Epílogo

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Epílogo


"No podemos ir al Castillo Oscuro", murmuró Arkela dentro de la mente de Oryana.

Era la mejor manera de comunicarse cuando ambas estaban volando y aunque a ella le pareció un poco escalofriante y extraño al principio, pronto se sintió cómoda con la voz apaciguadora de Arkela en su cabeza.

Sólo los que poseían el don del vuelo podían hablar de aquella manera tan íntima y particular. Oryana comprendía por qué eran tan fuertes los lazos que unían a los Asmekuros.

"Egneton dice que el Castillo Oscuro ha sido invadido. Bastenon ha montado un campamento sobre Los Puntos".

Oryana sólo asintió mientras giraba para cambiar de dirección, al igual que Arkela.

Comprendió demasiado tarde que la razón por la que Krovalon no se había manifestado el día anterior era porque marchaba hacia el Castillo Oscuro con sus ejércitos y no quería que ella lo supiera.

Oryana era la única que podía detenerlo.

Sin embargo, sí se manifestó cuando Oryana y Arkela emprendieron el vuelo hacia el Norte, luego de que ella asegurara que algo terrible le había ocurrido a uno de los Asmekuros.

Todos estaban muy cansados y hambrientos, y por eso, cuando la insidiosa voz de Krovalon se abrió paso a través de Oryana, la encontró agotada y fue más fácil doblegarla.

Oryana había volado del Castillo Oscuro a La Fortaleza Dorada, no había dormido nada y todo eso jugó en su contra.

No llevaban la mitad del camino recorrido cuando se echó sobre Arkela y le enterró las garras sobre las alas. Oryana se situó encima de ella e intentó desgarrarle el cuello con su pico, pero como Egneton estaba en el medio, usó su espada para defender a Arkela.

Oryana sufrió una herida muy dolorosa en las costillas y antes de caer, una de sus garras penetró en el pecho de Egneton.

Cuando volvió a su forma humana, Oryana buscó a Arkela. No fue difícil encontrarla. Había caído en la planicie de una colina y contemplaba a Egneton con los ojos desorbitados, clavados en su pecho.

Oryana vio la sangre incluso desde lejos.

Cuando llegó hasta ellos, Arkela se puso en pie y sacó una daga con la intención de esgrimirla contra ella.

Oryana le arrebató la daga con un movimiento rápido y se hizo un corte en el brazo, se arrodilló y derramó su sangre sobre el pecho de Egneton.

La herida que ella le había provocado no era mortal, pero le habría tomado mucho más tiempo recuperarse sin la sangre de Oryana.

Mientras aguardaban a que Egneton despertara, Oryana y Arkela cayeron dormidas como piedras.

Oryana tuvo la precaución de tumbarse lejos de ellos. Sin embargo, sabía que Egneton y Arkela no estarían a salvo si Krovalon volvía a ordenarle que los atacara.

Pero no lo hizo.

La pesadilla de Oryana fue más clara que nunca.

Bastenon estaba en Eduryon con los señores y príncipes que aún le eran leales.

Oryana reconoció la fortaleza cubierta de musgo y enredaderas verdes, en la que ya había estado una vez cuando fue a convencer a Taluryo de liberar a Alakron y a Egneton.

Estaban todos en un lugar elegante con una mesa alargada, quizá la sala del consejo o algún salón reservado para los banquetes.

Bastenon hablaba sobre su plan para recuperar el Castillo Oscuro y reunir ejércitos de cada uno de los siete castillos señoriales.

Ascenso a la oscuridad, Libro II Reinos OscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora