Capítulo 23

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Salimos del edificio de EE

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Salimos del edificio de EE.UU una hora después del almuerzo. Caminábamos sin prisa alguna, con pequeñas mochilas en nuestras espaldas que intentamos ocultar utilizando abrigos anchos y gruesos. Sebastian encabezaba el grupo con Sam a su lado; yo y Matt íbamos atrás.

Sabía que mi mayor prioridad en ese momento era el camino que debíamos recorrer y las posibles dificultades que no tardarían en aparecer, pero yo no podía dejar de pensar en Ash. ¿Habría leído mi carta? Una voz dentro de mi mente respondía que sí, que era imposible que no la viese si estaba sobre su propia almohada y que había sido una tonta por creer que lograría convencerlo. Otra parte de mí creó miles de escenarios en los que la carta caía al suelo y jamás llegaba a manos de su destinatario.

La capucha de mi abrigo tenía pelos sintéticos que me irritaban la nariz. Quise quitármelo, pues no corría viento alguno que justificara el uso de ropa tan gruesa e incómoda. Sin embargo, en mi rol de fugitiva no podía arriesgarme a levantar sospechas, capaces de desencadenar no sólo el término de mi viaje, sino también el de mis amigos.

Cuando llegamos al parque de geitt giré mi cabeza para observar la residencia una última vez. Un leve escozor se esparció por mis ojos al ver que nadie circulaba afuera, que Asher no estaba allí y que debía hacerme a la idea de que no volvería a verlo. Nunca. Pase saliva, limpiando las lágrimas que amenazaban con escapar de mis ojos. Matt me tocó un hombro para indicarme que continuara caminando. El césped se hundía bajo mis botines, pisé un par de ramas que crujieron, probablemente tan rotas como mi corazón.

  Avanzamos por un sendero de bordes indefinidos, con muchas curvas y espacios en los que la vegetación se imponía por sobre la tierra. De no conocer bien la zona o no contar con un buen sentido de orientación resultaba demasiado fácil perderse entre las sombras de los árboles. Sebastian nos aseguró que había estado allí cientos de veces antes, por lo que decidí confiar en él.

Un silencio inquietante nos envolvía. Las aves, que solían pulular sobre nuestras cabezas, mostrándose ufanas de su capacidad para sobrevolar los cielos, ahora no cantaban. No había voces cercanas ni el leve rumor de una presencia humana o animal. Estábamos solos. Sebastian se detuvo en medio de un prado, luego nos hizo señas para que lo siguiéramos hacia el interior de unos arbustos.

—Tenemos que esperar aquí a que vengan por nosotros—dijo.

Al principio nos mantuvimos de pie, atentos a cualquier sonido. Después, nos aburrimos, nos cansamos y acabamos sentados, formando un círculo en el que cada uno tenía una perfecta visión de los demás. Noté que Sam estaba decaída, su mirada apagada y reflejando un abatimiento muy grande.

— ¿Te sientes bien? —alcé ambas cejas. Ella mordisqueó sus labios, sin despegar sus ojos del suelo. Caminé en cuclillas hacia donde se encontraba y la abracé. Sus brazos rodearon mi cuello en un agarre tembloroso, algo inseguro. Escuché que suspiraba con pesadez, aunque no fue hasta que nos apartamos que pude ver sus ojos enrojecidos.

Only The BraveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora