NICO
Su padre le había estado preparando la sorpresa. En la siguiente sala de las catacumbas, le esperaba todo un lujoso espacio de restaurante lleno de antorchas y portavelas que iluminaban el lugar. Las mesas redondas estaban todas distribuidas por la sala, limpias y cuidadas, con manteles de seda blanca encima y jarrones con flores de colores suaves en el centro. Jamás habría imaginado que en un lugar tan repugnante como ese podría haber algo tan fantástico. Su padre tenía que pasarse muchas horas allí abajo para que todo quedara tan perfecto. Se preguntaba hasta qué punto era capaz de encerrarse hasta que todo estuviera decorado de aquella forma.
—Saluda a tu madre—dijo él, con su arrogante sonrisa. El asombro de Nico desapareció en un "clic". Vio de reojo hacia donde la mano de su padre estaba indicando, pero no quiso girarse a ver qué señalaba. El corazón le daba irregulares golpes dolorosos. La sangre le había bajado a los pies y, entonces, tuvo que reunir todo su valor para girar su vista hacia el lugar que debía.
La vio, después de tantos años, la vio. Quería que fuera una pesadilla. No era ella, pero la veía. Estaba allí, de pie. Su hermana también. Estaban ambas, pero no eran ellas. Le subió desde los pies toda la sangre y explotó en el pecho, haciéndole creer que lo que veía era una imaginación, que se había vuelto loco. Se encontraba por segunda vez con aquellos rostros que le habían estado persiguiendo durante toda su vida. Sus enormes ojos redondos sin párpados, intimidándole y culpabilizándolo de todo; sus largas uñas encarnadas en aquella piel plastificada; los pocos cabellos que aún les quedaba sobre la cabeza; los vestidos blancos de dos almas penando. Eran dos muñecos diabólicos.
—QUÉ HAS HECHO—gritó arrodillándose sin poder apartar la mirada de ellas.
—He aprendido a disecar humanos—contestó el hombre, admirando su obra de arte.
—BECCA—imploró Nico, desolado, como si expulsara de su pulmones el último respiro de aire que le quedaba. Llevó su brazo tembloroso a la boca y se mordió tan fuerte como pudo, hasta hacerse sangre. No despertaba porque ya estaba despierto. Empapó el suelo de lágrimas y lo golpeó con su puño, sin encontrar ninguna manera con la que deshacerse del dolor—. Mamá...
Levantó la mirada, borrosa y hecha agua.
Un mes después
ELLIOTNada más llegar, el perro le esperaba con los colmillos afuera, gruñendo rabioso, preparado para atacarle. Se trataba de un gran danés llamado Mietitore, haciendo referencia al segador, la parca. A dos patas, el perro le sacaba tres cabezas. No entendía cómo Nico se había permitido adoptarlo y entrenarlo para que fuera tan agresivo. Elliot temía que algún día el animal perdiera el control y decidiera atacar a su propio amo.
—¡Mietitore!—escuchó que gritaba Nico desde la mesa redonda que había bajo los porches de la casa. El perro corrió hacia él al escucharle, así Elliot pudo abrir la pequeña puerta de metal que separaba las dos partes del jardín y pudo entrar sin temor a ser mordido.
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AMÉN, NICO, AMÉN
Ficción GeneralNico vive atrapado en un trauma de infancia que mantiene oculto y callado en su cabeza. Cree haber empezado una vida nueva, lejos de todo lo que le había hecho mal, pero el encuentro con un chico llamado Elliot le regala una pista de algo que podría...