Alakron
-¿Está seguro de que no podré contagiar a nadie?
Alakron trataba de ocultar la desconfianza que le generaba la casa del maestre. Los barrotes de hierro de la ventana estaban oxidados, el piso de madera tenía grandes grietas y estaba podrido debido al agua que goteaba de las paredes y del techo.
Estaba sentado con la mano derecha extendida mientras el maestre Klefos le tocaba los dedos con los suyos arrugados y fríos. Alakron mordía sus labios con fuerza porque incluso sin que alguien lo tocara, el dolor resultaba insoportable.
Durante las noches, no obstante, era mucho peor y la agonía no lo dejaba dormir muy bien. Gemía durante los sueños y Tarsia, que a veces se colaba en su habitación y se tumbaba junto a él cuando ambos se encontraban en el Castillo Oscuro, entró a su habitación a hurtadillas dos días atrás y tuvo que despertarlo, angustiada por los extraños quejidos de Alakron. Él la tranquilizó diciéndole que sólo era una pesadilla y la obligó a salir de su cámara.
Desde entonces, echaba llave a la cerradura y no abría a nadie, ni siquiera a Tarsia.
-He confinado la enfermedad a su mano – aseveró Klefos – y nadie a su alrededor va a contraerla – alzó las cejas entrecanas y miró a Alakron con gravedad -. Pero no va a detenerla por mucho tiempo y continuará avanzando.
Alakron señaló el brebaje violeta que había sobre la mesa.
-¿Entonces para qué sirve eso?
-La pócima le ayudará un poco con el dolor y evitará que los síntomas se manifiesten de un modo más lento que si decide no tomarla. Sin embargo, el avance será inevitable y quedará inmóvil como una piedra, tarde o temprano. Luego morirá – Klefos encogió los hombros con la misma frialdad de todos los maestres curadores que han visto la muerte innumerables veces -. Tiene que advertirle a sus seres queridos antes de que pierda la capacidad de hablar.
Alakron pensó en Tarsia, en sus hermanos y en su madre y en la forma en que iba a afectarles, lo mucho que iba a devastarlos y sacudió la cabeza. Las enfermedades mortales no atormentaban a quien las padecía tanto como a aquellos que lo rodeaban.
-¿Por qué vive en un lugar como éste? – inquirió Alakron – Tengo entendido que recibe cantidades nada despreciables de oro y plata por los remedios y brebajes que elabora.
El maestre tomó un trozo de tela grueso que había puesto sobre la mesa y se lo entregó a Alakron. Luego comenzó a partir unas astillas de madera plana en trozos pequeños y largos.
-Todo lo que gano lo uso para sostener un modesto taller en el que experimento para extraer posibles remedios y curas, como la pócima que acabo de entregarle.
-¿La ha probado en alguien más?
-En dos jóvenes, hijas de un granjero que acudió a mí desesperado – repuso mientras desenvolvía hilo grueso de una madeja y lo cortaba con tijeras.
Un estremecimiento nervioso recorrió a Alakron y tragó saliva con fuerza sin saber lo que pretendía hacer Klefos.
-¿Y qué pasó?
-Ambas murieron – masculló serenamente -. Alguien le dijo al granjero que yo tenía tratos con brujos y ellos me vendían algunos de sus hechizos que yo luego mezclaba con mis brebajes. Por consiguiente, el pastor Kandro de la aldea le prohibió darles la pócima a sus hijas y fallecieron en tres días – Klefos torció los labios al ver el recelo en el rostro de Alakron -. No se preocupe, príncipe, la pócima funcionará, no me pregunte cómo lo sé porque no le agradará la respuesta.
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Ascenso a la oscuridad, Libro II Reinos Oscuros
FantasiKalyana Leskuren ha ascendido y ha descubierto cuán poderosa es. Sus dones provienen de la magia más oscura y terrible y la unen, desde su nacimiento, al Rey Krovalon Saravenkot, quien desea el poder más que cualquier otra cosa. Movidos por sus sent...