Capítulo 11 ⚔ Lenko

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Lenko


El bosque estaba totalmente oscuro, excepto por la fogata que ya comenzaba a extinguirse lentamente y lo único que rompía el silencio era el ulular de los búhos.

Lenko Dunhsek estaba recostado contra el tronco de un arkón con el archa en su regazo. Oryana estaba frente a él y parecía dormida, aunque se removía de vez en cuando y respiraba con fuerza. Seguramente estaba teniendo otra pesadilla, pero al menos dormida no podría hacerle daño a nadie, ya que eso era lo que más parecía preocuparla.

Tuvieron que pasar otra noche en el bosque porque el encuentro con la comunidad de brujos los había retrasado. Justo detrás de las colinas altas que se veían más allá de los arkones, estaba el Castillo Oscuro.

La quietud y el silencio lograron que Lenko reviviera el recuerdo de la noche que huyó de Los Peñascos Agrestes con Farena, una doncella hermosa y dulce de la que se había enamorado sin darse cuenta siquiera. Sólo supo que la amaba cuando Kresyo Qasteen, vasallo de la casa Paltrek, dio a su comandante de la guardia la orden de marcar con fuego a los nuevos esclavos, Farena entre ellos.

Exelyo le rogó al señor de Los Peñascos Agrestes que no marcara a Farena y que le permitiera comprar su libertad, pero eso sólo empeoró las cosas. Kresyo ordenó que la marcaran delante de Exelyo y lo obligó a mirar.

Como no era posible razonar con un hombre como Kresyo, él y Farena huyeron una noche y compraron una granja modesta en una aldea pequeña en medio del bosque. Ella ya estaba embarazada en ese entonces y aunque Exelyo temió que la faena de la huida pusiera en peligro su vida, no podían permanecer en el señorío porque Kresyo bien podía venderla a ella o al niño cuando naciera.

Sin embargo, no se alejaron lo suficiente y los caballeros les dieron alcance cuando su hijo Mylos apenas tenía un año. Por consiguiente, Exelyo y Farena tuvieron que huir otra vez. No llegaron muy lejos.

Los caballeros les dieron alcance y fueron obligados a regresar a Los Peñascos Agrestes junto con Mylos. Como castigo por escapar, Kresyo condenó a muerte a Farena y al niño.

Encadenó a Exelyo en una mazmorra secreta del castillo y vendó sus ojos. Oyó los gritos de Farena y el olor a carne quemada llegó hasta él. No pudo hacer nada y se odió por ello.

Los Dioses sabían que había sufrido mucho en el pasado, pero aquel día fue, por mucho, el más doloroso y terrible de su vida. Cuando le quitaron la venda, gritó como una bestia herida cuando vio los cuerpos de Farena y Mylos, humeantes y consumidos por el fuego.

Algo dentro de Exelyo se había roto y aunque los trozos se habían unido de nuevo, habían dado como resultado a un hombre frío y vacío que no tenía nada que perder.

Poco después de eso, hubo una revuelta entre los esclavos que Exelyo apoyó con todo tesón. Él y veinte esclavos lograron salir con vida y huyeron de Los Peñascos Agrestes con la intención de unirse a la Hermandad de Akeryos.

Cuando llegaron a las Islas Dronas sólo quedaban cuatro. El hambre, el miedo y las disputas entre los esclavos acabaron con el resto. Exelyo cambió su nombre antes de entrar en la Torre Drona y se convirtió en uno de los diez mercenarios dronos en poco tiempo. Se prometió a sí mismo esforzarse hasta convertirse en un guerrero letal al que nadie pudiera hacer daño, ni siquiera Kresyo Qasteen con sus hordas de caballeros curtidos.

Pero nada pudo prepararlo para la llegada de una guerrera valiente y hermosa con una cicatriz en la mejilla, y su tendencia a enamorarse con facilidad, enterrada tantos años atrás, volvió a surgir otra vez, sin que él pudiera evitarlo.

Ascenso a la oscuridad, Libro II Reinos OscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora