Oryana
Las columnas de fuego eran visibles desde lejos, como pequeños puntos amarillos y anaranjados que resaltaban contra la negrura de la noche.
La Fortaleza Dorada no estaba hecha de oro, como los hombres decían. No obstante, sus murallas sí tenían un tono marrón almibarado que centelleaba con las bolas de fuego que los ejércitos de Edron Saravenkot lanzaban desde las catapultas.
Oryana había albergado la esperanza de llegar a La División antes que Edron, pero pronto resultó evidente que la fortaleza estaba siendo atacada desde hacía un buen rato.
Gruesos trozos de muralla se habían desprendido de las almenas y los torreones, dejando enormes boquetes y grietas desde donde los Akeryos y los Lanzas Doradas emprendían el contraataque.
Escaleras larguísimas eran impulsadas a través de cuerdas y ruedas de madera para salvar el foso que rodeaba el castillo. Los guerreros del Sur subían por ellas y aunque algunos caían al agua, la mayoría lograba entrar.
Sin embargo, había un escuadrón que intentaba entrar tirando de un ariete tan grueso como el tronco de un arkón. Estaban intentando entrar también por las puertas principales, y a juzgar por el crujido profundo que emitía la madera, no les faltaba mucho para derribarlas.
Los petos y las cotas de malla doradas resplandecían en el campo, frente al castillo, inmóviles. También había muchos chalecos, pantalones y almillas de cuero marrón salpicados de sangre.
Una furia ciega se apoderó de Oryana.
Los Akeryos se habían convertido en una parte de ella y ella era parte de ellos a su vez. Eran sus hermanos.
Oryana sobrevoló la Fortaleza Dorada en busca de algún punto desde el que pudiera apoyar a los Akeryos y a los Lanzas Doradas. Volvió la vista hacia el camino por el que seguían llegando más y más tropas y allá se dirigió, dispuesta a atacarlos.
Se elevó con gran velocidad muy por encima de las nubes, hasta que el brillo pálido de la luna creciente casi la encegueció.
Entonces, se dio la vuelta bruscamente, apretó las alas contra sus costados y se lanzó en picada, como un ave de rapiña con los ojos puestos en su presa.
A veces, Oryana tenía dificultad cuando trataba de distinguir con sus ojos humanos, un objeto que estaba a pocos pasos de ella. Pero había notado con gran asombro que sus sentidos se agudizaban cuando se convertía en ave.
Podía ver cada sombra, cada movimiento, los cambios en la dirección del viento, el suave balanceo de las hojas en los arkones, los rostros horrorizados de los hombres que se habían alzado al percatarse de su presencia. Debido a la velocidad con la que se precipitaba hacia la tierra, el aire pasaba a través de sus garras fuertes y flexibles, como si fuera seda.
Para un cuerpo humano, hubiera resultado imposible respirar en medio de aquellas violentas ráfagas y el corazón habría estallado debido a la presión y la velocidad. Lo sabía porque había volado a lomos de Eduryon, y a pesar de que en ese momento le pareció que él volaba demasiado deprisa y que el pecho se le oprimía dolorosamente por ratos, ahora sabía que esa no era, ni de lejos, la altura o la celeridad máxima a la que alguien con el don de volar podía llegar.
Una sensación de libertad extrema la invadió. Nunca se había sentido tan poderosa, fuerte y libre en toda su vida.
Recordó que cierta vez, le había pedido a su padre que capturara a un pajarillo en una jaula para que ella pudiera oírlo cantar todas las mañanas.
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Ascenso a la oscuridad, Libro II Reinos Oscuros
FantasiaKalyana Leskuren ha ascendido y ha descubierto cuán poderosa es. Sus dones provienen de la magia más oscura y terrible y la unen, desde su nacimiento, al Rey Krovalon Saravenkot, quien desea el poder más que cualquier otra cosa. Movidos por sus sent...