Alakron
La muleta de madera emitía un crujido molesto cada vez que Alakron la apoyaba sobre el empedrado. Tenía la mano derecha entumecida de sostenerla y aunque apenas había andado unos pocos pasos fuera de su cámara, ya no soportaba el dolor bajo la axila.
Se encontró con caballeros, mozos y doncellas mientras cruzaba los corredores y subía peldaños.
Todos ellos lo miraban sin ocultar su desagrado y se alejaban de él tanto como podían.
En sus rostros se leía el miedo atroz a contraer la Lyperia.
Por todo el Castillo Oscuro se había esparcido el rumor sobre la enfermedad de Alakron, y aunque él no cesaba de repetir que no podía contagiar a nadie, casi todos los habitantes de la fortaleza evitaban tocar lo que él tocaba y salían corriendo de manera poco discreta.
Si la naturaleza de Alakron hubiese sido taciturna, rencorosa u orgullosa, no habría podido tolerar el desprecio y la estupidez de quienes lo rodeaban. Sin embargo, el humor nato de Alakron era como una sombra omnipresente que nunca lo abandonaba y que le permitía seguir adelante.
Además, tampoco podía permitirse permanecer encerrado en su cámara todo el día aunque quisiera porque sus hermanos lo necesitaban más que nunca.
Cuando iba en el tercer tramo de escaleras, chocó con una doncella joven que llevaba una cubeta de agua caliente. Algunas gotas salpicaron el rostro de Alakron.
La chica palideció y soltó la cubeta en cuanto vio que se trataba de él.
El agua caliente empapó el suelo y la cubeta rodó.
La doncella retrocedió tan bruscamente que se sobresaltó cuando su espalda tocó el muro.
Miraba a Alakron con los ojos desorbitados. Estaba aterrada.
Él sabía que sería inútil intentar tranquilizarla y que ella no escucharía sus palabras, así que decidió hacer alarde de su sentido del humor.
Dobló la espalda con exageración y comenzó a gruñir como una bestia mientras avanzaba con pasos torcidos hacia la doncella.
El rostro de la chica se retorció de espanto y salió corriendo con tanta prisa que no vio la cubeta. Tropezó con ella y Alakron sintió una punzada de culpa cuando la vio marcharse cojeando.
Rio un poco y continuó su camino.
Pero la sonrisa se esfumó muy rápido.
Había recorrido el Castillo Oscuro innumerables veces y conocía cada rincón de él como si se tratara de Eduryon. Sin embargo, el ascenso hacia las almenas nunca le había parecido más tortuoso y difícil que en ese momento.
El día anterior había descubierto que la rodilla derecha estaba más torcida e inclinada hacia adentro, como las patas de un cisne. Cuando intentó levantarse del lecho, se cayó de bruces porque la pierna no pudo soportar el peso de su cuerpo.
La carne que cubría la rodilla había comenzado a amoratarse y le dolía espantosamente, en especial durante las noches. Pero según el maestre Menkel, sólo debía preocuparse si los moretones se tornaban negros.
La pócima se había terminado ese mismo día pero no se lo dijo a nadie, ni siquiera al maestre. Podía sentir la enfermedad recorriendo su cuerpo libremente ahora que el brebaje no la detenía.
Tenía la pierna entablillada para impedir que la rodilla siguiera desplazándose. Lo único que recordaba de la noche anterior eran los rostros de los dos mozos que lo sostenían y el martillo que alguien descargó sobre su rodilla para enderezarla.
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Ascenso a la oscuridad, Libro II Reinos Oscuros
FantastikKalyana Leskuren ha ascendido y ha descubierto cuán poderosa es. Sus dones provienen de la magia más oscura y terrible y la unen, desde su nacimiento, al Rey Krovalon Saravenkot, quien desea el poder más que cualquier otra cosa. Movidos por sus sent...