Capítulo 6

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Agustín sonrió de pie en medio del circulo que las sillas formaban, ató su cabello en una cola baja con una banda elástica que tenía en su muñeca e hizo ese gesto con las manos que hace el Señor Burns, una sonrisa maligna de deslizó por su boca y dejó a la vista unos parejos dientes blancos.

Rayos, en serio necesitaba colocarme brackets.

Lo observé seria, al igual que todos allí, y entonces dijo:

—Llegó la hora de lo interesante, las presentaciones.

Obviamente, me puse nerviosa. El miedo a ser descubierta o no saber qué decir me invadió, sentí las manos sudadas y el corazón acelerado, me acomode en mi silla con brusquedad, lo que pareció llamar la atención del rubio frente a mi, ya que me miró y ladeó la cabeza sin dejar de sonreír de forma cruel ¡Oh por dios, no! ¿Esto era un club o una habitación de la tortura?

Le sonreí de vuelta, como si aquello pudiera evitar que él dijera lo que pensaba decir, como si una simple sonrisa de una chica fuera a hacerlo cambiar de opinión. Cerré mi puño con fuerza, rogándole a todos los santos, si eran que existían, que me salvará esa vez. Quizás era un castigo por mis malas intenciones, quizás me lo merecía... 

Bien Naira, no puedes ser tan exagerada, solo sería una simple presentación ante chicos de tu edad ¿Desde cuando tienes tanto pánico escénico? Si, hablar en un grupo no es lo que más te gusta, pero no vas a morirte por  algo así.

—Yo comienzo.

La voz de Nicolás a mi lado me tomó por sorpresa, pero me hizo respirar con tranquilidad. Él podría pedirme que le diera el chocolate que tenía en mi mochila y yo se lo daría sin dudarlo, porque se lo merecía.

Sonreí con tranquilidad y observé como Agustín llevó su vista malvada a él. La sonrisa cruel se convirtió en una amable y asintió sentándose en su lugar.

 —Puedes comenzar. Dinos tu nombre, edad, gustos, la razón por la cual estás aquí o lo que sea que creas importante, y recuerda... como el nombre lo indica, estamos aquí para reparar corazones, así que no te avergüences de lo que dirás —dijo Paula con dulzura, esa chica me caía bien. A pesar de que solía parecer un poco arrogante cuando se la veía por los pasillos del instituto. 

Nicolás sonrió con lo que parecía nerviosismo y se puso de pie, pasando su mirada por cada una de las trece personas que allí se encontraban, incluyendome.

—Muy bien —dijo sin quitar aquella sonrisa —, me llamo Nicolás Finol, tengo dieciocho años, soy gay, por si no lo notaron en mi voz, ropa o mis movimientos —todos reímos —, me gusta la música, soy vocalista de una banda cristiana, vivo a una cuadra del colegio y estoy aquí porque me enamoré de un idiota que se burlo de mi y no quiere admitir ante todos que le gusta el pepino y no la papaya —¡Oh por dios! lo amaba, pero se notaba que detrás de su actitud alegre, había dolor —, así que decidí que no debería gastar más mis sentimientos en una persona así, y tuve la magnifica idea de postularme a esto, lo cierto es que siempre quise entrar, pero no me habían roto el corazón, por lo que maté dos pájaros de un tiro. 

Con su genial discurso, el cual veía difícil pudieran superar, Nicolás volvió a tomar asiento en su silla y se cruzó de piernas con glamour. Todos asentimos y así como él lo hizo, otro chico levanto su mano para ser el siguiente. 

Las historias eran variadas.

Eduardo Vázquez, dieciocho años, escritor de ciencia ficción en la plataforma Wattpad, su novia lo había dejado por su hermanastro.

Camila García, diecinueve años, voluntaria en un comedor comunitario, estaba enamorada de un profesor del colegio, del cual no quiso dar nombre, obviamente. Lo peor era que este estaba casado.

Centro de rehabilitación para enamorados (Completa) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora