Capítulo 7

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El moreno colgaba de un travesaño de la escalera, los dedos se le resbalaban y sus oscuros pómulos se tornaron rojos de desesperación

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El moreno colgaba de un travesaño de la escalera, los dedos se le resbalaban y sus oscuros pómulos se tornaron rojos de desesperación.

—Vamos, respira, respira. —Asher intentó tranquilizar a Daniel—. Sólo sigue avanzando, no te falta nada. Tú puedes, yo sé que sí.

—Agh, maldición, me arden las manos. —Daniel estiró el brazo izquierdo y apoyó la palma de su mano en el travesaño siguiente. Sentía cómo se le iban tensando los músculos de las extremidades superiores. Una gota de sudor le recorrió la frente y los brazos comenzaron a temblarle. Entonces supo que había llegado a su límite. Soltó las dos manos al mismo tiempo y una gran cantidad de agua se levantó cuando su cuerpo chocó contra la superficie del río.

—Chicas, busquen un palo muy largo y duro. —Asher desató los cordones de las zapatillas que llevaba puestas y luego se deshizo del calzado con brusquedad. Sus calcetines no tardaron en sufrir el mismo destino y ya a pies desnudos, el castaño inspiró profundo y se lanzó al torrente de líquido transparente en el que apenas se veía el rostro de Daniel.

Frío.

En la Tierra, cuando las altas temperaturas del verano derretían icebergs, provocaban muertes por deshidratación, incendios en las pocas reservas verdes del planeta y en fin, una serie de eventos furtivos que causaban serios daños a la vida terrestre, el mayor anhelo de cualquier ser humano era beber un vaso de agua frío, tan frío que les provocara dolor de cabeza e hiciera que la lengua se les adormeciera. Lo único mejor que eso eran los baños fríos.

Desde políticos a empresarios multimillonarios se reunían en grandes salas de hielo—The great ice walls—, donde charlaban, bebían y jugaban juegos de azar. Eran lugares tan helados que sorprendía el hecho de que no se les congelara el corazón, si es que no los tenían ya cubiertos por la escarcha de la indiferencia e inconsciencia.

Frío. Eso fue lo primero que sintió Asher al sumergirse en el río. Luego vino la desagradable sensación de tener la camiseta pegada al cuerpo. Estaba incómodo, pero aun así dio grandes brazadas y logró evitar ser arrastrado por la corriente. Daniel no corrió con igual suerte, pues no sabía nadar y los esfuerzos que hacía por mantenerse a flote eran infructuosos.

—Tranquilo, te tomaré por la zona de las costillas y lograremos salir de aquí—le indicó Asher, nadando hacia él. Sin embargo, el chico afroamericano no lo escuchaba y en cuanto tuvo a Ash más cerca, comenzó a hundirlo.

— ¿Qué haces? ¡Daniel, detente! ¡Lo estás ahogando!—gritó Madison, soltando la rama que cargaba junto a Susan y Lucy.

Daniel quitó sus manos de los hombros de Asher y se apartó a un costado. Tenía la vista nublada, por lo que prefirió mantener los ojos cerrados. Eso provocó que fuera arrastrado por la fuerza del río y acabara más desorientado de lo que ya estaba.

Ash se dirigió a la orilla, se apartó el cabello del rostro y tosió reiteradas veces.

— ¿Estás bien?—le preguntó Madie, frunciendo sus cejas. Asher asintió y tomó aire—. Tal vez debería ir yo...

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