Capítulo 3 ⚔ Lenko

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Lenko


La línea que separaba los campamentos Akeryos de las tiendas de los caballeros y guerreros que servían a Taluryo Iberok era muy delgada. Apenas a unos palmos estaban los setos bajos que dividían ambas legiones.

Sin embargo, a medida que transcurrían los días, esa distancia parecía no ser suficiente para contener los problemas.

Raden había montado guardia dos noches atrás, respetando la hilera de arkones amarillos y pequeños que limitaban el territorio de los guerreros de Oriente. Regresó, no obstante, apenas un rato después de haber comenzado la guardia. Lenko estaba en su tienda, pero no estaba dormido porque aguardaba a que Qasha regresara. Había sido toda una hazaña lograr que aceptara compartir la tienda con él y aunque Lenko agradecía aquella pequeña victoria, sólo veía a Qasha ya cerca a la medianoche y cuando él se despertaba, ella ya se había marchado.

Aquella noche, como tantas otras, estaba despierto cuando Raden llegó hasta su tienda tambaleándose. A Lenko se le hizo extraña su presencia, pero corrió hacia Raden al ver su rostro iluminado por la débil llama de las antorchas. Tenía moretones en los pómulos y un ojo cerrado casi por completo.

Según Raden, un grupo de guardias de Oriente lo había sorprendido por la espalda y habían comenzado a golpearlo. Estaban ebrios y le habían gritado a Raden "esclavo", "rebelde", "desertor" y "renegado".

Esas dos últimas palabras estaban reservadas para los siervos, esclavos y mozos que habían escapado de los señores a los que servían. Los que eran sorprendidos huyendo los devolvían a los señoríos y castillos de donde se habían escapado y, desde luego, se les castigaba de mil maneras diversas que desafiaban a la imaginación. Esos eran los señores más clementes y bondadosos. Muchos ejecutaban a los siervos como escarmiento público para que los demás tuvieran miedo de seguir su ejemplo.

Raden era un guerrero más que formidable y le había enseñado muchas técnicas de combate a Lenko. Más que un Hermano Akeryo y un compañero, Raden era un amigo para él y nunca nadie lo había derrotado en combate, ni siquiera cuando se enfrentaba a dos o tres hombres. Le habían descargado un golpe con la empuñadura de una espada que le dejaría una larga cicatriz en la cabeza.

Mientras que uno de los sanadores jóvenes curaba a Raden, Lenko sabía que las cosas podrían ir peor si las huestes de Oriente y los Akeryos se veían obligados a soportarse entre sí durante más tiempo. En los más de diez años que Lenko llevaba en la Hermandad, aquella no era la primera vez que veía los alcances del resentimiento que los caballeros, guardias, guerreros y siervos de algún señorío podían llegar a albergar hacia los Akeryos.

El fundamento de esa animosidad provenía de una envidia secreta. Todos ellos, al verse incapaces y temerosos de huir de sus señores o de los esclavistas, preferían quedarse y soportar por años la crueldad a la que ya estaban acostumbrados. Y esa era su gran debilidad. Una costumbre, aunque fuera nefasta, no dejaba de ser costumbre y muchas personas elegirían mil veces una vida de sumisión y maltratos por encima del riesgo a la incertidumbre de saber si las cosas irían mejor de buscar otro camino.

Lenko y miles de Akeryos más se habían enfrentado a esa vida incierta y a pesar de que en la Hermandad no escaseaban las adversidades y los desacuerdos, ningún Akeryo que él supiera, se había marchado para regresar a obedecer a su antiguo señor.

Habían pasado dos días desde que los guardias habían atacado a Raden y la tensión era cada vez más palpable. A raíz de eso, Lenko había reunido a los Akeryos para reorganizar las guardias y que así, hubiera al menos tres de ellos en cada ronda.

Ascenso a la oscuridad, Libro II Reinos OscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora