Danerko
El maestre Orkien sujetaba las correas al pecho y al torso de Danerko mientras Kendaro lo sostenía bajo las axilas con muy poca delicadeza. Las cadenas tintinearon por encima de su cabeza cuando el caballero enganchó las argollas de las correas.
Kendaro ajustó una de las correas con demasiada fuerza y Danerko gruñó cuando el hierro de la hebilla se le enterró en la piel del costado.
-¡Aléjate de mí! – espetó empujando al caballero con una mano. Kendaro era alto y su pecho era macizo como una piedra, y aun así, se tambaleó. Danerko se sorprendió porque no sabía que era tan fuerte.
Kendaro le dedicó una última mirada desdeñosa y burlona antes de marcharse. Había lastimado a Danerko adrede. Tenía la certeza de que Krovalon siempre lo enviaba precisamente a él para molestarlo.
-Estoy harto de esto – se quejó mientras Orkien le levantaba la camisa para limpiar la herida - ¿Cuándo va a entender el Rey que no puedo caminar, sin importar cuántas veces me someta a tratamientos estúpidos como éste?
Danerko tenía frío y el hecho de que Kendaro lo hubiera sacado del lecho mientras dormía, lo tornaba más irritable todavía. Las cadenas estaban cruzadas por encima de las gruesas vigas de madera, de modo que Danerko quedaba suspendido y únicamente sus pies tocaban el suelo.
-No puede darse por vencido, príncipe – repuso el maestre con un gesto apaciguador. Sin embargo, Danerko no podía confiar en él luego de saber que experimentaba con pócimas y hierbas y que les pagaba una miseria a jóvenes desesperados para verificar su efectividad. Muchos de ellos morían o quedaban terriblemente deformes -. Estoy seguro de que pronto lograremos progresos.
Danerko vio la arena regada sobre el suelo, a unos pocos pasos de distancia, y más allá había un artilugio cuadrado y grande, uno de los inventos espeluznantes de aquel maestre. Era una plancha metálica de la que sobresalían astillas de madera y hierro.
Aquel sólo era uno de los muchos cuartos que el Rey Krovalon le había concedido al maestre Orkien para que trabajara en sus pociones e inventos. Había cuchillos largos y retorcidos en soportes unidos a los muros; armarios abiertos repletos de frascos de distintos tamaños, formas y colores. Probablemente eran esos frascos los que desprendían ese hedor tan penetrante que Danerko percibía nada más entrar.
Lo que más helaba la sangre eran las pinzas y navajas retorcidas que el maestre había inventado con la ayuda del herrero. Antes de preguntarse para qué necesitaría el maestre esas herramientas, se preguntó en quiénes las usaría.
Él ya conocía la plancha metálica y sabía que Orkien no lo dejaría salir de ese cuarto oscuro hasta que caminara sobre ella. El objetivo de la plancha era, según el maestre, determinar la capacidad de Danerko de sentir dolor.
No podía mover las piernas porque no podía sentirlas, así que Orkien pretendía despertar algún tipo de estímulo provocando dolor. Pero Danerko no estaba dispuesto a caminar sobre aquella cosa otra vez.
Aunque no le dolía, sí veía los puntos rojos de sangre en las plantas de sus pies. Y ciertamente, tenía algo de miedo. La última vez le pareció haber sentido un pinchazo y no fue nada agradable. Danerko no se lo había contado al maestre y mucho menos a su padre porque creyó que se trataba de un falso reflejo y no quería que lo sometieran a tratamientos mucho peores.
-Hoy no quiero hacer esto, maestre – repuso en un tono molesto -. Así que quíteme estas correas y llame a alguien para que me lleve a mi cámara.
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Ascenso a la oscuridad, Libro II Reinos Oscuros
FantastikKalyana Leskuren ha ascendido y ha descubierto cuán poderosa es. Sus dones provienen de la magia más oscura y terrible y la unen, desde su nacimiento, al Rey Krovalon Saravenkot, quien desea el poder más que cualquier otra cosa. Movidos por sus sent...