente sabía que ya solo quedaban él y Jussara. Lainer se había despedido pocos días antes poniéndose sobre las vías del tren, un lugar que encontraron a medio camino antes de llegar, de nuevo, a la ciudad. Era tan surrealista que por momentos se preguntaba si realmente estaba soñando.

Jussara le observaba, ahora, desde el otro lado, también estando presente en la muerte de Tobia. Ella tampoco hizo nada. No se levantó para detenerlo, solo miró a ver cómo se iba.

—Puedes escribir un diario—le dijo a Aika cuando ya solo era el único que la escuchaba. Él la miró con el alma en el suelo, habiendo dispersado su atención.

—¿Por qué me serviría?

—En él puedes escribir cosas que te gustaría hacer al menos una vez en tu vida. Así te puedes obligar a seguir viviendo para cumplirlas.

—¿Y si ya no quiero hacer nada más en mi vida?

Jussara calló unos instantes.

—No mereces morir antes que yo.


Actualidad
NICO

—Lo siento—dijo Aika mirándole con sus marcadas ojeras y sus ojos apagados—. Estoy siendo egoísta, pero necesito irme.

—¿Cómo que necesitas irte?—dijo Nico, tragando saliva.

—Solo irme de esta ciudad.

—Leslie puede encontrarte.

—Me da igual.

Esa misma mañana, al volver a casa, Nico les explicó a Jago y a Lisa todo lo que sabía respecto a la nota que había recibido y su padre. Ellos no reaccionaron mal, pero verse involucrados con cualquier intención que él tuviera no les hacía gracia. Al principio intentaron convencerle de que se olvidara de todo e intentara reorganizar su vida de nuevo, pero sus palabras no le convencieron y terminaron entrando en una disputa sobre lo que realmente debía hacerse en aquella situación.
Nico tenía la cosas bastantes claras. Ellos no entendían nada. Ya sabía que no podía esperarse una respuesta cómplice. Solo les alertó para que se mantuvieran al margen de cualquier cosa que pudiera pasar pero siguieran informándole, tal y como Lisa lo había hecho.

Cuando fue a ver a Aika en su habitación ya no quedaba nada: ni su ropa, ni su violín, ni él mismo.


LESLIE

Había mucho ambiente por las calles. Los turistas aumentaban por momentos, pero no era algo que le molestase. Leslie se sacó las gafas de sol, las colocó en el cuello de la camisa y empujó la puerta del local para hacerse paso adentro. Era un lugar rústico, casi todo hecho de madera. Había bastante gente sentada en las mesas y los bancos acolchados comiendo bocatas o bebiendo cafés de desayuno. Él caminó hasta el mostrador ignorando a la gente que buscaba en el pequeño aparador y se plantó delante del empleado como si le conociera de toda la vida. Era un hombre con muy buena planta pese a ir vestido con un delantal. Tenía unos frondosos cabellos negros y unos ojos azules intensos que llamaban mucho la atención de los clientes. Pese a estar rondando la cincuentena era un hombre muy guapo.

—Lo de siempre—dijo Leslie apoyando los codos en la barra y provocando que el hombre dejara de limpiar las tazas con el trapo.

—¿Qué es lo de siempre?

—Menudo servicio, ¿dónde está la hoja de reclamaciones?—bromeó buscando a su alrededor.

—Ve al grano, chaval—le dijo el otro, también apoyándose a la madera. Leslie sacó un trozo de papel de su bolsillo y se lo entregó: "Parco Urbano Di Aguzzano".

—Ese Marcos que dijiste se pasea mucho por este lugar, podrías hacerle una visita. Pero lo importante ahora...—carraspeó para aclararse la garganta—...es que el mensaje ha sido recibido y algo me dice que el destinatario ya conoce al remitente.

—Mejor—contestó el hombre.

—Y otro asunto. El último de los rosso se ha fugado y se dirige a Labaro. ¿Qué hago con él?

—Lo que te plazca.

AMÉN, NICO, AMÉNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora