Capítulo 5

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—Excelente trabajo—me felicitó el señor Rissot (profesor de artes), observando con detenimiento el pedazo de "papel" que sostenía entre sus manos.

Sonreí ampliamente. Me había esmerado mucho puliendo cada detalle de ese dibujo y saber que él, un entendido sobre cuestiones de anatomía y proporción, consideraba que mi retrato de Asher estaba bien ejecutado me hizo muy feliz.

Era una sensación reconfortante. Y no, no por el simple hecho de que alguien me elogiara, sino porque en realidad era importante para mí tener un buen desempeño en dicha asignatura. Supongo que es lo que marca la diferencia entre hacer algo sólo por obligación y hacerlo porque nos interesa; nos apasiona.

Volví a mi puesto junto a Kath y me senté sin saber qué hacer con el tiempo que me quedaba libre antes del recreo.

Mi mente era un verdadero basurero. Dentro de ella no había orden, menos ideas que fueran útiles. Sólo torpes desechos. Toqué mis sienes intentando calmar el intenso dolor de cabeza que amenazaba con matarme y suspiré, lento y sostenido.

¿Para qué me habrá pedido Asher que vaya a la sala de música?, me cuestioné, al mismo tiempo que golpeaba mi frente contra una mesa. Sí, ya estaba a un pelín de caer en la demencia. Suerte que en vez de eso me quedé dormida.

—Madie. —Katherine dijo mi nombre como cinco veces y también me tocó un hombro.

— ¿Qué? ¿Qué? —Al abrir los ojos vi a una Kath borrosa, que me miraba con diversión. Dejé escapar un leve gruñido y comencé a odiarme por no dormir lo suficiente durante la noche.

La tarde del día anterior, después de la cena, acompañé a Phil al jardín para que buscara unas plantas y cuando volví a la habitación tenía las extremidades entumecidas. Esperé a que con las mantas de mi cama el frío se fuera, pero no sucedió. Estaba congelada y no podía dormir.

Odio el insomnio, en serio. No tengo idea de cuánto tiempo estuve tendida sobre ese colchón y ese catre, intentando no pensar y anhelando pronto entrar en el mundo de los sueños.

Lástima que no tuve suerte. Pasé horas sin lograr lo que buscaba y mi cuerpo suplicaba cada vez más—como un prisionero escuálido implorando comida—por un descanso. Lo cual era contradictorio, pues era el mismo quien se lo auto-impedía.

— Madison, ¿Quieres quedarte aquí?—me preguntó Kath. Sus ojos azules reflejaban extrañeza y nerviosismo.

— No—dije. Luego me puse de pie y la rubia también.

— ¿Entrarás conmigo?—le consulté a Katherine, una vez que ya habíamos salido del estudio de artes y estábamos en frente de la entrada al aula de música.

—Claro—respondió y tocó la puerta tres veces. Escuché murmullos salir desde el interior de la sala y después la puerta se abrió—. Adelante.

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