Capítulo 26

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Llegamos a la Tierra a las tres de la madrugada

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Llegamos a la Tierra a las tres de la madrugada. Soplaba un viento helado, pero no había nieve, por lo que intuí que el invierno había acabado hace algunas semanas o bien, estaba recién comenzando. Grandes nubes cubrían el cielo las estrellas y la Luna, haciendo que la noche fuera aún más oscura.

Las luces de Nueva York eran visibles incluso desde donde nos encontrábamos; una región forestal ubicada a unos cuantos kilómetros del sector industrial de la ciudad. El objetivo era pasar completamente desapercibidos, por lo que desde allí tendríamos que caminar hasta un lugar donde arrendaran automóviles o, en su defecto, a una parada de autobuses.

Michael dejó la nave escondida entre unos pinos altos. A todos nos pareció inverosímil que nadie la encontrara dentro de los próximos días, pero lo cierto es que no teníamos más opciones. Al movilizarnos por una de las mayores urbes del mundo era obvio que no una, sino miles de personas, notarían la presencia de un "ovni" sobrevolando las calles neoyorquinas.

Emprendimos la caminata de inmediato, pues todos habíamos descansado lo suficiente durante el viaje. Quizá el más maltratado era el padre de Sam, quien se había turnado con Mike para manejar la nave. Cuando la pelirroja le preguntó si estaba seguro de poder resistir tanto tiempo exigiéndose al máximo, él rió y le dijo que todavía no era un anciano.

—En mis años mozos pasaba días sin dormir. A veces iba de una fiesta a la universidad y así. —El señor Cruz sonrió jactancioso—. No te sorprendas si soy yo quien debe cargarte, cariño.

—Ya veremos.

Formamos parejas para evitar que alguien se perdiera durante el trayecto. Yo fui con Matt, ya que Sebastian iba junto a Mike y Sam, por supuesto, no se fiaba de las palabras de su padre. El resto del grupo estaba integrado por Jason y Emilia, dos adultos que habían llegado en la misma nave que el señor Cruz y como no quedaban nadie más, fueron la última pareja.

De no ser por las linternas y el sistema de orientación que trajimos desde Liuyann, el resultado de nuestra aventura habría sido un completo desastre. Como ya dije, estaba muy oscuro allí y además no conocíamos el terreno. Creo que por lo mismo casi tropiezo con una gran roca.

—¡Cuidado!—Matt alcanzó a sujetarme de un antebrazo antes de que mi rodilla chocara contra una de las puntas de la piedra. Para mi suerte, pues lo que menos necesitaba era retrasar a todos mis compañeros por culpa de una herida, que no era más que el fruto de mi torpeza y desconcentración.

Pese a que no dejamos de movernos en ningún momento (salvo para beber algo de agua y atarnos los cordones), cuando llegamos a la ciudad teníamos los huesos entumecidos, las mejillas pálidas y nuestras narices sobresalían por el color rojizo que en ellas se había implantado.

La ciudad era envuelta por una densa capa blanca, formada en parte por la helada que había caído unas pocas horas antes, pero cuyo principal componente era el incipiente smog que producían las casas, los automóviles y las fábricas.

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