16. No espero que seamos amigos.

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El pelinegro se hallaba mirando la puerta de la habitación. Se había despertado hace una hora aproximadamente y sólo se había levantado para ir al baño y luego volver a acostarse en la cama, la cual había arreglado, su pie le había fastidiado, pero pudo extender la sábana lo suficientemente bien.

No sabía que debía hacer, ¿bajar?, ¿quedarse aquí hasta que llegara el hermano del rubio? No lo sabía. Con pesadez tomó su teléfono, siete y veinticuatro, sólo habían pasado ocho minutos de la última vez que lo vio.

En silencio y en la bruma mental que tenía, habían pasado unos quince minutos más, su estómago hizo un bajo gruñido, el pelinegro soltó un bufido, maldiciendo sus constantes ganas de comer, y también pensando en que, ¿acaso nadie comía en esta casa? Aunque sabía que exageraba, para este punto apenas eran las siete con cuarenta y cinco.

Rindiéndose decidió que bajaría, de todos modos, la noche anterior había decidido que mejoraría su actitud con Park, y empezaría por pedir un desayuno amablemente.

Bajando de la cama lentamente, tomó las muletas, para entre zancadas llegar a la puerta y salir cerrando esta detrás de él.

Al parecer había decidido el mejor momento para salir, pues no había dado ni tres “pasos” más cuando notó que la puerta a unos metros de él se abría, dejando salir al rubio, quien llevaba puesto una polera holgada y un pantalón de chándal.

El rubio había notado su presencia al instante, mirándolo sorprendido, como si no lo hubiera esperado ver ahí, en su pasillo, pensándolo si era extraño ver a un chico que no te agradaba parado en medio de tu piso con unas muletas en las manos. Pero sacudiendo levemente su cabeza, ignoró la presencia del pelinegro por unos instantes mientras cerraba su puerta detrás de él.

-¿Necesitas ayuda? -dijo el rubio después de cerrar la puerta y acercarse un poco al pelinegro, quien se encontraba entre disgustado e incómodo. ¿Park no sabía saludar? Pero rechazó el pensamiento.

-No, puedo solo -respondió Jeon, si el rubio no saludaba, el tampoco.

-Esta bien, te espero en la sala para desayunar -habló Park y sin esperar respuesta salió del pasillo y se perdió por las escaleras dejando al pelinegro, quien torpemente movía las muletas y daba pequeños saltos para avanzar.

Llegando al borde de la escalera Jeon la miró como si esta hubiera insultado a su madre, hizo trabajar a su cerebro para pensar en como rayos bajaría.

Demoró unos cuantos segundos hasta que notó que no sería muy difícil, sólo tenía que bajar lentamente y asegurar bien el equilibrio de las muletas con su peso… bueno tal vez no sería tan sencillo.

Decidiendo que una estúpida lesión y dos pedazos de metal no serían mas fuertes que él decidió probar el primer escalón, notando que pudo hacerlo bien y así continuó, sus brazos se estaban cansando ya que no había estirado o alto parecido, y  sabía que el no era un pluma precisamente. Pero entre miradas asesinas a las muletas y el concreto de las escaleras logró bajar, sano y salvo. Tuvo una ganas de decirle “en tu cara perra” a la escalera, y lo hizo, mentalmente, ya que no quería que el rubio oyera aquello.

Estando en el suelo liso estiró sus algo cansados brazos para luego tranquilamente avanzar hasta la sala, encontrándola vacía. Se puso a pensar en si debía sentarse en el sofá o ir a la cocina a ayudar, según su madre siempre en casas ajenas debías ayudar en algo. Pero respondiendo a su pregunta interna, apareció el rubio con una fuente mediana de alimentos.

Llegando al lado del pelinegro Park dejo la fuente en la mesa de centro, Jeon observó lo que había en la fuente, dos tazones de fruta picada, dos vasos de lo que parecía yogurt y dos panecillos. El pelinegro decidió que para ello el rubio no hubiera necesitado ayuda, así que olvido aquello.

Un hijo... ¡¿JUNTOS?! || KookMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora