Oryana
Gruesas gotas de sudor recorrían el rostro de Oryana Indarok cuando cayó de rodillas y vomitó por cuarta vez aquel día. No fue mucho de cualquier modo porque no había comido nada desde el día anterior.
Mientras su vientre era sacudido por feroces espasmos y arcadas, un recuerdo casi feliz la asaltó.
La princesa de Sarkya había contraído una fiebre grave que la había obligado a confinarse por más de tres lunas en su cámara. Su hermana Sarka, de cinco años en ese entonces, llamó a la puerta una y otra vez y Kaly la oyó sollozar en una ocasión, pero por mucho que ella deseara dejarla entrar, nadie podía acercársele a riesgo de contraer la fiebre que ya había matado a más de veinte aldeanos en Sarkya. Los niños eran mucho más vulnerables y Kaly no quería exponer a Sarka a una muerte inminente.
Una de las doncellas de Kaly dejaba una bandeja con comida todos los días afuera de su puerta. En cuanto escuchaba el ruido de la bandeja en el suelo, se levantaba del lecho como podía, abría la puerta, recogía la comida de una pequeña mesa y volvía a cerrar la puerta con llave. Los padres de Kaly habían encomendado su cuidado a las doncellas y a un buen maestre, pero ella no quería contagiar a nadie con la fiebre, que en la mitad de los casos era mortal una vez adquirida. Por eso se había atrincherado en su propia cámara y no permitió que nadie entrara. Resultaba peligroso para ella porque si algo le ocurría nadie podría acudir a ayudarla, pero no existía una cura para la fiebre más que esperar a que quien la contrajera mejorara. O muriera.
Cuando llevaba el décimo día padeciendo la fiebre, Kaly se despertó sintiéndose mucho más débil que los demás días y tuvo que hacer un esfuerzo descomunal para levantarse de la cama al oír que alguien depositaba la comida, cuando lo único que le apetecía era seguir durmiendo. Se levantó de la cama y un escalofrío la recorrió cuando sus pies descalzos tocaron la piedra helada que la alfombra no cubría, pero sabía que tenía que comer si es que quería mejorar.
Sin embargo, cuando estaba sacando la llave de su bata, perdió las fuerzas y cayó. Aunque la puerta estaba muy cerca, las fuerzas habían abandonado a Kaly y no fue capaz de ponerse en pie de nuevo, de modo que se vio obligada a arrastrarse para poder abrirla.
Una ráfaga de viento helado le golpeó el rostro y unas manos fuertes y cálidas la tomaron por los brazos. Kaly se sobresaltó ante el contacto luego de llevar tantos días en soledad. No tenía fuerzas para hablar y tampoco para rechazar aquellos brazos.
Esperaba que se tratara de algún criado o mozo que hubieran puesto a espiarla para saber en qué estado se encontraba, pero cuando alzó la mirada se encontró con los ojos afables y sinceros de su padre.
Traveno no dijo nada, sólo le sonrió y la levantó en vilo. Sin embargo, el estómago de Kaly decidió manifestarse en ese momento y la sacudió como un latigazo. Su padre la bajó enseguida pero no la soltó mientras ella vomitaba sobre la alfombra. Traveno masajeaba la espalda de su hija con una mano y apartaba su cabello con la otra. Esa noche, sin importar las protestas de Kaly, su padre se quedó en la cámara, le dio de comer y durmió en una silla cerca de su lecho.
Casi siete años después, Kalyana se hallaba en esos mismos aposentos, los que le pertenecieron cuando fue la princesa de Sarkya y también estaba arrodillada en el suelo, enferma como en ese entonces, pero esta vez, Traveno no estaba allí para acompañarla y frotar su espalda.
No estaba sola realmente porque Maurena y una joven aprendiz de bruja se hallaban con ella, pero se sentía sola.
La joven se acercó a ella con el rostro angustiado y Oryana alzó una mano imperiosa.
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Ascenso a la oscuridad, Libro II Reinos Oscuros
FantasiKalyana Leskuren ha ascendido y ha descubierto cuán poderosa es. Sus dones provienen de la magia más oscura y terrible y la unen, desde su nacimiento, al Rey Krovalon Saravenkot, quien desea el poder más que cualquier otra cosa. Movidos por sus sent...