Capítulo 29

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Luego de conocer la recámara de Matías, este opinó que quizás una ducha me hiciera bien. Al inicio me negué, ya que no tenía mucho sentido teniendo en cuenta que debería quedarme con la misma ropa sucia y sudada, pero él pareció leer mi mente y me dijo que podría usar la bata de baño para descansar y que él pondría a lavar mi ropa para luego colocarla en el secaropa. Asegurando que en dos horas ya estaría lista para ser usada nuevamente. Por lo que, trás su magnífica idea, acepté.

El baño era un sueño, no quería salir de aquella bañera, pero debía hacerlo. Así que tras envolver mi cabello en una toalla, secarme y colocarme la bata, salí de allí con toda mi ropa entre mis manos, excepto la interior que me la deje puesta. No era muy higiénico, pero no pensaba dársela a Matías para que la pusiera a lavar y eso.

Al cerrar la puerta detrás de mi, la imagen de un monstruo apareciò a tan solo un par de metros. los ojos entrecerrados del animal, mostrando los dientes, con todo su cuerpo tenso, listo para atacarme y su pelaje negro, me paralizaron. El único sonido que se escuchaba era el rugido de el gran Pastor alemán frente a mi, con sus orejas hacia abajo, en pose atacante y con un tamaño descomunal. Sin dudas era más alto que yo si se paraba en dos patas, me destrozaría con una sola morida.

¿Qué se suponía que debía hacer? El animal no me dejaría escapar, yo era una intrusa dentro de su casa, solo esperaba no hubiera otro perro por allí...

¡PERRO!

El flash de Matías contándome de su "hijo" que era un perro llamado Perro, me llegó. Necesitaba crear un momento de confianza con el animal, por algún lado había leído que ellos olían tu miedo, y yo debía estar sudando miedo por cada mínimo poro de mi cuerpo. Así que dejé caer mi ropa en el piso bajo la atenta mirada de aquel ser de cuatro patas que podría destrozarme si quisiera y sonreí.

El brutal ladrido del animal se hizo escuchar cuando el sonido seco de la tela golpeó contra el suelo , dio un paso hacia mi y rugió más fuerte. Solo me quedaba rezarle a mi estampilla de pepa pig y esperar que un milagro me salvara, pero ya era notorio que eso de los milagros o buena suerte no era algo que estuviera en mi vida, así que solo suspiré y apreté con fuerza mis manos en puños, tanto que mis uñas se clavaron en la piel blanda de mis palmas, causandome dolor.

No había apartado mis ojos de los negros de Perro, también había escuchado por ahí que eso era importante para demostrar... bueh, no recordaba muy bien la razón, pero estaba casi segura que de algo servía.

Sonreí, muerta de nervios y con el corazón a mil pulsaciones por segundo.

—Perro —hable bajito.

El animal dejó de gruñir, sus orejas se levantaron hacia arriba, con atención, inclinó su cabeza hacia un lado, todo gesto de agresividad desapareció, su colita estaba quieta, pero levantada.

Sonreí, con alegría esa vez y me coloque de cuclillas despacio.

—Eso, que lindo perrito ¿cierto?

Como por arte de magia, el majestuoso animal que segundos atrás había querido comerme viva, caminó hacia mi y me olfateo curioso. Mentiría si dijera que aquello me tranquilizó y nos hicimos mejores amigos for ever, pero al menos ya no tenía tanto miedo de ser devorada y que Matías tirara mi cuerpo a una alcantarilla para salvar a su hijo del crimen cometido.

La nariz de Perro me recorrió entera, y yo solo intentaba pensar que nada malo iba a pasar, abrí mi puño y elevé una de mis manos con cuidado, al ver esto, el animal se alejó y volvió a su pose de ataque y gruñido.

¡A LA MIERDA! 

—¡MATÍAS!

Sabía que aquello no era buena idea, pero no tenía otra opción, no creía salir viva una segunda vez de Perro, ya su mirada parecía más agresiva que antes, y como si Matías se hubiera teletransportado, apareció al final del pasillo con una bandeja de comida. Sus ojos se abrieron con sorpresa al ver la situación y de inmediato actuó.

Centro de rehabilitación para enamorados (Completa) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora