La muerte no es

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AIKA

Le acababan de hacer un tour por la mansión. Marcos le había adjudicado una habitación. Parecía que había de sobras. Le habían informado sobre cuál era el estado general; cómo habían sido aquellos últimos días sin él. Y si creía que él estaba perdido, Marcos le había dejado claro que ninguno de ellos estaba siguiendo un rumbo. Lo único que habían logrado hacer había sido encontrarle en la calle tocando un violín robado, acompañado de Adrienna, quien bailaba con su música para que el sombrero que había en el suelo se llenara de dinero.

Aquellas semanas, para él, fueron como una persecución diaria. Él y la pequeña tenían que huir, constantemente, de la policía, de los propietarios del violín y de las personas que podrían identificarles como "rosso". No podían estar en paz y, mucho menos, ganar el dinero suficiente para vivir.

Había intentado volver a casa de Jago para que les ayudara, pero cuando lo hizo ya no quedaba nada. Incluso le faltaban paredes a ese lugar. Y hablando de él, tuvo la suerte de ser encontrado aquel día. Cuando le vio entre la gente de la calle, dejó caer el instrumento al suelo y corrió a verle, sabiendo que le habían estado buscando

Y caminando por los pasillos de esa lujosa casa, quiso verle de nuevo para agradecérselo. Caminó hasta la puerta de su habitación, donde Marcos le había indicado que se encontraba. No llamó antes. Abrió la puerta sin pensar y vio lo que no debía. Pilló a Jago in fraganti. El chico se había asustado tanto que cayó de la cama y se golpeó la cabeza con la mesita de noche, donde tenía amontonadas un montón de bolsitas de plástico transparentes, llenas de pastillas. Aika hizo como si no hubiera visto que se estaba drogando y Jago creyó ser suficientemente rápido para abrir el primer cajón y tirar todo el material dentro.

—¿Te has hecho daño?—preguntó el castaño.

—Me has dado un susto de muerte—contestó con una risa nerviosa y, en seguida, se llevó una mano a sus partes bajas—. Estaba disfrutando de la privacidad.

Le mintió, pero Aika no le dio más cuerda de la que tirar. Le lanzó una sonrisa fugaz y cerró la puerta.

NICO

—Sí, Adrienna tiene un gran talento—le contaba Zinerva, la única que se había quedado con él allí afuera—. Es muy segura de sí misma y no le teme a nada. Supongo que eso ha influido bastante. Por eso me sorprendió que aquella noche viniera corriendo hacia mí tan asustada. Fui un poco dura contigo.

—Tenías todo el derecho, entonces yo era un desconocido. No porque ahora me conozcas significa que tuvieras que haber sido más simpática.

—Concuerdo contigo—suspiró ella—. Realmente era lo que pensaba.

—Aquí deberías acostumbrarte a decir lo que piensas. La hipocresía puede salirte muy cara.

Zinerva frunció el ceño, sorprendida por aquella respuesta. Le dio vueltas a lo que le pasaba por la mente. Sabía que tenía que decirlo.

—Empiezo a entender porqué tu padre es el líder de...

—No me compares con él—le interrumpió.

—Lo siento.

Nico tomó aire y puso sus manos sobre la mesa, con intención de levantarse. Iba a ser servicial por una vez en su vida.

—¿Quieres algo de beber? ¿Un café? ¿Una limonada?

—Una limonada, tal vez.

Él asintió y caminó escuchando, a su vez, como en alguna parte del jardín el perro gruñía y jugaba con la niña nueva, quien reía a lo lejos como si dentro de la casa estuviera ocupada la vida de los adultos. Adultos que solo eran críos.

AMÉN, NICO, AMÉNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora