Capítulo 4 ⚔ Taluryo

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Taluryo


Los dedos de Lukan se deslizaban por los tallos finos y suaves del trigo mientras recorría los campos que hacía tanto tiempo cuidaba, regaba y cosechaba. También había algunos setos con moras azules y rojas. Sin embargo, aún se veían grandes círculos de tierra quemados y casi todos los árboles que antes habían estado cargados de manzanas, duraznos, limones y naranjas habían sido cortados y los troncos estaban ennegrecidos a causa del fuego.

La luna menguante bañaba la granja en la que Lukan había crecido y a él casi le parecía ver a su madre caminando con un macuto de tela atravesado en la espalda, su cuello y su pecho quemados por el sol y su rostro cubierto de manchas. Era una mujer incansable con un carácter fuerte y afable a la vez. Lukan solía recoger los frutos desde el otro extremo y en cuanto su madre lo veía, le sonreía y le lanzaba el durazno más grande y rojo de toda la cosecha.

Su niñez fue maravillosa al lado de aquella dulce mujer a la que él consideraba su madre y que más adelante descubriría que en realidad no lo era. Al menos no en el sentido estricto de la palabra.

Si a Lukan le hubiesen dado a elegir entre recuperar un antiguo reino que no había visto, que había sido gobernado por unos padres que no conocía y por los que no sentía nada, y seguir viviendo en aquella humilde granja con su vieja querida, él hubiera vivido allí por el resto de sus días. Estaba seguro de eso.

Nada le había dado tanta felicidad a Lukan como vivir en esa granja con su madre. Nada, salvo la princesa de Sarkya. Para Lukan, las princesas siempre habían sido chicas idiotas, vanidosas y nada inteligentes que sólo se preocupaban por el alza en sus pretendientes o qué vestido usarían al día siguiente. Esa clase de chicas aburrían a Lukan y la escasez de originalidad no se encontraba sólo entre las jóvenes nobles sino también en doncellas de cuna humilde que buscaban enredar a algún señor menor o a su joven hijo sin éxito alguno, por supuesto, pero eso no las desalentaba.

Devron Leskuren había sido ese joven príncipe que enloquecía a las doncellas, bien fueran de casa noble o no. Él no parecía estar más interesado en ellas que en un racimo de cebollas, había observado Lukan. No obstante, demostraba mucho interés en emular y seguir a su padre a todas partes. La admiración que el príncipe sentía hacia su padre Traveno rayaba en la adoración y Lukan no dejó de preguntarse cómo sería tener un padre y venerarlo de aquella manera, como si no existiera un hombre más digno y grande sobre la tierra.

En una ocasión, le preguntó a Isalia, su madre, quién había sido su padre. Aunque ella palideció, también asintió porque sabía que Lukan se lo preguntaría en algún momento. Según ella, su padre había sido un hombre magnífico y valiente que había perdido la vida a manos de un ladrón que quiso meterse a la granja durante la noche cuando Lukan era muy pequeño. Aquello no era del todo falso, aunque el ladrón resultó ser un príncipe usurpador y la granja asaltada, el Reino de Oriente.

Como Lukan no se sentía atraído hacia ninguna moza o doncella de las aldeas cercanas a Sarkya, dedicó sus días y noches cuando no cuidaba de la granja y los animales, a recorrer las colinas y bosques de Sarkya a lomos de su caballo Niebla. Cuando llevaba un buen trecho recorrido, se tendía en el prado bajo algún arkón y leía y leía durante largos ratos. Resultaba difícil para el hijo de una granjera, puesto que cada libro valía al menos medio Derakyo de oro, pero Lukan guardaba la parte que le tocaba por el cuidado de la granja y había construido una pequeña mesa en la que acumulaba la modesta cantidad de veinte libros. Cuando terminaba uno y no podía permitirse comprar otro, releía los cuatro que más le gustaban. El caballero leal, Los Hijos de Los Dioses, El Rey y el Brujo y Los sueños de un mendigo.

Ascenso a la oscuridad, Libro II Reinos OscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora