Capítulo 40

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¿Era posible aquello? ¿Normal? ¿Real?

Haber llorado por un chico y a los dos días no sentir nada, no quererlo cerca o siquiera tener ese dolorcito en el pecho que te indica que aún lo necesitas, ¿podía suceder?

Siempre supe que no estaba enamorada, no mentí cuando se lo dije a Savia, pero Alexander me gustaba desde la cabeza a los pies, era ese amor platónico que crees que jamás te dará ni la hora. No me dolía que solo fuera mi amigo, porque así estaba bien, me gustaba admirarlo desde lejos y nunca me planteé el hecho de que no me quisiera de otra forma, no me hice falsas esperanzas y no soñé. Me resigné y acepté lo que me era entregado, por miedo quizás, miedo a que su peligro y rebeldía destruyera la armonía que buscaba para mi vida.

Pero cuando él se confesó, una llama pequeña se encendió en mi pecho. Es como cuando tienes un sueño que ves tan imposible que ni intentas obtenerlo, pero entonces te dicen que si, que lo cumplirás, que esta en camino, y no terminas de caer, siempre lo viste tan lejano, tan inalcanzable y fugaz, que tan solo te quedas ahí, intentando procesar si estas soñando o aquello realmente esta sucediendo.

Y luego, cuando crees que ganaste, que fuiste parte del uno por ciento de las personas que logran lo imposible, descubres que ese sueño no era lo que imaginabas, no te hizo feliz, no te alegró la vida, no logró completarte, tan solo apareció para hacerte enseñarte la diferencia entre los sueños y la realidad.

Los sueños te mantienen vivo, y la realidad te consume como a un papel empapado en alcohol. Los sueños te dan ganas de seguir, y la realidad hace que quieras detenerte porque ya no puedes respirar. Los sueños te mantienen en una fantasía constante, y la realidad... la realidad te hace darte de bruces contra el asfalto sin ganas de volver a levantarte.

Y ya no quieres ese sueño, ya no lo deseas o anhelas, ahora, por cruel y despiadada que sea, quieres vivir en la realidad, con los pies en la tierra.

Alexander había pasado de ser mi sueño inalcanzable a esa pesadilla a la que no quería volver. Había sido mi "Santa Claus no existe. Ni los reyes magos, o el ratón de los dientes. Nada de lo que creíste existe" con él había vuelto a ser esa niña a la que le rompieron todas las ilusiones de tirón, sin derecho a dudas y sin esperanzas de una equivocación.

Alexander fue eso...  y tenerlo besándome no me ayudaba a cambiar de opinión o dudar, todo lo contrario. Sus labios contra los míos habían sido la confirmación de que ese ya no era el lugar en el que quería estar, me confirmaban que siempre tuve que haberle hecho caso a mi cerebro, pero seguir a el corazón era más divertido.

Coloqué ambas manos sobre su pecho y lo aparté, para mi sorpresa, no se resistió, no intentó volver a besarme, tan solo se quedo allí, a centímetros de mi rostro, observandome, dejando escapar el aire de sus pulmones sobre mi, invadiendo el ambiente con su aroma a cigarrillo, su colonia masculina y el sonido de su corazón. Lo podía sentir latir con fuerza sobre mi, como si buscara de forma inhumana salir de allí.

—No hagas más eso.

Cerró sus ojos con fuerza ante mis palabras, como si lo hubiera condenado, negó con debilidad, haciendo que sus rulos hicieran cosquillas en mi frente y entonces suspiró de forma brusca.

Abrió sus ojos, pero no me observo, en cambio se incorporó, haciendo que tuviera que bajar mis piernas del asiento y observó para todos lados por las ventanas. Yo me quedé en mi lugar por muchas razones. No quería ser descubierta, no quería que el tiempo siguiera avanzando, y no podía, mi mente había quedado bloqueada, sin saber qué hacer.

Alexander carraspeó y me dio una veloz mirada con incomodidad.

—Vamos, están ocupados dentro así que podremos salir sin ser vistos —dicho esto, abrió la puerta y salió de allí aún atento a su alrededor.

Centro de rehabilitación para enamorados (Completa) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora